jueves, septiembre 13, 2007

 

Se llama terrorismo

No comprendo cómo amigos y analistas reconocidos siguen insistiendo en que los actos dinamiteros contra instalaciones de Pemex no son acciones terroristas, por el solo hecho de que, hasta ahora, no haya habido muertos en esas acciones. El terrorismo se define como "la práctica política que recurre sistemáticamente a la violencia contra las personas o las cosas provocando el terror", según el Diccionario político de Norberto Bobbio.

Y no se puede definir más que como terrorista la colocación de explosivos relativamente poderosos en gasoductos (entre ellos uno de los más importantes del país, el que une a Minatitlán con la Ciudad de México), que producen detonaciones que simplemente no pueden ser controladas. Olvidemos los daños materiales enormes que causan directa e indirectamente estas acciones, concentrémonos, por ejemplo, en la situación que vivieron las doce mil familias que tuvieron que ser desalojadas por las explosiones. En este sentido, la posibilidad de que haya víctimas humanas o no depende, solamente, del factor suerte, nadie puede garantizar que no haya muertos cuando se vuela un gasoducto y nadie, tampoco, puede dudar del efecto perturbador para la sociedad de esas acciones que, además, atentan contra el que hoy constituye el principal patrimonio de la nación.

Las acciones terroristas afectan, sin duda, al gobierno, a Pemex, a las grandes empresas, pero también y sobre todo a la gente: que le expliquen a los desalojados que el atentado no era en su contra y no buscaba afectarlos; que le expliquen a los trabajadores de Volkswagen (y de las innumerables empresas que se quedaron sin abasto de gas en todo el centro del país) que no trabajarán durante toda una semana, que no cobrarán por lo menos siete días de salario, que las explosiones no los perjudicaron.

No nos equivoquemos. Estemos o no de acuerdo con los grupos que enarbolan salidas radicales, el terrorismo no es una acción revolucionaria. Los eperristas y sus distintos desprendimientos, que distan de conocer más o menos a fondo las teorías que dicen defender, tendrían que leer, por lo menos, al Che Guevara, quien consideraba las acciones terroristas como "un arma negativa que no produce en ningún caso los efectos deseados y que puede inducir a un pueblo a ponerse en contra de un determinado movimiento revolucionario", según se puede leer en el libro Guerra de guerrillas. Ni siquiera aborda el tema de si la violencia en sí es un arma política legítima. Lo que no lo es, indudablemente, es el terror.

En realidad, se trata de acciones que terminan siendo contraproducentes para los objetivos que dicen defender. Un hecho que se acrecienta, además, porque ese tipo de organizaciones, históricamente, han tenido un profundo grado de infiltración de parte de grupos de poder absolutamente ajenos a las mismas, lo que incluso ha derivado en ajustes de cuentas muy cruentos entre las propias organizaciones armadas. El zapatismo, que desperdició una enorme oportunidad con el fin de mostrarse como un movimiento social de izquierda con objetivos claros para el conjunto de la sociedad, hasta convertirse hoy en un simple referente histórico, no supo comprenderlo plenamente, nunca entendió que la vía política le daba mayores oportunidades que la armada. Pero sus amigos-adversarios del EPR y sus diferentes derivaciones, tampoco lo comprendieron, porque en unos pocos meses el zapatismo tuvo mucha mayor resonancia pública e influencia que ellos en décadas de lucha clandestina y armada.

No ganan con estos atentados, como no ganaron con el autobomba en Plaza Universidad ni con los ataques en La Crucecita y Tlaxiaco. Pierden, pero al mismo tiempo, desestabilizan. E incomprensiblemente, buena parte del sistema político no lo quiere entender ni comprender.

El Congreso, preocupado en acaparar espacios de poder no tiene tiempo para ocuparse de estos asuntos. No tienen tiempo para analizar las iniciativas de temas de seguridad ni las reformas al sistema judicial ni para impulsar la construcción de un sistema de inteligencia digno de llamarse de esa manera. Es más, ni siquiera les ha alcanzado para rechazar públicamente estos atentados, preocupados, como están, en quedarse con mayores espacios de poder, en construir una partidocracia.

Un encuentro decepcionante

Estar ayer en las oficinas del Senado, hablando sobre el futuro de una reforma que se intentaría votar apenas unas horas después, fue decepcionante: la soberbia y la distancia con la realidad de muchos de los senadores presentes, incluidos algunos de los legisladores más sólidos de los diferentes partidos, hablando una y otra vez de la democracia y la libertad, pero sin hacer concesión alguna con respecto a sus propias atribuciones, cuando están engendrando una suerte de golpe totalitario contra las instituciones democráticas, sólo podía compararse al senador Pablo Gómez reclamando el respeto a su investidura cuando amenazaba a los medios de comunicación y hablaba de respetar el voto ciudadano que lo había llevado a esa posición (¿sólo se debe respetar el voto que lo llevó a él al Senado?); o a María de los Ángeles Moreno tratando de explicar que la mala imagen de los partidos y el Congreso es porque no pueden en quince segundos explicarse a la ciudadanía; o a Ricardo García Cervantes diciendo que se había abierto la consulta sobre el tema desde abril pasado, si la primera reunión con la Cámara y los comunicadores se estaba realizando cuando se intentaba apenas dos horas después aprobar, sin cambios, un dictamen con el cual los partidos intentan quedarse con todo a cambio de nada: con el control del IFE, del Tribunal Electoral, con los espacios de los medios, con el dinero. Y sin siquiera informarle al conjunto de los legisladores qué es lo que negocian. Hugo Chávez estaría feliz.

Jorge Fernández Menéndez

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Comments:
¿Quién tendrá más razón? ¿Será Jorge Fernández Méndez o Julio Hernández López? ¿Germán Dehesa o Paco Taibo? ¿Catón o Granados Chapa?

Creo que no existen posibilidades de saberlo. Cualquiera puede citar a mil teóricos para sustentar lo que dice. Cualquiera puede armar argumentaciones, que al final pueden no ser más que castillos de naipes.

¿Cuáles son las realidades? Las únicas que puedo palpar. Mi poder adquisitivo, la seguridad afuera de mi casa, mi capacidad de ahorro, el costo de los servicios que utilizo, la calidad de la educación que recibe mi hijo, la eficiencia de los servicios públicos… Lo demás es discurso.

Y así, como ciudadano, me siento completamente al margen de las discusiones para definir el rumbo de mi país. Los tres poderes están tomando decisiones como portadores de un cheque en blanco. Por si fuera poco, la lavadora de conciencias, la cobradora de entrevistas, la traficadora de honras, reaclama libertad de expresión. Los partidos están de acuerdo en una reforma electoral, pero estoy completamente seguro que pronto la rechazarán a quienes no les sirva para ganar en las urnas. El EPR se extiende lenta y silenciosamente, y como dicen: “hay que esperar a que se eche la culpa, para que la autoridad salga a decir que sí fueron ellos”. La diferencia entre gravar y no la gasolina, sólo nos ofrece un magro crecimiento del ¡¡.2%!!

Y los discursos mentirosos: que si hay que tenerle fe a la reforma fiscal; que si la oposición es responsable; que si se está crucificando a la democracia con este “asalto” a la libertad de expresión; que si las atrocidades del EPR tienen una causa “legítima”… Y bla, bla, bla, bla.

Yo por eso le digo a mis amigos: léanse todos los periódicos, veánse todos los noticieros, conozcan todas las opiniones y teorizaciones, pero NO LES CREAN UN CARAJO. Mejor palpen su realidad y sobre todo: APRENDAN A NO QUEDARSE CALLADOS.
 
Y estas les van de regalo:

http://www.elfinanciero.com.mx/ElFinanciero/Portal/cfpages/contentmgr.cfm?docId=78302&docTipo=11&orderby=docid&sortby=ASC

http://www.pacocalderon.net/uploads/photos/2010.jpg

http://www.jornada.unam.mx/2007/09/13/cartones/fisgon.jpg

http://www.milenio.com/mexico/milenio/monero.asp?x=true&img=/mediacenter/humor/2007/09/12/rape.jpg
 
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