miércoles, septiembre 06, 2006

 

La verdad legal

Hay diminutivos que joden. Si López Obrador admite, o promueve, que su Convención lo nombre Presidente, pasará de ser loco -calificativo que ya le dan muchos mexicanos- a ser loquito, categoría que conlleva la burlona nota de inofensivo o inocuo. Procure AMLO conservar al menos la dignidad de la derrota, y no convierta su drama en un sainete. Los mexicanos ya tenemos Presidente electo: se llama Felipe Calderón. Así lo indicaron las urnas; así lo determinó la suprema autoridad electoral, cuyo dictamen es la verdad legal, absoluta, inatacable, la que otorga ese bien social valioso que es la certidumbre.
 
Quien no acate esa determinación tiene como única alternativa echarse al monte, es decir marginarse de la civilidad, segregarse de la vida comunitaria y convertirse en bandolero. Andrés Manuel López Obrador perdió la elección. (Si lo duda, lea hoy los periódicos). El dictamen del Trife es, desde el punto de vista jurídico, impecable. Quizá su presentación fue menoscabada por las loas que entre sí cambiaron los señores magistrados, alguno de los cuales, al referirse a la elocuencia y sabiduría de sus compañeros, llegó al extremo de lo ditirámbico. Pero eso, mero detalle, se puede condonar, sobre todo si se contrasta con la aspereza y las patanerías que mostró el Poder Legislativo en la fallida ceremonia del Informe.
 
Entre los muchos errores que AMLO y sus asesores cometieron estuvo haber ejercido presión sobre el Tribunal Federal Electoral. La exhibición que hicieron los perredistas de las fotografías de los magistrados fue un acto que pareció amenaza. Alguna vez fui abogado -entiendo que eso no se quita-, y en mi ejercicio aprendí algo de la psicología del juzgador. Aprendí, por ejemplo, que cuando un juez se siente presionado por alguna de las partes en conflicto, o por las dos, lo que hace es blindarse, protegerse contra cualquier acusación de parcialidad, a fin de que su decisión no sea impugnada. A fin de lograr eso se ajusta estrictamente a la letra de la ley; evita toda interpretación subjetiva, toda exégesis. Si alguna esperanza tuvieron AMLO y sus paniaguados de que el Tribunal aplicara la causal de nulidad abstracta, esa esperanza se desvaneció en el ambiente de crispación, y aun de linchamiento, que crearon los perredistas en torno de los magistrados.
 
En efecto, la aplicación de esa causal es eminentemente subjetiva; se finca en valoraciones que no derivan de la norma, sino del criterio del juzgador. La presión ejercida por los perredistas fue tal, que los magistrados evadieron toda postura personal y se atuvieron estrictamente a la normatividad. En eso actuaron con absoluta corrección. La nulidad de un acto jurídico, en efecto, equivale a una sanción, y ninguna de las personas o instituciones que influyeron indebidamente sobre el proceso electoral lo hizo en forma tal que lo afectara decisivamente. Tenemos ya, pues, Presidente electo.
 
Y lo primero que le digo a Calderón en tal carácter es que no me gusta la idea de esa celebración en la plaza de toros. No es la hora del triunfalismo, sino de la humildad. Quien será el próximo Presidente de los mexicanos debe acercarse a los millones de compatriotas que no votaron por él, y esa fiesta de la victoria lo separa de ellos. Una apoteosis así, a más del riesgo de confrontaciones que presenta, no aporta nada al esfuerzo que ahora Calderón debe realizar: el diálogo, la conciliación, el acercamiento con las fuerzas que todavía se le oponen. No debe haber mexicanos que celebran la victoria y mexicanos que lloran la derrota o la rechazan, iracundos. Hoy debe haber sólo mexicanos. Si López Obrador no entiende eso, y actúa con mezquindad, Calderón sí lo debe entender. Le corresponde entonces actuar con magnanimidad... FIN.

Armando Fuentes Aguirre, Caton 
afacaton@prodigy.net.mx


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