domingo, mayo 02, 2010
No sueño con estadistas
Barack Obama es un político irracional. Sus objetivos no están enfocados en los próximos comicios, sino en el futuro de las siguientes generaciones. El político promedio define sus estrategias en función de los sondeos de opinión y los calendarios electorales.
Hace un año, en mayo de 2009, Obama tenía un nivel de aprobación del 66 por ciento (Gallup.com). La agresiva campaña del Partido Republicano y el ácido debate por la reforma al Sistema de Salud erosionaron la buena percepción del Presidente de Estados Unidos.
Hoy sus niveles de popularidad no llegan al 50 por ciento. Al ver el desplome en las encuestas, un político normal hubiera renunciado a sus afanes reformistas. Con una disciplinada obstinación, Obama destruyó sus números en las encuestas pero empujó a su partido para cambiar la inercia de la historia.
Una noche antes del voto definitivo sobre la reforma de Salud, Obama dio un discurso para motivar a los legisladores demócratas: "Muy de vez en cuando, viene un momento donde tenemos la oportunidad de reivindicar las mejores esperanzas que tenemos sobre nosotros mismos... No estamos destinados a ganar, pero estamos destinados a serle fiel a nuestros principios. No estamos destinados para el éxito, pero estamos destinados a dejar resplandecer la luz que llevamos dentro".
Esta pieza de oratoria tenía una misión clara: invitar a los demócratas a cometer un suicido político, a cambio de darle servicios médicos a más de 30 millones de estadounidenses. En noviembre habrá elecciones legislativas en Estados Unidos. Para varios congresistas demócratas, el voto a favor de la reforma de Salud ponía en grave peligro la viabilidad de su reelección. Obama les pedía a sus compañeros de partido sacrificar sus respectivas carreras para lograr avanzar la iniciativa.
El propio Presidente predicó con el ejemplo, su propia reelección en el 2012 luce más difícil a consecuencia del cambio en el régimen de Salud. Después de 13 meses de incesante debate, la reforma se aprobó en marzo pasado. Obama definió la aprobación como el triunfo del sentido común.
¿En México, qué partido o qué político está dispuesto a poner en riesgo su éxito electoral a cambio de defender el sentido común? Durante los últimos meses, las dos Cámaras del Congreso trabajaron arduamente en una serie de iniciativas claves para la vida nacional.
Entre otras, los senadores avanzaron una ley para regular las tareas policiales del Ejército, mientras que los diputados reformaron las normas para castigar a las prácticas monopólicas. Sin embargo, en un gesto de mutuo desdén, cada una de las Cámaras puso en el congelador las iniciativas que aprobó la otra. El periodo ordinario de sesiones terminó en abril. Estos pendientes legislativos guardarán polvo hasta el otoño. Mientras tanto, las Fuerzas Armadas seguirán arriesgando la vida en medio de la incertidumbre jurídica, y los monopolios más conspicuos continuarán ordeñando rentas a los consumidores mexicanos.
De acuerdo con las encuestas, los senadores y diputados tienen un grave déficit de respeto en la sociedad. Para contrarrestar su mala reputación, los legisladores contratan campañas publicitarias para recordar a los ciudadanos todo lo que hacen por nosotros. En lugar de pagar comerciales y slogans, los legisladores deberían hacer algo distinto para mejorar su reputación pública: ponerse a trabajar. ¿Era mucho pedir un periodo extraordinario de sesiones para darle la aprobación definitiva a las leyes de competencia y seguridad nacional?
No pido que le ganen a Obama en un concurso de oratoria. No le reclamo a la patria que por cada diputado nos regale un estadista. No tengo esperanza de que los senadores arriesguen sus carreras políticas por apegarse a sus convicciones. No sueño con que los políticos ignoren los números de las encuestas. Ni que los legisladores sostengan un debate por 13 meses seguidos. Sólo les pido un poco de sentido común y que trabajen a la par de los mexicanos que pagamos sus dietas con nuestros impuestos.
Juan E. Pardinas