domingo, agosto 02, 2009

 

El agua, clase de populismo y liberalismo

Hace unos años, en el 2003, The Economist dedicó un largo análisis al uso y abuso del agua en el mundo. El estudio se abría con datos esperanzadores: aunque 97 por ciento del agua del Planeta es salada, y del 3 por ciento restante -el agua fresca apropiada para el consumo humano- dos terceras partes están atrapadas en glaciares y nieves, el agua, a diferencia del petróleo, es renovable.

El acceso al agua y su aparente escasez son resultado de dos problemas. El primero es la distribución geográfica. La naturaleza regaló agua en abundancia a regiones y países (Canadá o Irlanda tienen más agua de la que pueden usar) y se la negó a otras regiones como el Medio Oriente.

El segundo problema es la (ir)responsabilidad humana en el dispendio y el manejo irracional del agua producto del rechazo a tratarla como un bien económico sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. A lo largo de la historia hemos olvidado que el agua es, en efecto, la vida, y hemos manejado nuestros recursos acuíferos de manera irresponsable. Hay una multitud de ejemplos de esa irresponsabilidad que ha derivado en escaseces aun en países donde la lluvia es abundante, como es el caso de Bangladesh.

Las llamadas de alarma de las autoridades responsables del manejo del agua -y del jefe de Gobierno del Distrito Federal- ante las lluvias erráticas de esta temporada están justificadas. No sólo hemos manejado irracionalmente el agua: los mexicanos parecemos estar en guerra con nuestro medio ambiente. Insistimos en deforestar y convertir a nuestro país en un desierto. Sin árboles, corremos el riesgo de perder también el agua. El norte de China fue alguna vez una región fértil, llena de bosques y lagunas, hasta que la numerosa población que ha sostenido desde tiempos inmemoriales acabó con árboles y agua.

Pero el diagnóstico y las medidas propuestas son equivocadas. Conagua y Marcelo Ebrard saben que en México no hay escasez de agua: el problema es que está mal distribuida y que su explotación es un ejemplo de irracionalidad. El sur, que alberga menos población, recibe mucho más lluvia y tiene más ríos que el centro y el norte, donde se concentra la población y la industria.

Saben también que aunque es indispensable eliminar fugas de agua domésticas e imbuir una cultura de uso racional del líquido en la sociedad, el consumo doméstico es una parte muy menor del problema. En México, el sector agrícola consume aproximadamente el 78 por ciento del agua. La historia de la agricultura y el agua en México está plagada de corruptelas, politización de su manejo, uso ineficiente del líquido, fugas y una infraestructura de la edad de piedra. Por ahí habría que empezar.

En el caso del DF, Ebrard, por su parte, tendría que empezar por decir toda la verdad y actuar en consecuencia. Propone cambiar los "sapitos" de los WC para reducir el consumo de agua por habitante de 573 litros al día a 122.7 litros. Todos estamos obligados a cuidar el agua y evitar fugas, es cierto, pero Ebrard olvidó datos fundamentales: De los 33 mil litros por segundo que consume el DF, sólo 10 por ciento se canaliza a plantas de tratamiento para reutilizarlos; se desperdician 11 mil litros por segundo como resultado de fugas en la red primaria y secundaria; en algunos casos la tubería tiene casi un siglo (Alan Cariño. "La Reforma del Estado Mexicano y su impacto en los servicios hidráulicos". Tesis de maestría. IPN, 2008).

Las autoridades del DF insisten en resolver el tráfico construyendo ejes viales y segundos pisos, a costa de los espacios verdes. ¿Sabrán que por cada metro cuadrado de pavimento los mantos acuíferos de la ciudad dejan de recibir mil 700 metros cúbicos de agua al año? Ello para no hablar de la sobreexplotación de esos mantos que ha provocado que el nivel del suelo de la ciudad haya descendido entre 6 y 10 metros en tan sólo unas décadas. El mantenimiento preventivo de las instalaciones es prácticamente nulo y el mal manejo de las instalaciones, proverbial y costoso. El DF ha invertido 760 millones de pesos en tuberías, pero se necesitan menos de 110 mil millones de pesos anuales para mejorar la infraestructura hidráulica del DF.

¿De dónde van a salir? Ésa es otra pregunta que Ebrard no responde. Advirtió que el agua le saldrá "carísima" a quien la desperdicie, cuando él sabe mejor que nadie -pero no le conviene políticamente decirlo- que el agua que consumimos en el DF es ya "carísima" y no hay otra forma de resolver el abasto que cobrar por ella. No es un problema de "sapitos", sino de tarifas y mantenimiento.

Todos los países que usan el agua de manera eficiente -Chile, Australia, Israel- cobran el agua en lo que vale, tienen infraestructuras impecables, y aplican tecnologías por goteo que ahorran grandes cantidades de líquido. Las tarifas en estos países suben conforme el consumo aumenta o favorecen -hasta cierto nivel de consumo- a los sectores más pobres de la población. Un método impopular pero eficaz para evitar el desperdicio de agua.
Ebrard tiene la palabra.

 

Isabel Turrent

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Aquí podemos ver claramente un ejemplo de políticas populistas y demagógicas como la que trae Ebrard en el GDF de repartir “sapitos” para ahorrar agua, contra una propuesta liberal, racional, y pragmática que sería invertir para tratar y reutilizar el 100% de las aguas negras del DF. Cobrar el costo real del agua sería otra medida eficiente. Y claro, se puede dejar un subsidio para cierta cantidad de metros cúbicos. Pero después de cierto nivel de consumo cobrar el costo real. Lamentablemente esas medidas no contribuyen en la generación de votos para el político.

 

 


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