domingo, octubre 31, 2010

 

Cómo empezó

El uso ritual o medicinal de las drogas es milenario. Lo moderno ha sido procesarlas como productos químicos, industrializarlas y promoverlas en mercados internacionales de consumo masivo para usos no rituales ni medicinales.

Quizá el primer caso histórico fue el de la East India Company. Con el apoyo del imperio británico, desarrolló en la India el mercado del té chino, y en China el mercado para el opio hindú. El opio se contrabandeaba, porque el gobierno chino lo prohibió (prefería recibir, a cambio del té, pesos de plata mexicanos, que los ingleses no fácilmente conseguían). Finalmente, la corona inglesa abrió el mercado chino a cañonazos, en las Guerras del Opio (1839-1842, 1856-1860).

La apertura comercial en México fue voluntaria. El mercado interno era pequeño, estaba cerrado y se repartía pacíficamente bajo la Presidencia absoluta. La delincuencia organizada, como toda la economía, tenía un solo jefe: el Señor Presidente. Operaba en un mercado protegido que no permitía la entrada de la delincuencia extranjera ni guerras internas entre capos. Hubo una apertura limitada en el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988) y plena desde Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Esto condujo a la Presidencia relativa (desde 1997) frente a poderes y capos que son sus propios jefes.

Los narcos colombianos fueron de los primeros empresarios que aprovecharon la apertura de México. Con mucho sentido operacional, hicieron ver a los mexicanos dedicados al contrabando que sus camiones estaban ocupados al 50 por ciento: iban vacíos a los Estados Unidos para traerlos llenos. Había oportunidades de sinergia: fletárselos para aumentar la ocupación al 100 por ciento; sin problemas, porque la droga iba de paso: no se producía ni consumía en el País.

El 15 de mayo de 1984, el Washington Post recibió a Miguel de la Madrid (que llegaba en visita oficial) con un golpe bajo. Una supuesta filtración de la CIA aseguraba que tenía en sus cuentas personales 162 millones de dólares (Jack Anderson, "Mexico makes its presidents millionaires"). Quince días después, el periodista Manuel Buendía, de Excélsior, quien investigaba la conexión entre narcos y políticos mexicanos, fue asesinado. Ocho meses después, Enrique Camarena Salazar, agente encubierto de la Drug Enforcement Agency, fue secuestrado en Guadalajara, torturado y asesinado.

La oportunidad para los transportistas mexicanos creció cuando los capos colombianos perdieron las rutas de Cuba y Panamá. La CIA descubrió la conexión cubana en 1988, y Castro prefirió cancelar el servicio y fusilar a su amigo el general Ochoa, para lavarse las manos. Los Estados Unidos invadieron Panamá en 1989, secuestraron al Presidente Noriega y se lo llevaron preso. Para los traficantes no quedó más vía de paso que México. El 18 de julio de 1990 renunció inesperadamente el Secretario de Marina, Mauricio Scheleske. El 23 de marzo de 1994 fue asesinado Luis Donaldo Colosio. En mayo de 1994, Eduardo Valle Espinosa no pudo capturar al jefe del Cártel del Golfo, renunció en la PGR y se fue a los Estados Unidos.

Los colombianos cometieron un error financiero. Pensaron que era una buena idea pagar el flete con droga, en vez de efectivo. Así convirtieron a sus transportistas en distribuidores, que pronto fueron sus competidores y finalmente se quedaron con el negocio. La desgracia para México fue que desarrollaron un mercado interno masivo, integrado desde la producción hasta el menudeo, el contrabando (de armas, materias primas, productos terminados y dólares en efectivo), la operación de filiales en los Estados Unidos y el lavado de dinero.

Lo peor de todo ha sido el narcomenudeo. Multiplica los cómplices (requiere varias veces más personal que el mayoreo), refuerza la corrupción tradicional, daña a las familias y facilita el desarrollo de otros servicios: secuestros, extorsiones, asaltos, trata de personas, administración municipal y procesos electorales. En algunas localidades, los narcos dejan de ser empresarios al margen de la ley para convertirse en las autoridades y la ley.

El interés común de los capos está en ponerse de acuerdo y repartirse el negocio clandestinamente, sin perder el tiempo o la vida en disputas territoriales. Los cárteles son precisamente la solución que consiste en dividir el territorio en monopolios geográficos separados, sin competir. Pero nada garantiza que los acuerdos se cumplan. Los capos, como los políticos mexicanos, no logran fácilmente ponerse de acuerdo en ausencia de un Supremo Árbitro.

La ambición (ilusoria) de reconstruir ese poder supremo hasta imponerse en el País como el capo di tutti capi hace feroz la guerra de todos contra todos, contra el Estado y contra la sociedad. En tal incertidumbre, la vida es "solitary, poor, nasty, brutish, and short", como dice Hobbes ("Leviathan", 30). O, como dice la canción: "No vale nada".

El problema no está en las drogas milenarias, sino en los grupos de asesinos que andan sueltos y deben ser encarcelados, vendan lo que vendan.
Gabriel Zaid

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