sábado, octubre 02, 2010
Los príncipes mexicanos
Los gobernadores mexicanos están convertidos en verdaderos príncipes. Actúan como soberanos en un país que supuestamente es una república. A nadie le rinden cuentas y sus debilidades se magnifican. De poco o nada nos sirve que no sean eternos en el puesto, porque los que sustituyen a otros rápidamente caen en lo mismo.
Nuestro México es algo irreconocible. Me encuentro en Estados Unidos a compatriotas que ya migraron simplemente porque consideran que tanto ellos como su familia están en riesgo. Ya no somos atractivo turístico, ya no somos un pueblo pacífico, ya no somos un ejemplo de trabajo, ya no somos tantas cosas que apenas hace unos años creíamos haber conquistado.
Comparemos cómo nos sentimos ahora y cómo se sentía el País a los pocos días de haber ganado Vicente Fox la Presidencia. Eso no quiere decir que Fox sea el culpable de la debacle que vivimos. Él puede ser culpable de algunos pecados de omisión, pero la historia es más complicada que eso, como suele ser.
Con la muerte de Colosio, el PRI se suicidó temporalmente, sea que se le pueda o no imputar haber tenido algo que ver con el asesinato en Tijuana. La designación de Zedillo resultó ser de un tipo que estaba en la frontera del priismo, con un pie adentro y otro afuera, del cielo le cayó la designación y de otro cielo los titubeos e indecisiones de Diego que le permitieron ganar la elección.
Toda una combinación de cosas raras sucedieron que obligaron a Zedillo a abrir las arcas federales en favor de estados y municipios. Con la derrota del PRI en el Congreso federal, los borbollones de dinero fluyeron hacia los estados, que sin rubor alguno tratan a los municipios con la misma frialdad y falta de transparencia que la Federación los trataba a ellos.
Para cuando llega Fox al poder, los gobernadores tenían ya tres años de estar recibiendo recursos que podían gastar a placer. Dado que Fox decidió no sacar el chicotito presidencial para poner a raya a los gobernadores, éstos se convirtieron en los nuevos principitos, los nuevos caciques regionales, con mucho dinero que gastar y pocas cuentas que rendir.
En todo el sexenio de Fox los gobernadores siguieron apuntalándose, y ante el vacío de autoridad, la fortaleza priista migró hacia los estados y los presupuestos con recursos de sobra para hacer política. Así los gobernadores priistas empezaron a prevalecer sobre el PRI central, debilitado tras el zedillato. Cada gobernador pudo poner candidato sin tener que responder a un criterio central.
Este empoderamiento de los gobernadores se dio al mismo tiempo que se desmantelaba el control federal sobre el negocio del narco. Vicente Fox dio pasos decisivos para tener control sobre el Ejército y obligarlo a dejar de servir a los narcos al estilo del gobierno priista. Lo que Fox no malició es que en política, e igual en narcotráfico, no hay vacíos de poder y cuando se crean se llenan a gran velocidad.
El vacío dejado por el Gobierno federal fue llenado por los gobernadores o sus allegados, quienes, sin mucho batallar, empezaron a vender plazas al por mayor. Esta descentralización operativa, como en cualquier empresa, hubiera requerido de una gran coordinación central, pero como no había autoridad priista central, esto se convirtió en un verdadero desbarajuste.
Las rutas establecidas para traficar las drogas se atomizaron y se generó un verdadero mercado libre, pero de plazas en venta por los gobernadores o los consentidos o tolerados por ellos. De nuevo, insisto, en esto no hay vacíos de poder.
Los priistas, al fin desprovistos de toda consideración ética o moral, como siempre han estado, aplican la vieja táctica del pan y el palo. Dan palos al gobierno con ataques desmesurados contra la estrategia antinarco, y por otro lado sostienen que ellos son muy prudentes y sabios y que si por ellos fuera imperaría la paz negociada. Ésta es la paz que ellos le venden a la ciudadanía como receta preelectoral.
La ingobernabilidad es visible en casi todas partes y no hay consecuencias porque el Gobierno federal no acaba de hacer el diagnóstico correcto del verdadero problema, de cómo se originaron los príncipes en el poder y lo que hay que hacer para restaurar la república.
Javier Livas
javierlivas@mac.com
Nuestro México es algo irreconocible. Me encuentro en Estados Unidos a compatriotas que ya migraron simplemente porque consideran que tanto ellos como su familia están en riesgo. Ya no somos atractivo turístico, ya no somos un pueblo pacífico, ya no somos un ejemplo de trabajo, ya no somos tantas cosas que apenas hace unos años creíamos haber conquistado.
Comparemos cómo nos sentimos ahora y cómo se sentía el País a los pocos días de haber ganado Vicente Fox la Presidencia. Eso no quiere decir que Fox sea el culpable de la debacle que vivimos. Él puede ser culpable de algunos pecados de omisión, pero la historia es más complicada que eso, como suele ser.
Con la muerte de Colosio, el PRI se suicidó temporalmente, sea que se le pueda o no imputar haber tenido algo que ver con el asesinato en Tijuana. La designación de Zedillo resultó ser de un tipo que estaba en la frontera del priismo, con un pie adentro y otro afuera, del cielo le cayó la designación y de otro cielo los titubeos e indecisiones de Diego que le permitieron ganar la elección.
Toda una combinación de cosas raras sucedieron que obligaron a Zedillo a abrir las arcas federales en favor de estados y municipios. Con la derrota del PRI en el Congreso federal, los borbollones de dinero fluyeron hacia los estados, que sin rubor alguno tratan a los municipios con la misma frialdad y falta de transparencia que la Federación los trataba a ellos.
Para cuando llega Fox al poder, los gobernadores tenían ya tres años de estar recibiendo recursos que podían gastar a placer. Dado que Fox decidió no sacar el chicotito presidencial para poner a raya a los gobernadores, éstos se convirtieron en los nuevos principitos, los nuevos caciques regionales, con mucho dinero que gastar y pocas cuentas que rendir.
En todo el sexenio de Fox los gobernadores siguieron apuntalándose, y ante el vacío de autoridad, la fortaleza priista migró hacia los estados y los presupuestos con recursos de sobra para hacer política. Así los gobernadores priistas empezaron a prevalecer sobre el PRI central, debilitado tras el zedillato. Cada gobernador pudo poner candidato sin tener que responder a un criterio central.
Este empoderamiento de los gobernadores se dio al mismo tiempo que se desmantelaba el control federal sobre el negocio del narco. Vicente Fox dio pasos decisivos para tener control sobre el Ejército y obligarlo a dejar de servir a los narcos al estilo del gobierno priista. Lo que Fox no malició es que en política, e igual en narcotráfico, no hay vacíos de poder y cuando se crean se llenan a gran velocidad.
El vacío dejado por el Gobierno federal fue llenado por los gobernadores o sus allegados, quienes, sin mucho batallar, empezaron a vender plazas al por mayor. Esta descentralización operativa, como en cualquier empresa, hubiera requerido de una gran coordinación central, pero como no había autoridad priista central, esto se convirtió en un verdadero desbarajuste.
Las rutas establecidas para traficar las drogas se atomizaron y se generó un verdadero mercado libre, pero de plazas en venta por los gobernadores o los consentidos o tolerados por ellos. De nuevo, insisto, en esto no hay vacíos de poder.
Los priistas, al fin desprovistos de toda consideración ética o moral, como siempre han estado, aplican la vieja táctica del pan y el palo. Dan palos al gobierno con ataques desmesurados contra la estrategia antinarco, y por otro lado sostienen que ellos son muy prudentes y sabios y que si por ellos fuera imperaría la paz negociada. Ésta es la paz que ellos le venden a la ciudadanía como receta preelectoral.
La ingobernabilidad es visible en casi todas partes y no hay consecuencias porque el Gobierno federal no acaba de hacer el diagnóstico correcto del verdadero problema, de cómo se originaron los príncipes en el poder y lo que hay que hacer para restaurar la república.
Javier Livas
javierlivas@mac.com
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Si la guerra contra el crimen organizado se está perdiendo, si estamos acercándonos a ser un Estado fallido, los principales responsables son los gobernadores, que sólo se han dedicado a gastar el dinero del Erario, a enriquecerse ellos y sus cuates, y han dejado de aplicar la ley, han volteado (en el mejor de los casos) hacia otro lado y se han lavado las manos. Dicen que el narcotráfico no cae dentro de sus responsabilidades, pero se les olvida que el secuestro, la extorsión, los asesinatos, si son delitos del fuero común.