domingo, febrero 14, 2021

 

Polvos de aquellos lodos

En estos tiempos un buen analista político debería seguir siempre esta recomendación: desconfía de los dueños de verdades absolutas. En los días que López Obrador convaleció de Covid, fermentando sus rencores y cimentando la "firmeza de sus ideas", sus obedientes subalternos enfrentaron varios problemas con una sola voz. Desde Olga Sánchez Cordero, en los días en que se hizo cargo con visible reticencia del podio de las mañaneras de su jefe y patrón, hasta Claudia Sheinbaum -que olvida todos los días que los votos que la llevaron a gobernar la CDMX le otorgaron un poder propio- y el inefable mentiroso de López-Gatell, nos impusieron una visión de las cosas que no tiene nada que ver con la realidad. No pudieron darle la vuelta a la pandemia de Covid como ha tratado de hacerlo López Obrador -un accidente pasajero responsabilidad del virus y sus huéspedes irresponsables-, porque desde enero han muerto cerca de 1,500 mexicanos al día y no hay vacunas para contener la pandemia.

 

Ellos hablan, como López Obrador, desde la extraña convicción de que la palabra del gobierno es incontestable. El único proyecto que tienen es el estatismo -todo al servicio del Estado-. Frente a las muchas crisis que enfrentamos, el único medio válido es la "rectoría del Estado".

 

Los orígenes de esta convicción autoritaria se pierden en el tiempo: todo aprendiz de dictador ha tratado de conquistar y conservar a toda costa los hilos del poder. Pero en México heredamos la fe en esa rectoría del Estado hace décadas.

 

Toda la historia está ahí, atrás del recuento de la compleja amistad entre Octavio Paz y Carlos Fuentes que Malva Flores investigó y recopiló en su nuevo libro Estrella de dos puntas. El origen es Cuba. La lectura del nacimiento de la corrección política que convirtió al castrismo en un dogma inapelable es apasionante.

 

Paz no creía en las verdades absolutas. Muy temprano, después del triunfo de Castro, le escribió a su amigo argentino José Bianco: "Comprendo tu entusiasmo... Pero tampoco me agrada la revolución de Castro. No es lo que yo quería". Acabó en el polo opuesto de Carlos Fuentes, que se convirtió en el mejor vocero posible de Fidel Castro.

 

No fue sólo Fuentes. Muchos escritores y periodistas viajaron en tropel para apoyar a la revolución en 1959 y a principios de los sesenta. Los nombres están ahí, en el gran libro de Malva Flores. Cuba era el centro del mundo. Quienes se sumaron a las filas del castrismo cantaron los "avances" de la revolución: el establecimiento de cooperativas de consumo y agrícolas a precios bajísimos, reforma agraria y educativa. Todo terminó en el desastre económico, y así hubiera sido con bloqueo gringo o sin él. La lección desde México, que pocos quisieron leer, era el fracaso evidente desde antes de los años cincuenta de la reforma agraria y educativa de Lázaro Cárdenas, que apoyó abiertamente a Castro desde el triunfo de la Revolución cubana.

 

Lo que sí vieron y justificaron desde 1959 todos esos escritores y periodistas que apoyaban a Castro, con Fuentes a la cabeza, fueron los juicios, encarcelamientos y ejecuciones que fueron desde el principio parte del proyecto castrista. Brincaron del apoyo condicionado, que debe ser el punto de partida de cualquier crítico, al fanatismo sectario. Y diseminaron como maestros en el medio académico, y como periodistas, desde revistas y suplementos, el mito de que el camino a la libertad en América Latina era el experimento cubano. Castro y su estatismo se volvieron intocables: la verdad absoluta.

 

Y en el mito nos quedamos atrapados. Octavio Paz y Carlos Fuentes siguieron su camino al desencuentro. Paz renunció a la embajada de la India como protesta por Tlatelolco y regresó a México a cumplir un sueño de decenios: fundar Plural, una revista dedicada a la defensa de las libertades y la democracia. Fuentes decidió poner su prestigio y su carisma al servicio del gobierno de Echeverría, firme creyente, como López Obrador, de la rectoría del Estado y de acotar las libertades individuales y a la sociedad civil.

 

Fuentes ganó esa batalla: Echeverría acabó con Excélsior, el diario que abrigaba a Plural. Y probablemente ganó también post mortem la que ha alimentado a una izquierda sectaria que insiste en aplicar en México un proyecto político en contra de las lecciones de la historia, cimentado en el mito de que el predominio absoluto del Estado sirve.

 

Isabel Turrent

 


Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?