jueves, septiembre 07, 2006
Militantes y electores
El proceso electoral, en términos legales, ha finalizado. No obstante, el litigio político, por desgracia, rebasa y con mucho los tiempos y los conductos legales para procesar las controversias suscitadas por la elección. Ha llegado la hora de que cada fuerza política haga su balance y fije con claridad su línea de comportamiento. En especial, la Coalición por el Bien de Todos, que logró la votación más elevada en la historia de la izquierda (tanto en términos absolutos como relativos), tiene ante sí una delicada definición.
Por supuesto serán ellos y sólo ellos, especialmente su dirigente principal Andrés Manuel López Obrador, los que tomarán las decisiones que juzguen pertinentes; pero por la fuerza y la centralidad que ha logrado la Coalición el tema incumbe a todos. No estamos ante una corriente marginal o anodina, sino todo lo contrario, y por ello lo que le suceda impactará al escenario político nacional, o como se decía antes, "a la correlación de fuerzas".
Y en esa perspectiva, tengo la impresión que el primer reto de la Coalición es el de trascender el cerco de los militantes convencidos, para no perder los puentes de contacto y comunicación que logró construir con los electores. Intento explicarme.
Hace más de medio siglo, Maurice Duverger publicó un libro que se convertiría en un clásico: "Los Partidos Políticos" (Fondo de Cultura Económica. México. Traducción de Julieta Campos y Enrique González Pedrero). Ese texto abrió una serie de puertas para acercarse al estudio de esas maquinarias imprescindibles para la reproducción del sistema democrático, pero al mismo tiempo cargadas de pulsiones sectarias que se irradian hacia todo el cuerpo social.
Entre muchos otros temas, Duverger incursionaba en las diferentes formas de adhesión que tienen los militantes, los simpatizantes y los electores hacia los partidos; escudriñaba su naturaleza, la dinámica entre esos tres "círculos" y no lograba establecer ninguna correlación entre el crecimiento de unos y otros. En algunos casos constataba que mientras crecía la afiliación al partido, decrecía su número de votos y a la inversa.
Los electores son aquellos que, como su nombre lo indica, sufragan por un partido, pero su compromiso inicia y acaba con ese acto. Los simpatizantes, una "noción vaga" según el propio Duverger, son algo más que electores, ya que "reconocen su inclinación hacia el partido; lo defienden, y lo apoyan en ocasiones financieramente". Y los militantes son "los miembros del partido, elementos de su comunidad" (p. 120). Y agregaba: "La comunidad de partido presenta un carácter innegable de comunidad cerrada, replegada sobre sí misma; parece vivir siguiendo leyes propias, diferentes a las leyes de la comunidad nacional donde está incluida; posee un ritmo de desarrollo especial" (p. 114). Los militantes son la columna vertebral de la organización, aquellos miembros activos, quienes asisten a las reuniones, participan en las movilizaciones y difunden las consignas. Son los más fieles y quizá también los más decididos.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que Duverger indagaba en las relaciones entre militantes y votantes, pero da la impresión que algunas de sus indicaciones siguen siendo pertinentes en la hora actual. Porque lo peor que le puede pasar a la Coalición es confundir la dinámica de los militantes, los movilizados, los activos (estén o no afiliados a algún partido de la Coalición) con la de los simpatizantes y, peor aún, con la de los votantes. El problema, sin embargo, reside en que estos últimos, por definición, no están presentes en el plantón, no comparecen en las marchas, no asistirán a la Convención Nacional Democrática, y por ello su voz difícilmente puede ser escuchada.
Por el contrario, los miembros activos, los que viven la causa con una enorme emoción y un profundo fervor, los hiperpolitizados, tienden a generar de manera natural un cerco que retroalimenta sus pulsiones y deseos. Se encuentran en los mítines y asambleas, en las marchas y los plantones, se reafirman en sus convicciones al observarse y reconocerse en sus compañeros. Se ven al espejo y creen -y ése es el problema mayor- que son una muestra representativa de los simpatizantes y votantes. Se genera así un circuito de enajenación colectiva que es difícil de romper.
Sólo así se pueden entender iniciativas tan impopulares (incluso entre los simpatizantes y votantes de la Coalición) como las del plantón en Reforma, Juárez, Madero y el Zócalo, o la de la toma de la tribuna el día del no informe presidencial. Se trata de acciones generadas en el seno de la comunidad de los convencidos que por supuesto dejan satisfechos a los militantes, pero que (creo) tienden a construir una fractura -que puede crecer aún más- con los simpatizantes y los votantes. Ahí están los datos de la encuesta telefónica nacional de Grupo REFORMA publicada el 2 de septiembre. A la pregunta de si "¿Aprueba o desaprueba que los legisladores del PRD hayan tomado la tribuna de la Cámara de Diputados?", el 15 por ciento dijo que la aprobaba, el 76 por ciento que la reprobaba y el 9 por ciento no emitió opinión.
El drama es mayor, sin embargo, si se toma en cuenta que el destino mejor para los componentes de la Coalición es el de seguir participando en sucesivas contiendas electorales -que por cierto les han dado muy buenos resultados-, por lo que puede convertirse en suicida una política que sólo atienda las necesidades de los militantes, dándole la espalda a los votantes. Ese universo mayoritario de voluntades fluctuantes que hay que saber representar para, luego, eventualmente ganar.
Por supuesto serán ellos y sólo ellos, especialmente su dirigente principal Andrés Manuel López Obrador, los que tomarán las decisiones que juzguen pertinentes; pero por la fuerza y la centralidad que ha logrado la Coalición el tema incumbe a todos. No estamos ante una corriente marginal o anodina, sino todo lo contrario, y por ello lo que le suceda impactará al escenario político nacional, o como se decía antes, "a la correlación de fuerzas".
Y en esa perspectiva, tengo la impresión que el primer reto de la Coalición es el de trascender el cerco de los militantes convencidos, para no perder los puentes de contacto y comunicación que logró construir con los electores. Intento explicarme.
Hace más de medio siglo, Maurice Duverger publicó un libro que se convertiría en un clásico: "Los Partidos Políticos" (Fondo de Cultura Económica. México. Traducción de Julieta Campos y Enrique González Pedrero). Ese texto abrió una serie de puertas para acercarse al estudio de esas maquinarias imprescindibles para la reproducción del sistema democrático, pero al mismo tiempo cargadas de pulsiones sectarias que se irradian hacia todo el cuerpo social.
Entre muchos otros temas, Duverger incursionaba en las diferentes formas de adhesión que tienen los militantes, los simpatizantes y los electores hacia los partidos; escudriñaba su naturaleza, la dinámica entre esos tres "círculos" y no lograba establecer ninguna correlación entre el crecimiento de unos y otros. En algunos casos constataba que mientras crecía la afiliación al partido, decrecía su número de votos y a la inversa.
Los electores son aquellos que, como su nombre lo indica, sufragan por un partido, pero su compromiso inicia y acaba con ese acto. Los simpatizantes, una "noción vaga" según el propio Duverger, son algo más que electores, ya que "reconocen su inclinación hacia el partido; lo defienden, y lo apoyan en ocasiones financieramente". Y los militantes son "los miembros del partido, elementos de su comunidad" (p. 120). Y agregaba: "La comunidad de partido presenta un carácter innegable de comunidad cerrada, replegada sobre sí misma; parece vivir siguiendo leyes propias, diferentes a las leyes de la comunidad nacional donde está incluida; posee un ritmo de desarrollo especial" (p. 114). Los militantes son la columna vertebral de la organización, aquellos miembros activos, quienes asisten a las reuniones, participan en las movilizaciones y difunden las consignas. Son los más fieles y quizá también los más decididos.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde que Duverger indagaba en las relaciones entre militantes y votantes, pero da la impresión que algunas de sus indicaciones siguen siendo pertinentes en la hora actual. Porque lo peor que le puede pasar a la Coalición es confundir la dinámica de los militantes, los movilizados, los activos (estén o no afiliados a algún partido de la Coalición) con la de los simpatizantes y, peor aún, con la de los votantes. El problema, sin embargo, reside en que estos últimos, por definición, no están presentes en el plantón, no comparecen en las marchas, no asistirán a la Convención Nacional Democrática, y por ello su voz difícilmente puede ser escuchada.
Por el contrario, los miembros activos, los que viven la causa con una enorme emoción y un profundo fervor, los hiperpolitizados, tienden a generar de manera natural un cerco que retroalimenta sus pulsiones y deseos. Se encuentran en los mítines y asambleas, en las marchas y los plantones, se reafirman en sus convicciones al observarse y reconocerse en sus compañeros. Se ven al espejo y creen -y ése es el problema mayor- que son una muestra representativa de los simpatizantes y votantes. Se genera así un circuito de enajenación colectiva que es difícil de romper.
Sólo así se pueden entender iniciativas tan impopulares (incluso entre los simpatizantes y votantes de la Coalición) como las del plantón en Reforma, Juárez, Madero y el Zócalo, o la de la toma de la tribuna el día del no informe presidencial. Se trata de acciones generadas en el seno de la comunidad de los convencidos que por supuesto dejan satisfechos a los militantes, pero que (creo) tienden a construir una fractura -que puede crecer aún más- con los simpatizantes y los votantes. Ahí están los datos de la encuesta telefónica nacional de Grupo REFORMA publicada el 2 de septiembre. A la pregunta de si "¿Aprueba o desaprueba que los legisladores del PRD hayan tomado la tribuna de la Cámara de Diputados?", el 15 por ciento dijo que la aprobaba, el 76 por ciento que la reprobaba y el 9 por ciento no emitió opinión.
El drama es mayor, sin embargo, si se toma en cuenta que el destino mejor para los componentes de la Coalición es el de seguir participando en sucesivas contiendas electorales -que por cierto les han dado muy buenos resultados-, por lo que puede convertirse en suicida una política que sólo atienda las necesidades de los militantes, dándole la espalda a los votantes. Ese universo mayoritario de voluntades fluctuantes que hay que saber representar para, luego, eventualmente ganar.
Jose Woldenberg