domingo, septiembre 14, 2014
Genoma del político (mexicano)
De mi compendio de preguntas ociosas: ¿qué motiva a una persona para convertirse en político? Supongo que les gusta serlo. Quienes se dedican a un trabajo que les gusta sienten una pasión desbordante. Bach hipotecó su vista escribiendo música en la penumbra cadenciosa de una vela; Picasso pintaba en tablas de desecho de los embarcaderos.
La pasión es un motivador fuera de borda. El escritor no puede vivir sin escribir, el pintor sin pintar. Marie Curie pasó horas en su laboratorio, trabajó gratuitamente, amaba profundamente su labor, fue la primera persona en recibir dos Premios Nobel en distintas categorías, difícilmente pudo haber logrado esto sin la tremenda pasión por lo que hacía.
Saco otra pregunta: ¿dónde está la pasión de un político?, ¿en lograr qué?
En su génesis, el candidato amolda su discurso al interés del votante, argumenta frases rimbombantes y repite que desea servir, adereza su arenga con frases de manipulómetro, hace diagnósticos donde hay culpables sin nombre y apellido (mucho menos castigo), profetiza cambios, vende esperanzas.
La ideología es una capa camaleónica, escalera multicolor. Ya en el poder, el individuo se descubre, aflora un ser con intereses distintos, se sabe que su pasión no fue servir, entregarse; sobreviene la desilusión, y la Nación se lo demanda y no pasa nada. Así, las campañas políticas son una fiesta de disfraces, un juego de simulaciones, pero ¿en aras de qué?
La oruga se hace mariposa. El político se hace rico. Ha sido notorio que ser político conduce a tener riqueza y poder. No quiero ser malpensado, pero ¿sería posible que la verdadera motivación de muchos políticos sea hacerse ricos?
Si esta descabellada idea fuera cierta, explicaría por qué dentro de esa aristocracia hay venta de candidaturas y otras prebendas, como los moches; después de todo, un puesto político sería visto como un centro de utilidades, no de servicio; sería lógico pensar que, para hacerlo rentable, el político deba pagar una hipoteca envenenada, el entramado pacto que hizo posible su encumbramiento.
"Que el poder sirva a la gente", otrora lema de campaña presidencial labastidista, diagnostica con brillante precisión una necesidad tan grande como el sarcasmo que encierra. Generalmente, la pasión del político no es servir, sino servirse, y para ello ha de simular, entrar en un juego de espejos donde por un lado da poco y, por otro toma mucho.
El político no parece sentir la hipoteca social. Según este concepto, todos quienes tenemos algún privilegio y somos dueños de algo (inmueble, estudios, servicios de salud, viajes, visión, etc.) estamos obligados a trabajar por aquellos que no lo tienen, o tienen menos, con objeto de hacer una mejor sociedad, donde la riqueza sea mejor repartida.
Me pregunto: ¿a cuántos políticos les motiva la hipoteca social? Tal parece que su trabajo no es cerrar la brecha, sino mantenerla, administrarla, esquilmarla.
La niñez y la juventud en México tienen incentivos torcidos para enrolarse en las filas del crimen. Los modelos a seguir consiguen fama, dinero, poder; rara vez son castigados.
Esa misma estructura de motivadores opera bajo otra escenografía: el teatro político. Llegar para tomar (no para dar) es una instrucción dentro del genoma del ser político mexicano. Las excepciones se vuelven enemigos del sistema, nada es más peligroso que un virus de honestidad, una vacuna contra la impunidad o poner primero al ciudadano.
Si un político acepta que su pasión es servir a la gente, debería ser capaz de trabajar sin sueldo. Hacer realidad su pasión sería su mejor remuneración.
Como difícilmente se come y se mantiene una familia con aplausos, está bien que cobren un salario. Sin embargo, parece que la nómina es meramente la constancia oficial de pertenencia a la ubre presupuestal, el ejercicio del poder guarda otras fuentes de ingresos, y pensando mal, sólo pensando mal, me temo que ahí reside la gran motivación del estereotipo de un político mexicano.
Eduardo Caccia
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