lunes, agosto 28, 2017
Farsa, simulación y trampa
El caudillismo se consagra cuando se vuelve incuestionable.
Nadie le ha preguntado al dirigente nacional de Morena cómo se elegirá al candidato presidencial de ese partido. A nadie se la ha ocurrido.
No hay encuentro con el presidente del PRI, del PAN, del PRD que no lleve a la pregunta de la candidatura presidencial. Hasta a los dirigentes del Partido Verde los cuestionan sobre su proceso de designación. Al dirigente de Morena nadie le pregunta sobre ese asunto.
¿Qué método seguirá Morena para designar a su candidato? ¿Quiénes aspiran a la candidatura presidencial de Morena? ¿Habrá debates internos? Obviamente no hace falta hacer las preguntas. El partido tiene dueño y sirve a una ambición.
Sabemos que al propietario no le agradan las entrevistas, a menos de que sean, en realidad, halagos. Si alguien le pregunta cómo enfrentará a la mafia del poder, pronunciará con convicción una de las cinco frases que repite constantemente.
Tal vez se le ocurra decir que hay aves y que hay pantanos y que el lodo jamás lo mancha. Pero si algún periodista osa cuestionar sus alianzas o sus silencios, contestará indignado por la insinuación. El caudillo descalificará al periodista y le dará una lección sobre su oficio. La honestidad es cuestionar a los mafiosos, no al dechado de la virtud, sermoneará.
Para López Obrador no hay mexicano honesto que no sea su admirador. Quien duda de él forma parte de la mafia.
Lo notable, digo, es que aún en los intercambios tensos que ha tenido con la prensa, la pregunta sobre la candidatura presidencial es absurda, inimaginable. A nadie (que yo sepa) se le ha ocurrido preguntarle al dirigente nacional de Morena quién será el candidato a la Presidencia de ese partido. Nadie lo duda.
Todos los partidos, menos Morena, tienen baraja. En Morena hay dueño y séquito. En todos los partidos hay competencia, aunque en pocos es abierta y aún en menos, democrática. Pero podemos entretenernos con los tapados priistas, con los pleitos dentro del PAN, con la ocurrencia del Frente o con los ambiciosos sin partidos.
No es trivial: la pluralidad de proyectos, estilos, ambiciones constituye su patrimonio democrático.
En los partidos ha de haber juego, espacio para la competencia y el desacuerdo. Ha de haber también mecanismos abiertos y públicos para resolver sus controversias. Parlamentaria, tribal o cortesana, la disputa por las candidaturas es perceptible en todas las formaciones políticas -salvo en ésa que monopoliza "la esperanza de México". Esa esperanza, lo sabemos bien, depende de la victoria de un santo.
El proceso de Morena para designar al candidato a la Alcaldía de la Ciudad de México ha sido grotesco. Se ha elegido a una candidata sin elección alguna; se ha invocado una encuesta que no puede ser considerada encuesta; se ha designado a una candidata a la que no debemos llamar candidata. Una farsa, envuelta en una simulación dentro de una trampa.
No deja de ser simpático que el grupo político que más ha hecho para denigrar la práctica demoscópica, busque fundar una decisión crucial en ese ejercicio técnico.
Las encuestas favorables son honestas, pero las que muestran señales desfavorables al rayo de esperanza son inventos mafiosos. Encuestas cuchareadas, inventos al servicio de un cliente, propaganda.
Pero, más allá de la incoherencia, debe hablarse de la simulación de la técnica. Una encuesta que no hace público su método, una encuesta que no da cuenta de sus responsables, una encuesta que ni siquiera muestra sus resultados no puede ser considerada una encuesta.
Porque es racionalmente indefendible, la secretaria general de ese partido alude a la fe de sus militantes para justificar el secreto. Está convencida de que no tiene por qué rendir cuentas a la ciudadanía. La fe de los suyos basta.
"Los militantes y simpatizantes de Morena están en Morena porque creen en Morena y porque creen en la integridad de Morena y porque saben que nosotros hacemos las cosas de forma diferente". No conozco un solo militante que tenga duda del proceso, insistía Yeidckol Polevnsky, tras la farsa.
El argumento y el proceso mismo revelan convicciones y prácticas no solamente antidemocráticas, sino contrarias a la legalidad.
Aunque le pese al predestinado y sus adictos, los partidos son instituciones de interés público. La fe de los devotos no es argumento público.
Jesús Silva-Herzog Márquez