martes, septiembre 05, 2006

 

Al diablo con sus instituciones...

"¡Que se vayan al diablo con sus instituciones!". El grito no puede ser más claro. Pocos pueden sorprenderse por su nitidez. El alarido se ha ido construyendo pacientemente. Hay dos mensajes en la exclamación. En primer lugar, la convicción de que las instituciones no son parte de la arquitectura de la democracia sino material de desecho. En segundo lugar, la certeza de que las instituciones no son patrimonio colectivo sino artificios de unos en contra de otros. Al carajo con las instituciones. Nada le dieron al país; ningún futuro le ofrecen. La ruta es la autenticidad de una política desprovista de las odiosas leyes e institutos. Un mundo que pueda corear alegremente un monosílabo. La legitimidad se recobrará en una fiesta de aliados. Las instituciones caducas, corruptas e inservibles deben hacerse a un lado. Contra la institucionalidad facciosa, la aclamación del amado líder.

Es probable que a nadie sorprenda el grito. Ha habido tantos anticipos del mensaje que ni siquiera fijamos la vista en él. Vale la pena, sin embargo, tratar de hacerlo porque lo que pretende desechar es demasiado valioso para todos, empezando, por cierto, por los seguidores de quien lanza el dardo. Las instituciones mexicanas podrán ser una colección de lacras e insuficiencias. No tienen, sin embargo, el carácter tenebroso, enfáticamente oscuro y perverso que se les pretende asignar. Dejo la defensa de las instituciones de la neutralidad para otro momento. Defiendo ahora la institucionalidad de lo parcial. En efecto, las malditas instituciones democráticas expresan esas dos lógicas: la lógica del arbitraje y la lógica de la competencia. Por un lado, constituyen una plataforma de imparcialidad; por otro, animan rivalidades y encauzan conflictos.

No se conecta con la experiencia de los mexicanos de hoy la acusación de que las instituciones tienen propietario. El pluralismo político no es una aspiración sino la rutina ordinaria de millones. Y ese pluralismo no es más que la canalización de los múltiples órganos de la diversidad. Decir que las instituciones son de ellos, es desconocer que la izquierda ha logrado construir un órgano, por cierto muy exitoso como gobierno, para expresar su visión del mundo y para decidir. Decir que las instituciones deben mandarse al caño es colocar en esa ruta al Partido de la Revolución Democrática. ¿Qué otra cosa es el PRD si no un instituto de la democracia mexicana? ¿Qué cosa es si no forma parte de un complejo tejido de reglas y procedimientos? Tirar al barranco el gobierno de la Ciudad de México, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Quemar los gobiernos de Zacatecas, de Michoacán, de Tlaxcala, de Baja California Sur, de Guerrero. Seguir este razonamiento es cancelar el futuro electoral de la fuerza emergente más vital del escenario mexicano. Al diablo el voto, las alcaldías, las votaciones en el congreso. No hay que darle muchas vueltas, el grito reciente contiene un llamado al sacrificio de una de nuestras instituciones más importantes: el PRD. Al diablo el Partido de la Revolución Democrática.

¿Puede el PRD seguir esta ruta suicida a la que ha sido convocado? Los espectáculos recientes revelan que la disputa interior es seria y que el desenlace es incierto. Los candidatos perredistas que ganaron asientos en alguna asamblea del congreso federal asumieron su responsabilidad puntualmente. Curiosamente, ganaron sus posiciones en la misma votación que tanto cuestionan. Fueron electos por los mismos ciudadanos, el mismo día, con las mismas reglas. La elección fue conducida por el mismo órgano y con los mismos candados de seguridad. Los legisladores perredistas asumen que una elección fue inmunda y la otra, su gemela, inmaculada. La coherencia de la tesis está a la vista, pero lo relevante es que tomaron posesión de sus cargos. No mandaron al diablo al Congreso, ocuparon su sitio dentro.

Dentro, pero no plenamente. Una parte del cuerpo del PRD está dentro de las instituciones, otra está fuera, combatiéndolas, excavando por debajo de sus cimientos, buscando su caída. La posición de los perredistas el 1 de septiembre retrata esta grotesca incoherencia: titulares de una representación institucional, impidiendo el funcionamiento del órgano al que pertenecen. Diputados y senadores boicoteando la sesión de la institución a la que se deben. Parlamentarios saboteando al parlamento. El PRD perjudicando al PRD. ¿No se dan cuenta los perredistas que la casa que están tratando de demoler nos aloja a todos? Más allá de la retórica del incendio purificador, no se percatan que el edificio que apalean es nuestro espacio común? ¿No la ven realmente como construcción propia? Es claro que el caudillo llama a quemarlo todo. Pero, ¿puede su partido acompañarlo en esta tarea?

Ya sabemos que la ceremonia del informe es un ritual hueco y antipático. Sabemos también que hay un grupo enfadado y ofendido por la conducta muchas veces impertinente del Presidente de la República. Pero impedir que el Congreso sesione es una afrenta que debe tomarse con toda seriedad. El hecho de que la jornada del 1 de septiembre haya terminado sin sangre, no debe llevarnos a trivializar lo sucedido. Se impidió que un poder de la república sesionara. Por la fuerza se canceló el derecho de los adversarios de usar la tribuna común. No presenciamos un espectáculo intrascendente. Que el Presidente haya hablado desde su casa puede parecer banal. No lo es: quienes le impidieron el acceso al estrado declararon su disposición de usar su espacio institucional en contra de las instituciones. Deslealtad democrática en escena. Esto no es solamente un acto contraproducente para su causa. Es el aviso de un atentado. Una cosa es clara: mandar al diablo las instituciones es mandar al diablo la democracia liberal.
Jesús Silva-Herzog Márquez, El Norte

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