miércoles, octubre 11, 2006

 

Debe y haber de AMLO

 
El país le debe a Andrés Manuel López Obrador el haber puesto el tema de la pobreza en el centro de la agenda nacional. La pobreza es el fantasma que recorre la historia de México, por lo menos desde que Alejandro von Humboldt nos describió, en 1801, como el país de la desigualdad. Un mendigo sentado en una montaña de oro. Un peón ensombrerado y envuelto en sarape durmiendo la siesta eterna. Todos estos lugares comunes de la insuficiencia nacional encontraron en la campaña de López Obrador exactamente eso: espacio y comunidad, plaza y masa. ¿No es hora de convertir lo ganado en la calle en lo ganable en el foro?

El fantasma de la pobreza nos espanta de noche y lo olvidamos al despertar. No han faltado los clarinazos al amanecer. En la era de la Ilustración mexicana, la Reforma Liberal, Ignacio Ramírez se preguntó: "¿Qué hacemos con los pobres?" y Julieta Campos, un siglo más tarde, retomó el título y el tema en un libro capital para entender al México invisible. Para Campos, es necesario enfatizar las soluciones desde abajo, la salud económica de aparceros, ejidatarios, campesinos, pequeños comerciantes, empresarios medios, propietarios medios y pequeños, trabajadores de fábrica, habitantes de los barrios, con sistemas de crédito local e inversiones básicas en educación, salud y comunicaciones.

No dice otra cosa Carlos Slim en apoyo a una política de ascenso económico que, sólo ella, puede crear una sana economía de mercado: "La pobreza no crea mercado". Y no es otro el mensaje de Bill Clinton, cuando, en el centro mismo de la iniciativa global que lleva su nombre, sostiene que la pobreza extrema puede ser eliminada mundialmente en un par de décadas. Bastaría una contribución del 0.5% del producto interno bruto de los países ricos en un mundo donde sólo el 20% de la población mundial recibe el 80% del ingreso mundial y tres mil millones de seres humanos -la mitad de la población de la tierra- viven en grados diversos de pobreza.

De los buenos propósitos a la práctica. Chile ha logrado un rápido desarrollo económico con políticas laborales y distributivas que han disminuido en buen grado la pobreza, de acuerdo con el principio de Ricardo Lagos: no empobrecer a los ricos, sino enriquecer a los pobres. Y Lula da Silva, en Brasil, ha presidido un descenso de la pobreza que afectaba a un 28% de la población, a un 23% este año. El ingreso real de los hogares brasileños más pobres aumentó en un 28% entre 2004 y 2005 y esto se logró sin inflación, sin déficits, con más educación y aumentos considerables del salario mínimo. El comercio en el noroeste aumentó en un 16% el año pasado (The Economist, Londres y Fundación Getulio Vargas, Sao Paulo).

También es cierto que Lula ha podido aplicar sus políticas sociales gracias a la continuidad de las medidas de racionalidad económica de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Y también es cierto que Brasil tiene graves problemas pendientes. La demanda pública da cuenta del 50% del PIB, el desarrollo sigue siendo geográficamente desigual, el sector público devora presupuesto y mantiene altas tasas de interés. La inseguridad y la corrupción están lejos de desaparecer.

Pero en suma, la política de Lula es la correcta, sobre todo si la comparamos con el dispendio y la demagogia de su vecino venezolano, el inefable Clown de Caracas, Hugo Chávez, quien gasta a manos llenas el ingreso petrolero en dudosos regalos a otras naciones para comprar prestigio internacional de burla, en tanto que en Ve- nezuela distribuye prebendas entre militares y parientes, permite que la infraestructura se derrumbe y da óbolos populares no muy distintos de los de Juan y Eva Perón: caridad hoy, pobreza mañana. Con un agravante hipócrita: Chávez fustiga a los EE.UU. pero depende del intocable ingreso por la venta de petróleo venezolano a su primer comprador, los USA.

Hay así varios modelos de política izquierdista en América Latina y López Obrador, tocando el resorte fundamental de la lucha contra la pobreza, hará bien en orientar y hacer públicas sus ideas prácticas sobre un asunto que no es, lo repito, sólo nuestro sino mundial. La diferencia de AMLO con Bachelet, Lula y Chávez es que AMLO está en la oposición y ahora tiene que decidir qué clase de oposición será la suya.

Porque la protesta callejera, el mitin multitudinario y la invocación a "el pueblo" acabarán por gastarse. López Obrador es una figura respetable de la izquierda, pero no es la izquierda entera. En la izquierda están Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Monsiváis, Amalia García, Lázaro Cárdenas Batel. La izquierda mexicana, tantas veces condenada a ser confeti del carnaval político, alcanzó a partir de los años ochenta y el liderazgo, entre otros, de Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Jesús Ortega y Pablo Gómez, la posición de alternativa política responsable.

Parte de la responsabilidad consiste en atenerse a los resultados del voto: ¿Hubo fraude el 2 de julio? ¿Sólo lo hubo en las urnas presidenciales, más no en las que eligieron a senadores, diputados y municipios perredistas? ¿Es fraudulento el TRIFE (Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación)? ¿Preferimos las elecciones determinadas por el tapadismo, el dedo presidencial y la hegemonía priísta? ¿No ha demostrado el TRIFE una y otra vez, su imparcialidad en numerosas elecciones locales y estatales? ¿A qué hora se convirtió el TRIFE en marioneta de Los Pinos o del PAN? ¿Hubiera sido descalificado el TRIFE por AMLO si le otorga el triunfo a AMLO?

Preguntas que palidecen ante los hechos. La izquierda tiene hoy una presencia política mayor que nunca desde la presidencia de Lázaro Cárdenas del Río. La pugna personal entre Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador ocurre en un ring sin árbitro que sólo ellos ocupan. Fuera del ring, la izquierda gana poder y no veo a sus senadores, diputados y alcaldes renunciando a sus puestos para embarcarse en una campaña permanente al grito de "al diablo las instituciones" y "cállate, chachalaca".

El México incluyente y democrático, por más imperfecciones que ostente, requiere hoy otro lenguaje y otra actitud. La izquierda tiene que verse y organizarse como un movimiento político permanente, no como una algarada circunstancial. La izquierda tiene que potenciar su presente en función de su futuro como auténtica alternativa de poder en beneficio de todos los ciudadanos y de todas las clases, propiciando el ascenso del que habla Lagos más que el descenso que practica Chávez. La izquierda tiene que trascender el liderazgo personalista de AMLO a fin de ser más incluyente y encarrilar el poderoso verbo y la magnética presencia del tabasqueño a tareas compartidas con los izquierdistas que no son ni sus partidarios ni sus súbditos.

Hay un largo camino por delante. Mi querido amigo Porfirio Muñoz Ledo no será Primer Ministro de un régimen parlamentario mexicano. Acaso la próxima vez -dentro de seis años- López Obrador deberá disputarle la candidatura de izquierda a Marcelo Ebrard. ¿Quién sabe?

Lo cierto es que a Lula, a Lagos y a Bachelet, a Evo Morales y a Tabaré les tomó tiempo, paciencia y organización llegar al poder. Ellos dan cuenta de una izquierda latinoamericana muy diversificada, nada monolítica, a la cual espero que un día acceda México. El reverso de esta medalla es el Bocazas Chávez, a quien no considero de izquierda, sino un fascista pasajeramente rico y que divierte a sus colegas.

Sólo que Chávez no tiene frontera terrestre con los EE.UU. de América. Sólo México, en Iberoamérica, la tiene. Y no sé si por provincianismo o por cálculo, López Obrador jamás -o rara vez- ha criticado a los gringos. Vecindad fatal. Está allí y de ello mañana, en relación a Felipe Calderón, escribiré en este espacio.
 
Carlos Fuentes, El Norte, 11 de octubre 2006

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