martes, diciembre 12, 2006

 

Se profundiza la crisis en el PRD

La crisis del perredismo tiene relación directa con la trampa en la que se ha encerrado solo, y por indicaciones de Andrés Manuel López Obrador, ese partido. El ex candidato, con la línea de desconocer al gobierno, de romper toda relación, de autoproclamarse "presidente legítimo", de reventar el último informe del presidente Fox y de tratar de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón, ha logrado que su partido tenga, hoy, aproximadamente un 20 por ciento de aprobación, al tiempo que el propio López Obrador se ha convertido en uno de los personajes político nacionales con mayor cantidad de opiniones negativas, sólo por debajo de Carlos Salinas y por encima de Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo. Para un político que hace poco más de un año tenía una de las mejores tasas de aceptación y que estuvo a punto de ganar las elecciones, es toda una marca difícil de igualar.

Ese derrumbe ha llevado a su partido a una crisis en la cual el punto central es ver cómo se libran de esa trampa al mismo tiempo que , como no quieren romper con el líder, cada movimiento parece hundirlos más en ella. Los últimos días han mostrado esa crisis en forma inocultable: la detención de Flavio Sosa no sólo exhibió al perredismo que en muchas ocasiones había establecido que ese personaje no era miembro del partido, pero al que ahora termina rindiéndole todo su apoyo y reconociéndole su militancia ... con el único problema de que el PRD estatal informa que hace más de un año que busca su expulsión por su serie sucesivas de traiciones. Pero López Obrador ha ordenado defenderlo. La pregunta que se hacen muchos perredistas en cómo defender a quienes ellos mismos acusan de traición.

Al mismo tiempo, tras la detención de Sosa, el cada vez menos influyente presidente nacional del PRD, Leonel Cota Montaño, le ha pedido una alianza al PAN para deshacerse del gobernador Ulises Ruiz. El propio gobierno federal le ha enviado señales fuertes a Ruiz al decomisar todas las armas de la policía estatal, para ver si alguna está implicada en los asesinatos que se han cometido en los estados en los últimos tiempos. Pero el problema para el perredismo no es ése: ¿cómo pedirle una alianza para hacer justicia contra un gobernador a un gobierno al que no se reconoce y a un partido al que se considera que llegó al poder vía un fraude? Y todo al mismo tiempo en que López Obrador les exige no establecer acuerdo alguno con el gobierno o su partido. Simultáneamente, el perredismo le pide una alianza al PRI para bloquear el presupuesto en los ámbitos de educación y cultura. ¿Con quién hacer un acuerdo entonces si, ambos, están diseñados para golpear al otro adversario?¿no terminará siendo más probable que el PAN y el PRI terminen haciendo su propio acuerdo en lugar de enfrentarse recíprocamente para beneficiar al PRD?.

En Chiapas asumió el gobierno, el viernes pasado, Juan Sabines y ese mismo día se deslindó por completo de López Obrador. Su gabinete es parte de la tendencia priista que lo apoyó cuando salió de ese partido y Sabines ha jugado sus propias cartas, ubicándose cerca de Felipe Calderón.

En el DF, asumió el martes el gobierno capitalino Marcelo Ebrard. La designación de su gabinete ha servido para oficializar la ruptura interna en el partido entre los sectores que apoyan a Ebrard y la poderosa corriente de Nueva Izquierda, que encabeza Jesús Ortega. En realidad, se trata de un capítulo anticipado de la lucha por la próxima presidencia nacional del partido. Pero al propio Ebrard esa ruptura no le alcanzó para colocar a alguien suyo en la presidnecia del PRD en el DF, ya que las mismas corrientes bejaranistas le cerraron el paso al perredista de nuevo cuño, y desde siempre cercano a Ebrard, Alejandro Rojas Díaz. El jefe de gobierno queda así en una situación difícil: con un enemigo abierto y poderoso como Nueva Izquierda, que tiene mayoría en la Asamblea Legislativa y controla alguna de las delegaciones más importantes del DF, como Iztapalapa, y con un enemigo embozado, las corrientes bejaranistas que siguen sin considerarlo uno de los suyos.

En Guerrero, Zeferino Torreblanca ha ratificado su distancia con López Obrador y la primera gira de trabajo de Felipe Calderón en ese estado, donde quedó en claro que la relación entre el gobernador perredista y el presidente es más que buena. En Michoacán, las cosas son similares y con Cuauhtémoc y Lázaro Cárdenas, nada indica que pueda haber, siquiera, una recomposición en la relación con López Obrador. Al contrario, en estos momentos, la corriente que apoyó al ex candidato es la mayor oposición interna que tiene Lázaro Cárdenas. En Zacatecas, el conflicto entre Amalia García y Ricardo Monreal se ha agudizado, mientras que en la cámara de senadores, la distancia entre el coordinador perredista, Carlos Navarrete, de Nueva Izquierda, y el propio Monreal es cada día más evidente. Lo cual no impide que tanto Amalia como Monreal se opongan a Nueva Izquierda en el terreno nacional. En Baja California Sur, el gobernador Narciso Agundiz, decidió olvidar que su antecesor, Leonel Cota, es el presidente del partido y, desde hace tiempo, decidió alinearse con el presidente Calderón. Desde entonces no se ha vuelto a saber de él. En la cámara de diputados, Javier González Garza cada vez tiene mayores problemas para disciplinar un grupo parlamentario que tiene tendencias centrífugas inocultables, además de algunos ex priistas que están decididos a demostrarle a López Obrador su lealtad incendiando detrás de ellos toda su carrera política, como el buen Arturo Núñez, irreconocible en su nuevo papel de hooligan legislativo.

La crisis perredista no viene de la derrota electoral. Proviene de una pésima estrategia que los llevó a esa derrota y que se ha profundizado hasta límites impensables por el disciplina ante un líder mesiánico que nada tiene que ver con una lógica progresista y democrática.

Por: Jorge Fernández Menéndez
Publicado en: Periódico ExcelsiorFecha: Lunes, 11 de Diciembre de 2006



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