lunes, agosto 05, 2013

 

Judas y el Tata

"Dicen que hay en el mundo demasiadas bocas que alimentar; olvidan que por cada boca hay dos brazos". Joao de Castro

Para muchos mexicanos el tema es religioso. Nada tiene que ver con la razón. Es cuestión de dogmas y emociones.

No importa que ningún país del mundo, ni siquiera los comunistas, prohíba la inversión privada en petróleo. Ni que Pemex sea la única petrolera del mundo que pierda dinero. Ni que el mercado internacional del petróleo esté cambiando y requiera una mayor diversificación en inversión y tecnología. Ni que Estados Unidos, nuestro principal comprador de crudo, esté en camino de convertirse en exportador de petróleo. Ni que la producción mexicana esté estancada después de haber caído fuertemente desde el 2004. Ni que México importe gasolina, gas natural y petroquímicos. Ni que los líderes sindicales se enriquezcan con Pemex. Ni que Pemex tenga de tres a cinco veces más el personal que necesita.

Cuando se discute el futuro de la industria petrolera en México salen a relucir expresiones como "vende patrias", como el "hereje" de otros tiempos. Los grupos de izquierda defienden posiciones de derecha, "Ni una coma de cambio a la Constitución", en defensa del monopolio y el saqueo de Pemex.

Los políticos se envuelven en la bandera nacional y con lágrimas en los ojos recuerdan las joyas y las gallinitas que las mujeres mexicanas de todas las clases sociales llevaron al Zócalo para pagar la expropiación. En recuerdo de Tata Lázaro debemos rechazar los contratos de riesgo, nos dicen, sin saber que fue el general quien los inventó.

La inversión privada en petróleo ni siquiera debería ser el tema fundamental de discusión. El debate debería centrarse sobre cómo sacar el mayor provecho al petróleo para incrementar la prosperidad nacional. Pero no se discute cómo incrementar la renta petrolera, el ingreso de los mexicanos por la explotación del petróleo, sino si la inversión privada es buena o mala por sí. La verdad es que de todos los esquemas que actualmente se utilizan en el mundo para la explotación de petróleo, desde la propiedad privada de los yacimientos de Estados Unidos, la propiedad colectiva y explotación privada de Canadá o la operación de una compañía gubernamental no monopólica como Statoil de Noruega o Petrobras de Brasil, el peor para maximizar la renta petrolera es entregar la operación a un monopolio gubernamental.

Al final es poco probable que se apruebe una reforma energética suficientemente profunda para incrementar al máximo la renta petrolera. El prejuicio se ha convertido en naturaleza o en dogma de fe. Preferimos dirigentes sindicales con aviones privados que inversión privada abierta en petróleo, y digo abierta porque esa inversión ya existe sólo que en las peores condiciones para los mexicanos.

Somos un país paradójico. Creemos en la Lotería Nacional como el instrumento para sacarnos de la pobreza, pero prohibimos los casinos. Rezamos a San Judas Tadeo para resolver las causas difíciles, pero no pretendemos solucionarlas con trabajo y perseverancia. Culpamos a los españoles y a los gringos de nuestra pobreza, pero mantenemos leyes que dificultan la inversión y la creación de riqueza.

El "petróleo es nuestro" está tatuado en la psique nacional como la Virgen de Guadalupe o los cohetones que hacemos tronar en las fiestas patronales sin importar las tragedias que provocan. Por eso los políticos organizan cruzadas de defensa del petróleo ante la privatización y los cruzados mismos se pelean por demostrar que su cruzada es la única legítima y verdadera. El pueblo se une a la letanía con la misma fe con la que se encomienda a Juditas o acude de rodillas a la basílica. "Mañana me sacaré la Lotería", "Mañana la Virgen me concederá el puesto en Pemex que me permitirá vivir sin trabajar".


Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

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