domingo, mayo 31, 2020

 

Populismo: medicina milagro

El populismo es una amenaza existencial a la democracia. Quebranta una vida cívica abierta, tolerante, plural.

 

En Nuevo León hemos sufrido el populismo desde varios frentes, con actores y discursos diferentes, pero con resortes comunes: un discurso contrario a la evidencia y una oposición al pluralismo.

 

Recetas simplonas al problema de seguridad, invitaciones al conflicto sobre el federalismo fiscal y agendas educativas dogmáticas reflejan un discurso público contaminado.

 

En cada caso se simplifica la realidad, se niega la evidencia y se concibe al pueblo en singular: una masa homogénea amenazada por enemigos oscuros.

 

Seguiremos teniendo políticos oportunistas mientras la mercadotecnia populista sea exitosa, y seguirá siendo exitosa mientras, como ciudadanos, compremos la medicina-milagro de una política sin sustento analítico.

 

Debemos estar especialmente atentos cuando un político dice lo que queremos escuchar. Por ejemplo, la promesa de menores precios de la gasolina detona un botón mágico: esa política nos beneficia a cada uno de nosotros, aunque al final nos perjudique a todos.

 

El beneficio (aparente) es tangible; su costo, distante. Que el planeta se caliente y respiremos basura es irrelevante para un populista.

 

¿Quién no recuerda al Senador Samuel García en una gasolinera en Texas denunciando los altos precios en México? El Senador argumentará que quiere gasolina barata, pero también de mejor calidad -falta quien recoja la factura. No dice nada original, sino tan sólo lo que queremos escuchar.

 

La propaganda populista ofrece resultados inmediatos a problemas complejos. En la campaña presidencial se prometían paz y seguridad inmediatas y sacar al Ejército de las calles. ¿Quién no recuerda a Tatiana Clouthier ofreciendo piadosamente en campaña condolencias a las víctimas de la violencia? No faltaba el cierre publicitario: "La guerra debe terminar".

 

El mensaje simplón fue preludio de la militarización creciente en una Administración federal hoy incapaz de crear instituciones civiles de seguridad y detener la violencia.

 

La mercadotecnia populista siempre es corrosiva. Si queremos que un niño en Oaxaca tenga las mismas oportunidades de educación que uno en Sonora, los Estados ricos deben aportar más.

 

Los contribuyentes en Estados ricos somos vulnerables al discurso simplista. Cierto, el federalismo fiscal requiere una reforma: la dependencia tributaria debilita la capacidad estatal y la rendición de cuentas.

 

Pero el problema es complejo, las promesas populistas son ingenuas. Regresemos al Senador García, quien no podía perder la oportunidad y afirmar que "Nuevo León pone toda la carne y nos dan una sola quesadilla, pero Oaxaca, Guerrero, Chiapas se llevan los ribeysones (sic)".

 

El discurso populista siempre divide: nosotros contra ellos. El separatismo catalán, con otra receta culinaria, ofrece el mismo mensaje.

 

El Congreso local propuso en la Ley de Educación la obligación de que la educación despierte "conciencia sobre el respeto a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural". La tragedia de una niña violada por su padre y el dilema de una decisión extrema de la eutanasia desaparece del aula por dictado popular.

 

Asomó también el absurdo PIN parental. La educación debe ser fuente de conocimiento, reflexión y diálogo. Juan Pablo II concebía a la educación como "una relación creativa con la verdad". La creatividad se cancela cuando una verdad se impone.

 

Preocupa que dos de los principales precandidatos a la Gubernatura de Nuevo León sean incapaces de procesar y comunicar problemas complejos o, de plano, falten a la verdad por ventajas políticas.

 

No obstante, el problema no radica en ellos, sino en nosotros, el pueblo en plural. Mientras los ciudadanos compremos recetas mágicas o cartillas morales desde el poder, los oportunistas nos seguirán manipulando.

 

En contraste, el pluralismo reconoce la complejidad de nuestra comunidad y la responsabilidad de todos frente a problemas comunes. Adopta los mejores instrumentos para resolverlos y reconoce al otro como interlocutor siempre legítimo.

 

Es la hora de iniciar un diálogo más fructífero y razonado. No será fácil.

 

Rodrigo Morales Elcoro

El autor es director de la Maestría en Derecho de los Negocios, de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey.


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