domingo, marzo 28, 2010
Por un nuevo nacionalismo
La discusión de la reforma política, la cooperación militar entre nuestro País y Washington frente al narco, el rechazo a convertir a Pemex en Petrobrás cada vez que el tema de la energía asoma la cabeza y la celebración del Bicentenario de la Independencia se han teñido del nacionalismo añejo que alimenta nuestra cultura política solipsista.
Somos, al parecer, un País de excepción donde es imposible aplicar nada de lo que funciona en el resto del mundo. Los candidatos independientes y las segundas vueltas son buenos para países como Francia o Chile, no para México. El fortalecimiento de los lazos con aliados naturales, dada la posición geopolítica de las naciones del mundo y sus intereses económicos, ha sido una fuente de progreso para los países de la Unión Europea y es ahora una cadena de crecimiento para la constelación de naciones alrededor de China. No para México.
Aquí, la defensa nacionalista de la tan llevada y traída "soberanía" es más importante que los intereses económicos y la realidad geográfica del país. Todo ello, para no hablar del petróleo. Días antes del aniversario de la expropiación petrolera, el New York Times resumió el dilema en unas cuantas líneas: "México tiene probablemente mucho petróleo, especialmente en las aguas profundas del Golfo de México, pero el País no tiene la tecnología ni el know how necesarios para explotarlo. Invitar a las compañías petroleras que sí los tienen a ayudar es uno de los asuntos más delicados en la política mexicana". Todos los países establecen acuerdos de cooperación con compañías extranjeras para explotar de manera eficiente su petróleo. México no: pondría en riesgo la susodicha "soberanía".
Los teóricos de la modernización han repetido, hasta el cansancio, que, en el camino de las sociedades tradicionales a la modernidad, la mentalidad -o en términos más actuales, los prejuicios y las ideologías- es lo último que cambia. Son el lastre final que impide la modernización. El nacionalismo irracional y romántico que los mexicanos alimentamos es todo eso: una construcción mental, un prejuicio y una ideología irracional que fluye a contracorriente de los intereses del País. No habrá reformas ni progreso mientras no adoptemos un nacionalismo cívico y verdaderamente patriótico: podríamos empezar en este año del Bicentenario.
El nacionalismo romántico surgió en el Siglo 19, junto con las naciones latinoamericanas. Casi al mismo tiempo que su mejor antídoto, el liberalismo. Como explica Alan Wolfe en su libro "The Future of Liberalism" (2009), el término "liberal" se usó por primera vez con un contenido moderno en las Cortes de Cádiz. Para los nacionalistas románticos la identidad de cada hombre eliminaba la posibilidad de una elección racional: cada quien "era" de acuerdo con el territorio donde había nacido. La unión entre ciudadano y nación era, a la vez, natural e irracional: resultado de un juego de fuerzas imposibles de comprender o modificar.
La izquierda y la derecha -progresistas y conservadores- lo adoptaron muy pronto en Europa. De ahí se derramó a América. La derecha, con la vista puesta en el pasado tradicional para restablecer un orden ideal que nunca existió. La izquierda, para luchar por una imposible utopía futura. En medio del choque entre esas dos versiones del nacionalismo, fue perdiendo fuerza el ideario liberal que había sido tan importante en el nacimiento de países como Estados Unidos y que en México culminó con la generación de Juárez y la República Restaurada.
El costo del nacionalismo excluyente e irracional ha sido altísimo históricamente. En Europa, se alió con el militarismo, desembocó en el fascismo y el totalitarismo, y cobró decenas de millones de vidas. Sólo entonces, después de 1945, los países europeos pudieron hacer a un lado parte de sus prerrogativas nacionalistas y conformar la Unión Europea.
En otras naciones ha sido acogido por grupos radicales -como la derecha republicana actual en Estados Unidos-, que lo han teñido de una religiosidad tan viscosa, irracional y peligrosa como el militarismo decimonónico. Aquí, el nacionalismo romántico ha polarizado la política, se ha convertido en un obstáculo para el progreso económico y la modernidad política y ha aislado al País en un mundo globalizado.
Sería más que deseable que festejáramos el Bicentenario adoptando en su lugar el "nacionalismo cívico" o el patriotismo constitucional, del que escribieron en el pasado Isaiah Berlin y George Orwell, y más recientemente Michael Ignatieff y Alan Wolfe, entre otros. Un patriotismo montado en la ley, en la elección racional de la defensa de derechos humanos, los valores democráticos y un proyecto de País pragmático y realista acorde con los intereses nacionales. Un patriotismo postnacionalista, elegido más que impuesto, que destruya mentalidades anacrónicas y ataduras irracionales.
Isabel Turrent
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¿Si identificas quienes son los conservadores de hoy en día, los que quieren que el status quo no cambie? ¿Te das cuenta quiénes son esos nacionalistas irracionales que son los culpables del retraso de México, que no haya reformas, que no haya crecimiento, que la pobreza no se haya podido reducir, que no se generen empleos, que no haya inversión productiva?
Medítalo.
Dany Portales