domingo, septiembre 03, 2006

 

Tácticas callejeras

No sé ustedes, pero a eso de las 7:20 de la noche del viernes percibí un ligero temblor de tierra indicando que la Patria suspiraba aliviada. El llamado "día del Presidente" transcurrió como desde hace mucho queríamos: sin discursos laudatorios interrumpidos por sonoros aplausos y/o las manifestaciones de primitivismo que aún padecen nuestros "representantes" (máscaras, mantas, orejas de burro, etc.). En su lugar, el Informe fue un mensaje televisado a la Nación donde lo más relevante fue enterarnos que el Shakespeare de San Cristóbal ya aprendió a rimar ("los mexicanos queremos armonía, no anarquía"; "es tiempo de prudencia, no de estridencia", etc.).

Después de mucho pedirlo, el Informe apoteósico ha muerto (¡viva el Informe!). Y, salvo las intervenciones en tribuna de la diputada Arvizu, de Alternativa, y el "speech" del Verde Ecologista Arturo Escobar, que -a su modo y desde su ideología- dieron voz a esos millones de mexicanos que ni simpatizamos con la estrategia mezquina de la izquierda radical, ni aplaudimos sin más el desempeño de la derecha clerical, la pérdida es mínima (a la Medea del PRI llévenla a desplegar sus dotes histriónicas en escenarios donde su partido no sea cómplice y principal causante de las desigualdades que tanto la hieren).

Por su parte, el Presidente Fox inauguró el cerebro (más vale tarde que nunca), cumplió con su obligación de entregar al Congreso el mamotreto de sus magros logros de Gobierno y se fue a su casa volando (literalmente). Aquí y allá, la fusión de "Panchos Villas" y "Panteras" (ahora Pancho Panteras) y demás joyitas que se cuelan en todo borlote que ofrezca oportunidad de camorra, intentaron lo suyo sin éxito. A la vista del cerco excesivo -pero necesario- del recinto Legislativo, AMLO se conformó con hacer acto de presencia en el Zócalo y mandar al diablo a las instituciones democráticas. El resto de los mexicanos volvimos a expresar nuestro ferviente deseo de llevar la fiesta en paz.

Pero decir que libramos con bien la primera de cuatro fechas fatídicas postelectorales no significa que el problema haya terminado, o que la decisión de negarle al Presidente el uso de la tribuna no sea lamentable. El del viernes fue el equivalente político del "cállate, chachalaca" que AMLO alguna vez le recetó a Fox, dejando en claro que el PRD exige para sí y los suyos derechos de expresión que no está dispuesto a concederles a los demás (¿qué no despotricarían los paleros del Sr. López contra la "derecha fascista" si a su líder se le negara el uso de la palabra en el Zócalo?).

Me van a perdonar los diputados y senadores del PRD, pero el uso de tácticas callejeras dentro el Palacio Legislativo está fuera de lugar. Y no lo digo yo: si mal no recuerdo, como partido político que es, el PRD y sus legisladores recibieron jugosas cantidades del erario con el único fin de dirimir sus muy respetables diferencias ideológicas y desahogar sus agravios por la vía del diálogo republicano y la negociación inteligente, no por medio del sabotaje ritual y/o la repetición de villancicos políticos infraneuronales ("sufragio efectivo, no imposición", "mira cómo beben los peces en el río").

Al aceptar dinero del erario para promoverse como opciones políticas, tomar protesta como representantes electos y aceptar por sus servicios una remuneración con dinero público, los legisladores del PRD se comprometieron, junto con las demás fuerzas políticas, "a conducir sus actividades dentro de los cauces legales y ajustar su conducta y la de sus militantes a los principios del Estado democrático" tal y como lo dicta el artículo 66 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe). No permitir al Presidente de la República el uso de la palabra es violar ese acuerdo.

Nadie malinterprete, yo no abogo porque los legisladores del PRD renuncien a sus convicciones políticas o sean una oposición agachada; sino que respeten los cauces y la vida institucional que les da de comer y hace posible (y deseable) su influencia sobre las decisiones que a todos nos atañen. Con menos rollo: si como ciudadanos privados, los legisladores del PRD quieren asistir a las verbenas de su líder y mandar al diablo a las instituciones democráticas, que lo hagan. Pero como gobernantes y legisladores ya es hora de que los perredistas decidan si van apoyar la vida institucional y el diálogo democrático o si prefieren declararse al margen de las instituciones, incluida la que les reparte millones de pesos de nuestros impuestos con la única condición de que, como políticos, respeten el pacto republicano que nos permite -pese a todas nuestras diferencias- ser libres y vivir en paz.

Claudia Ruiz Arriola, El Norte 
sherpa01@gmail.com

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