martes, abril 01, 2008

 

Diálogo, verdad, reglas

Mandar al diablo las instituciones no es el deshacerse de lo inservible sino desprenderse de lo elemental -y de lo propio. No es atacar la fortificación enemiga, sino perforar la nave donde uno viaja. Dirán los defensores de las comillas que López Obrador no mandó al diablo a las instituciones, sino a sus instituciones. Subrayarán que los institutos remitidos al caluroso territorio eran los de la derecha tramposa. Pero ahí está el gran problema del lente marxista. Las instituciones del Estado no pueden entenderse como armas de los encumbrados contra los justos. Son el domicilio común, el espacio indispensable para la convivencia. Cuando el caudillo gritó a los cuatro vientos que las instituciones merecían estar ahí, en el infierno de la porquería, era claro que mandaba al diablo también a quien lo hacía su candidato. Era cuestión de tiempo que los efectos de la convocatoria se hicieran sentir en su propia casa. Se ha consumado el aviso: al PRD se lo ha llevado el diablo.

El discurso del gran caudillo ha sido un coherente embate a los tres fundamentos de la convivencia: el diálogo, la verdad y las reglas. Ése es el tripié del trato institucional: aceptar la realidad, acatar las reglas, tolerar al otro. No es extraño lo que pasa en la familia perredista porque ahí ha avasallado ese mensaje: no se puede conversar con los traidores; no importan los hechos, sólo valen las normas que me validan.

Empecemos con la cancelación del diálogo. Tiene sentido escuchar a otro si se admite su dignidad, la posibilidad de que tenga razón o, incluso, si se acepta su derecho a equivocarse. Esa rutina en la que unos y otros hablan y se escuchan consecutivamente ha sido vetada por el purísimo. Los patriotas no tienen por qué charlar con los traidores. A ellos no se les escucha, se les aplasta.

Hoy lo vemos en la nueva campaña lopezobradorista. Con retórica e ilusiones insurreccionales se organizan comandos -¡así les llama!- para impedir que una fuerza política presente una iniciativa de ley. Se preparan para bloquear la deliberación. Considerar los argumentos de los desleales a la patria es ya motivo de excomunión. Curiosa virilidad de la intolerancia: quien escucha el alegato de otro se le entrega. Quien admite que el otro pudiera encerrar alguna diminuta y remota pista de razonabilidad es ya cómplice de los peores. Imposible debatir en este ambiente. El único espacio de la palabra es la cantaleta, la consigna y la amenaza.

Las proscripciones se extienden como epidemias. Si primero está prohibido conversar con los del otro partido, luego se vuelve indebido conversar con los del otro barrio y luego con los de la otra casa, después con los del otro cuarto, y al final con el de al lado. Al vetar el primer diálogo se inicia el camino hacia el monólogo donde sólo una voz es legítima. El resto tiene permiso de celebrarla. Lo que ahora pasa dentro del PRD no es más que la ramificación de su intolerancia. Ahora la intransigencia se perfila contra los enemigos interiores. Unos son puros, los otros traidores. Y ya se sabe que con los traidores no se puede tomar el café porque lo envenenan.

La sociedad política también tiene ciertas exigencias de verdad. No es que sea una comunidad científica volcada a la medición y la experimentación. Pero reclama un mínimo compromiso para aceptar hechos. Cada uno puede valorarlos como le dé la gana, pero no se tiene derecho a inventar la verdad, a torcerla, a ignorarla. Como recuerda el libro de Carlos Tello-Díaz, a las 11 de la noche del 2 de julio del 2006, Andrés Manuel López Obrador declaró que aventajaba con "cuando menos 500 mil votos" a su adversario. ¿De dónde sacó ese número? De la manga. Lo inventó. Dijo medio millón, pero pudo haber dicho tres millones. Después fue inventando e inventando e inventando hipótesis, teorías y conjuras que trataban de ocultar su derrota y fabricar una victoria cuya única fuente es la fe de sus simpatizantes.

Al acompañar a López Obrador en ese viaje de fantasía, el perredismo ha dado muestras de su escasísimo compromiso con la verdad -y ahora paga las consecuencias. Lo mismo se escucha hoy en relación con el petróleo: inventos, fabricaciones, incoherencias. Tal parece que la realidad ha sido condenada como reaccionaria. Y ahora que el PRD cumple su segunda semana sin poder declarar al ganador de su contienda interna, ¿de dónde puede levantarse la voz que pida la elemental constatación de hechos? ¿Quién podría levantar la mano para reivindicar la importancia de la veracidad difunta cuando todo el partido colaboró en su entierro?

Los conflictos pueden arreglarse de tres maneras: se resuelven a golpes y se impone el más fuerte; los soluciona una figura de autoridad y todos la reconocen; o se canaliza por algún procedimiento, siguiendo reglas. Las dos últimas opciones parecen inviables para el PRD. Las normas y los árbitros no generan confianza y la figura de autoridad es declaradamente parcial. Quedan la fuerza y el ruido.

El mensaje antiinstitucional de López Obrador ha tenido eco dentro de su partido. Las diatribas que el partido ha recitado en contra del régimen ahora se adaptan al pleito de las facciones. Unos son los espurios, los otros los legítimos; ellos son peleles, nosotros los congruentes. Por eso el pacto entre los contendientes se impone por encima de las resoluciones del órgano común. Ése es el legado político del caudillismo: la expropiación del domicilio compartido. Quien vive en la casa del PRD lo hace por graciosa condescendencia del "Presidente legítimo".

Jesús Silva-Herzog Márquez
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/

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