lunes, febrero 20, 2012
Completar la apertura
Conforme se acercan las elecciones presidenciales, se politiza el ambiente en México y resurgen las discusiones sobre las causas de los males nacionales. Entre ellas, destaca la polémica acerca de los factores explicativos del relativamente lento crecimiento de la economía nacional a lo largo de los últimos 25 años.
En alguna otra parte, he argumentado que una de las razones del fenómeno aludido ha sido la recurrencia de episodios depresivos, asociados por lo común con errores de política económica internos. Por ejemplo, la desafortunada crisis de 1994-95. Para ser justos, otros han sido 'exógenos al sistema', es decir, en lenguaje común, originados en el exterior. En cada uno de tales casos -que han sido muchos- el PIB se desploma y su recuperación requiere de un periodo prolongado de ajuste. En consecuencia, la tasa promedio de crecimiento anual se reduce, por simple aritmética. El remedio, por supuesto, consiste en el diseño y la aplicación de políticas macroeconómicas coherentes.
Desde luego, el asunto es mucho más complejo que lo anterior. Por desgracia, la complejidad de tema ha llevado a algunos críticos a calificar negativamente políticas que en realidad son propulsoras del crecimiento. Me refiero, entre otras, a la apertura del comercio exterior. Ya circulan por ahí, con aires de novedad y con un cambio de ropaje, propuestas que no implican otra cosa que un regreso a políticas de cerrazón, probadamente fallidas en nuestro medio y en otras latitudes.
Una y otra vez a lo largo de los últimos 50 años, analistas rigurosos han encontrado una relación estrecha y favorable entre la expansión del comercio exterior y el desarrollo económico en los países en desarrollo: tasas altas de crecimiento en el comercio internacional están asociadas con tasas altas de crecimiento del PIB real por habitante. (Sin mayor detenimiento, recuerdo los estudios pioneros de Anne Krueger y los más recientes de Arvind Panagariya).
A este respecto, quienes están a favor del libre comercio citan a menudo los ejemplos de India y China, países que redujeron en forma muy significativa su proteccionismo y se incorporaron de lleno al sistema económico global. Ambos son paradigmas de un crecimiento económico asombroso en los tiempos modernos. En particular, la expansión del comercio externo de China después de su entrada a la Organización Mundial del Comercio (WTO) fue verdaderamente espectacular. Por supuesto, uno puede señalar que en ambos casos la apertura se llevó a cabo en conjunto con medidas de política económica imaginativas, peculiares de cada país y no precisamente ortodoxas. Aceptando que así ha sido, ello no demerita el argumento en pro de la libertad de comercio.
Puede decirse, quizá sin mucha imprecisión, que la apertura del comercio exterior empezó en México a la mitad de la década de los 80. En aquel entonces y, sobre todo, más tarde, cuando se decidió entrar en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, se ponderaron en exceso los buenos resultados potenciales de la medida. En cierto sentido, la exageración era necesaria, al menos para mediatizar la inclinación proteccionista arraigada a lo largo de varias décadas de intervencionismo gubernamental.
Sin embargo, lo cierto es que el comercio libre es sólo un arreglo facilitador de la eficiencia económica, como ha dicho una y otra vez Jagdish Bhagwatti, uno de los pensadores más lúcidos sobre el tema. Si se persiste en entorpecer con regulaciones absurdas la parte interna de la economía; si no se alinean los incentivos para que las empresas y las personas actúen 'correctamente'; si no se cuenta con la infraestructura física adecuada; si el aparato gubernamental es torpe, gravoso y corrupto; si los derechos de propiedad están mal especificados y su vigencia es dudosa; si se toleran posiciones no competitivas privilegiadas; etcétera, es imposible obtener el provecho pleno de la liberalización del intercambio comercial con el exterior. Pero, en todo caso, debe estar claro que 'el problema' no consiste en la apertura de por sí, sino en la falta de las medidas complementarias. Por tanto, 'la solución' no estriba en volver al proteccionismo, sino en completar la tarea de racionalizar el sistema.
Amartya Sen, un distinguido economista ganador del Premio Nobel, ha enfatizado, con razón, que la durabilidad de una política de crecimiento depende en buena medida de que sus efectos sean 'incluyentes', esto es, que las oportunidades de progreso estén abiertas al grueso de la población. La apertura comercial califica muy bien en ese sentido, como lo atestiguan los cientos de millones de personas que se han liberado de la pobreza en India y China a lo largo de los decenios más recientes.
En alguna otra parte, he argumentado que una de las razones del fenómeno aludido ha sido la recurrencia de episodios depresivos, asociados por lo común con errores de política económica internos. Por ejemplo, la desafortunada crisis de 1994-95. Para ser justos, otros han sido 'exógenos al sistema', es decir, en lenguaje común, originados en el exterior. En cada uno de tales casos -que han sido muchos- el PIB se desploma y su recuperación requiere de un periodo prolongado de ajuste. En consecuencia, la tasa promedio de crecimiento anual se reduce, por simple aritmética. El remedio, por supuesto, consiste en el diseño y la aplicación de políticas macroeconómicas coherentes.
Desde luego, el asunto es mucho más complejo que lo anterior. Por desgracia, la complejidad de tema ha llevado a algunos críticos a calificar negativamente políticas que en realidad son propulsoras del crecimiento. Me refiero, entre otras, a la apertura del comercio exterior. Ya circulan por ahí, con aires de novedad y con un cambio de ropaje, propuestas que no implican otra cosa que un regreso a políticas de cerrazón, probadamente fallidas en nuestro medio y en otras latitudes.
Una y otra vez a lo largo de los últimos 50 años, analistas rigurosos han encontrado una relación estrecha y favorable entre la expansión del comercio exterior y el desarrollo económico en los países en desarrollo: tasas altas de crecimiento en el comercio internacional están asociadas con tasas altas de crecimiento del PIB real por habitante. (Sin mayor detenimiento, recuerdo los estudios pioneros de Anne Krueger y los más recientes de Arvind Panagariya).
A este respecto, quienes están a favor del libre comercio citan a menudo los ejemplos de India y China, países que redujeron en forma muy significativa su proteccionismo y se incorporaron de lleno al sistema económico global. Ambos son paradigmas de un crecimiento económico asombroso en los tiempos modernos. En particular, la expansión del comercio externo de China después de su entrada a la Organización Mundial del Comercio (WTO) fue verdaderamente espectacular. Por supuesto, uno puede señalar que en ambos casos la apertura se llevó a cabo en conjunto con medidas de política económica imaginativas, peculiares de cada país y no precisamente ortodoxas. Aceptando que así ha sido, ello no demerita el argumento en pro de la libertad de comercio.
Puede decirse, quizá sin mucha imprecisión, que la apertura del comercio exterior empezó en México a la mitad de la década de los 80. En aquel entonces y, sobre todo, más tarde, cuando se decidió entrar en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, se ponderaron en exceso los buenos resultados potenciales de la medida. En cierto sentido, la exageración era necesaria, al menos para mediatizar la inclinación proteccionista arraigada a lo largo de varias décadas de intervencionismo gubernamental.
Sin embargo, lo cierto es que el comercio libre es sólo un arreglo facilitador de la eficiencia económica, como ha dicho una y otra vez Jagdish Bhagwatti, uno de los pensadores más lúcidos sobre el tema. Si se persiste en entorpecer con regulaciones absurdas la parte interna de la economía; si no se alinean los incentivos para que las empresas y las personas actúen 'correctamente'; si no se cuenta con la infraestructura física adecuada; si el aparato gubernamental es torpe, gravoso y corrupto; si los derechos de propiedad están mal especificados y su vigencia es dudosa; si se toleran posiciones no competitivas privilegiadas; etcétera, es imposible obtener el provecho pleno de la liberalización del intercambio comercial con el exterior. Pero, en todo caso, debe estar claro que 'el problema' no consiste en la apertura de por sí, sino en la falta de las medidas complementarias. Por tanto, 'la solución' no estriba en volver al proteccionismo, sino en completar la tarea de racionalizar el sistema.
Amartya Sen, un distinguido economista ganador del Premio Nobel, ha enfatizado, con razón, que la durabilidad de una política de crecimiento depende en buena medida de que sus efectos sean 'incluyentes', esto es, que las oportunidades de progreso estén abiertas al grueso de la población. La apertura comercial califica muy bien en ese sentido, como lo atestiguan los cientos de millones de personas que se han liberado de la pobreza en India y China a lo largo de los decenios más recientes.
Everardo Elizondo
El autor es economista independiente
El autor es economista independiente
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A unos pocos meses de las elecciones, hay que preguntarse cuál de los candidatos promete más apertura comercial, y cuál, por el contrario, promete cerrar fronteras, proteccionismo, mercantilismo. Todos prometen más crecimiento económico, más empleo, pero las diferencias están en el "cómo" creen que se logra eso. Cerrando fronteras, protegiendo monopolios, con políticas mercantilistas, no habrá un mayor crecimiento económico y por ende no habrá más empleo, aunque el candidato diga que si.