sábado, julio 04, 2020

 

Los "adversarios"

El miércoles se cumplieron dos años de la elección que llevó a Andrés Manuel y su 4T a presidir el Gobierno federal, la Cámara de Diputados, el Senado, así como uno que otro estado de la República.

 

Aquellas manifestaciones de algarabía por el triunfo, por el cambio verdadero, por la cuarta transformación, por el primero los pobres y el aniquilamiento de la corrupción duraron apenas un poco más que el confeti en caer al piso.

 

Es cierto que durante muchos meses los obsesionados con medir la aprobación popular no dejaban de cuestionarse el misterio de sus cifras que parecían sostenidas a pesar de los vaivenes del poder y de los evidentes tropiezos.

 

Aún hoy, que ha caído a un 56 por ciento, los números hablan de un respaldo leal y fiel que sólo cree y tiene esperanza, sin importar nada más.

 

Creer y confiar. Eso.

 

Si antes nuestro País ya era la desigualdad personificada, la pobreza andante, la corrupción hirviente, la violencia rampante y el tejido deshecho, los escasos avances y el montón de retrocesos a los que se les ha unido el Covid-19 con todos sus efectos devastadores en todos sentidos lo ha venido a agravar más.

 

Así que se entiende. Para muchos es creer y confiar: respaldar, porque no hay otra opción a la cual asirse.

 

Para otros sí es cuestionar, confrontar, recordar promesas, vigilar, mantenerse atentos, desconfiar, emprender, involucrarse, abrir alternativas, construir a pesar de seguir teniendo todo en contra. Reclamar, exigir, quejarse.

 

Por supuesto que se entiende. Justo es contrapeso, fuerza para romper la inercia, oponerse.

 

Así hemos transitado nuestra incipiente democracia y este sexenio no tendría por qué ser la excepción. Fox y Martita, Calderón y Margarita, Peña Nieto y "La Gaviota" han tenido no pocos detractores, así como fieles defensores.

 

Las reglas de la democracia dicen que gana al que elige la mayoría, y se trata de transitar un periodo con ellos esperando salir lo menos dañado, no se trata de terminarlos queriendo ni mucho menos de aplaudirles cada cosa.

 

Es inevitable que se generen odios y pasiones, es inevitable que se crispen los ánimos, es inevitable que todos pensemos que los nuestros lo harían mucho mejor y que sigamos pensando distinto. Lo curioso es que al parecer no hemos aprendido nada y este sexenio esa tensión se promueve desde el mismísimo micrófono del poder.

 

Hemos tenido dos años de declaraciones que ya han caído en la monotonía y en el recurso multiuso: Bartlett y su fortuna: son nuestros adversarios; las casas de Ackerman: son nuestros adversarios; Dos Bocas: son nuestros adversarios; el Tren Maya: son nuestros adversarios; el narcotráfico: son nuestros adversarios; las compras sin licitación: son nuestros adversarios; el desastre en el aumento de violencia: son nuestros adversarios; el huachicol: son nuestros adversarios; y tómese la libertad de cuestionar cualquier cosa, la respuesta siempre será la misma: nuestros adversarios.

 

"Nuestros adversarios", personas culpables de señalar los hechos, no de los hechos en sí. Si bien es cierto que el reto de gobernar México es, la mayor parte del tiempo, una misión imposible, esperar responsabilidad básica y diálogo abierto es apenas un requisito básico.

 

Repartir culpas, y siempre a la misma entidad, no sólo cansa, sino que pone en evidencia un desgano y una terrible falta de creatividad hasta para buscar excusas.

 

De AMLO ya sabíamos qué podíamos esperar: mucha repetición, un discurso lento, elementos sorpresivos como de pronto meter estampitas en temas sanitarios o recomendar la dieta mesoamericana y el potencial alimentario de los frijoles, el maíz y el arroz, y siempre, siempre, escurrirse para no ser responsable de algo que va mal.

 

De quien sí no sabíamos casi nada era de su esposa, una mujer con doctorado en Teoría Literaria y de la que conocíamos sus incursiones en el canto, desde trova y baladas de contenido motivacional, pacífico, positivo.

 

Sabíamos también que no quiso ostentar el cargo de primera dama y que esa figura un tanto anquilosada quedó suprimida al inicio del sexenio. La conocíamos poco, pero su perfil nos prometía mucho.

 

Muy respetable que decidiera mantenerse al margen de la función pública, pero muy decepcionante que, ante su agresivo desliz en redes sociales en el que contestó airadamente a quien le pidió recibir a los padres de niños con cáncer que buscan medicinas para sus hijos, a la hora de reconocer su error y ofrecer disculpas, culpó, para no perder la costumbre, a los adversarios de su señor esposo.

 

Sofía Orozco


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