lunes, marzo 05, 2007

 

2 de julio

Winston Churchill tituló el cuarto de sus seis gruesos volúmenes sobre la Segunda Guerra Mundial "La encrucijada del destino". Se refería al año de 1940, el momento en que más cerca estuvo Hitler de obtener la victoria. John Lukacs, quien ha dedicado buena parte de su vida a estudiar la guerra, se ha concentrado precisamente en esos meses. Para entender lo que estaba en juego y apreciar el peso del liderazgo se ha empeñado en capturar los instantes más dramáticos de ese tiempo. Por eso ha puesto los meses del 40 bajo el microscopio, resaltando sus momentos cruciales. En una semana puede verse el denso enjambre de un drama secular. A través de la concentración del historiador en un lapso corto, se iluminan los peligros y las oportunidades del presente, el peso de las decisiones y el impacto del azar.

La memoria de los siglos tiende a borrar al hombre. Las coyunturas críticas, por el contrario, colocan una lupa sobre la acción: el camino se ilumina abierto a la decisión humana. La historia deja de ser el cuento de lo que tenía que haber sucedido para convertirse en una tensa narración de peligros y osadías. La historia que suele crecer con la lentitud del pasto a veces empaqueta en pocas horas hechos cargados de consecuencia.

Un ejemplo admirable de este trabajo de microhistoria -no por la pequeñez de la población estudiada, sino por la brevedad del tiempo en examen- es el nuevo libro de Carlos Tello Díaz, "2 de julio", publicado por Planeta. El primer domingo de julio del 2006 marca el origen de la más grave crisis política que haya vivido México en su historia reciente.

La narración comienza a las 8:00 horas, cuando el candidato Andrés Manuel López Obrador sale de su casa en Copilco para votar y termina a las 3:00 horas del día siguiente al regresar Felipe Calderón, como candidato triunfante, a su casa. La crónica hila lo anecdótico con lo crítico. Tras una cuidadosa investigación hemerográfica y una extensa lista de entrevistas, Carlos Tello restaura la memoria de un día.

El reportaje se sumerge en la fecha pero no se estanca en ella. Con notable talento narrativo parte del domingo para reconstruir los datos esenciales de una campaña corrosiva. Y de ahí mismo sale para adelantarse a la crisis poselectoral. Así podemos recordar el clima de la opinión que rodeaba la jornada electoral. Prácticamente todos los políticos, observadores independientes, ciudadanos y encuestadores, anticipaban una victoria de López Obrador. Vaticinada con tantos meses de antelación, parecía un hecho inevitable, a pesar de que los sondeos retrataban una competencia cerrada.

Podemos remembrar también el triunfalismo del campo lopezobradorista. La cúpula del PRD vivió el día preparando una fiesta. Carlos Tello no encuentra rasgo alguno que muestre señales de una trampa. Sin embargo, exhibe los errores y las imprevisiones de un árbitro que no anticipó, como era su deber elemental, el escenario más complejo que podía presentársele. El confuso discurso del presidente del órgano electoral, lejos de aclarar el panorama, resultó un manjar para mitógrafos y conspiratistas que proliferaron tras la elección. La sorpresa de julio exhibió los descuidos de unos y las deslealtades de otros. La crisis del 2006 nació de la negligencia y la soberbia.

A los pescadores de escándalo, debo decir que el libro de Carlos Tello Díaz no es particularmente revelador. Es cierto que hay un par de episodios que no eran del conocimiento público y que han generado, más que una controversia, una embestida contra el autor. Pero, a pesar de lo que sugiere el murmullo mediático, el ingrediente básico de este relato no son las revelaciones, sino la evocación de una memoria pública y fresca que se empolvó rápidamente con ficciones. La polémica periodística que ha suscitado la crónica se ha centrado en el develamiento de secretos y la divulgación de infidencias.

El núcleo del relato, sin embargo, es otro: la reconstrucción puntual de recuerdos comunes. Carlos Tello nos hace revivir lo que vivimos durante la jornada electoral. Su libro descubre muy poco, por ejemplo, al recordar el contraste de los cuarteles partidistas. Todos tenemos viva la imagen: mientras los panistas celebraban con espontaneidad, los perredistas, conmocionados con la sorpresa, tenían cara de sepelio mientras simulaban un festejo. "2 de julio" cuenta pocas historias que no conociéramos, pero nos ayuda a recordar lo que demasiado pronto quisimos olvidar.

Ahí encuentro la enorme aportación de esta crónica. Quienes denunciaron un fraude descomunal construyeron una fábula instantánea alrededor del dos de julio. Con una habilidad perversa, el caudillo derrotado supo aprovechar los tropiezos de la autoridad electoral y la hondura de nuestras desconfianzas para ingeniar la patraña de una estafa tan monumental como indemostrable. Cada uno de los alegatos resultó ser humo. Las distintas pruebas que ofrecieron se refutaban unas a otras: los votos faltantes no faltaban; el algoritmo maligno era una farsa ridícula, el fraude cibernético fue una ocurrencia; la trampa "a la antigüita" era igualmente insostenible.

Como sea, el hecho es que la fecha quedó impregnada de rumores, habladurías y cuentos. Lo más grave es que los aliados de López Obrador, sus asesores y voceros, los miembros de su partido, se hicieron cómplices de una aventura demencial que sabían infundada. Nadie dentro del núcleo se atrevió a decir que el caudillo iba desnudo. Al reconstruir nuestra historia reciente, Carlos Tello Díaz exhibe esa deshonestidad. Por eso recibe hoy una ráfaga de descalificaciones interesadas. Su libro sobrevivirá las invectivas. Será, sin duda, una pieza clave para entender el 2006.


Jesús Silva-Herzog Márquez, El Norte, 5 de marzo 2007

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