domingo, marzo 18, 2007

 

No nos acostumbremos a la intolerancia

El 6 de marzo se llevó a cabo la presentación del libro "2 de Julio" de Carlos Tello Díaz. El salón Pegaso del hotel Nikko estaba repleto e incluso algunas personas no encontraron lugar para sentarse. Diez minutos después de lo programado, a las 19:40 horas, dio inicio el acto. Leo Zuckerman era el moderador y me dio la palabra. Luego hablaron Jorge Castañeda y Tello. Pero cuando este último invitó al público a hacer preguntas o comentarios, un grupo organizado que se encontraba distribuido en el salón, a una señal, se acercó a la mesa donde estábamos los presentadores y con gritos e insultos al autor, y algunos portando pancartas, impidieron que el acto pudiese concluir como estaba programado. Llama la atención que precisamente en el momento en que podían hacer uso de la palabra para expresar lo que juzgaran conveniente, sus recriminaciones o críticas incluidas decidieron acabar con el acto.

¿Nada grave?, ¿gajes del oficio?, ¿simple manifestación de inconformidad?, ¿un oso intrascendente? Me temo que, por desgracia, no.

No es la primera vez que un grupo organizado irrumpe en un acto para intentar sabotearlo. En la inauguración del coloquio "Constitución, democracia y elecciones: la reforma que viene" organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM e IDEA y en la presentación del libro "El presidente electo", de Salvador Camarena y Jorge Zepeda Patterson, sucedieron actos similares. Y todo parece indicar que se trata de las mismas personas que, escudadas en una supuesta militancia de izquierda, se sienten con el derecho de reventar eventos académicos o presentaciones de libros donde están programadas personas que les resultan no gratas. Creen que en un auditorio universitario o en un salón donde se trata de debatir sobre un libro se vale comportarse como si se estuviera en un mitin o una marcha.

Se trata de síntomas de intolerancia inexcusables por varias razones: a) Hasta hoy, esas manifestaciones no han pasado a mayores por la prudencia con la que han reaccionado los públicos agredidos. Pero nada nos asegura que el día de mañana no puedan desencadenar una bronca mayúscula; b) porque impiden que las ideas, los planteamientos, los diagnósticos y hasta las ocurrencias (si se quiere), puedan discutirse en un clima de civilidad, el único propicio para la coexistencia de la pluralidad que convive en nuestro país; c) porque se trata de métodos propios de las expresiones políticas extremistas que se sienten con la autoridad para pretender acallar a quienes no comparten sus convicciones.

Resulta paradójico y elocuente que en el pasado, grupos de extrema derecha (no de derecha) acudían a esas mismas prácticas para intentar sabotear las actividades de la izquierda. Durante los años 60 en la UNAM, por ejemplo, la siniestra organización conocida como MURO irrumpía en asambleas o cineclubes para sabotear los eventos y agredir a sus promotores. Su "base de legitimación" era asegurar que se trataba de actividades promovidas por comunistas.

Quizá el episodio más dramático fue aquel del 28 de junio de 1981 cuando se presentaba en el teatro Juan Ruiz de Alarcón en Ciudad Universitaria la obra del dramaturgo Óscar Liera, "Cúcara y Mácara". "La noche de aquel domingo las personas que acudieron a ver la controvertida puesta en escena pensaron que los 60 jóvenes que se levantaron de las primeras filas, armados con chacos y trozos de varillas mojadas con ácidos, eran parte del elenco. (Pero) cuando oyeron los gritos y vieron la sangre regada por el escenario, el público sin entender qué pasaba, entró en pánico..." (Silvia Tomasa Rivera. "Parte del pasado inexorable", en Nexos 323, noviembre 2004). Enrique Pineda (director de la obra) y los actores fueron golpeados sin clemencia ante el estupor de los espectadores. Y en los días siguientes se levantó una fuerte ola de indignación que demandaba castigo para los culpables y que de facto se convirtió en un dique ante posibles futuras incursiones de los golpeadores.

No pretendo equiparar aquella agresión física con las más recientes agresiones verbales, precisamente porque no son lo mismo. No obstante, el puente que divide el insulto del golpe suele ser pequeño y fácil de cruzar. Me temo, sin embargo, que en la base de ambas actitudes se encuentra presente y bien aceitado el potente resorte de la intolerancia, la convicción profunda de que existe una sola verdad y que quienes no la comparten merecen ser tratados como herejes, apóstatas, criminales.

Pero he traído a cuenta aquellos episodios del pasado, porque entonces la izquierda era la víctima y grupos de extrema derecha, los victimarios. Y resulta más que insensato que ahora grupos organizados y amparados por supuestas causas de izquierda pretendan acallar a las voces que no les son gratas.

El grupo que intentó sabotear la apertura del Coloquio del Instituto de Jurídicas y las presentaciones de los libros de Camarena, Zepeda y Tello, se presenta a sí mismo como seguidor de Andrés Manuel López Obrador. "Es un honor estar con Obrador" es un grito que combinan con los insultos a quienes consideran "mentirosos", "traidores", "cómplices del usurpador". Y por supuesto le hacen un flaco favor al PRD, al Frente Amplio Progresista y al propio AMLO con su inaceptable conducta. ¿No sería conveniente, entonces, un claro y rotundo deslinde por parte de todos ellos en relación a esas fórmulas de acción y a esos grupos?

No nos acostumbremos a esas expresiones, no demos carta de naturalización a conductas que lo único que pueden fomentar es la intolerancia y la violencia, no minusvaluemos lo que es un claro síntoma de intransigencia fanática.


José Woldenberg, El Norte, 15 de marzo 2007

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