martes, septiembre 19, 2006

 

Un Mussolini tropicalizado

Hay diferentes maneras de hacer el ridículo, casi todas ellas exploradas con anterioridad, pero la de López Obrador el sábado en el Zócalo capitalino rebasa, con mucho, a la de varios de sus numerosos antecesores en la vida política nacional.

Decíamos la semana pasada que la llamada Convención Nacional Democrática, en principio de cuentas no era ninguna de las tres cosas: no era una convención porque no había delegados representativos: cualquiera que se presentara como delegado, aunque fuera de sí mismo, era inmediatamente registrado y ahí quedaron en la portada de los periódicos los payasos con sus gafetes de delegados; no era nacional, porque en el resto del país, fuera de la Ciudad de México (donde el clientelismo y la manipulación del gobierno local operan ya fuera de toda discreción), la CND y el lopezobradorismo simplemente son una historia lejana e incomprensible; y mucho menos era democrática: en realidad, fue un acto de corte, diseño y concepto fascistoide, donde no se permitió a nadie discutir nada; donde las resoluciones fueron entregadas a los asistentes antes de que comenzara el mitin, en el cual en apenas 28 minutos se aprobó todo lo que propuso López Obrador, incluido el nombramiento de "presidente legítimo" (un paso golpista más que lo acerca, como siempre ocurre con este personaje, al autoritarismo de derecha); incluso los pocos que se atrevieron a intentar votar a mano alzada en contra de esa designación fueron intimidados para que olvidaran esa pretensión; se montó (en forma particularmente cobarde y con pleno respaldo de López Obrador) una campaña de insultos para Cuauhtémoc Cárdenas y cualquier disidente.

López Obrador no recuerda a ningún líder de izquierda conocido, pero sí a viejos y nuevos líderes fascistas o neofascistas. A Michelángelo Bovero, por ejemplo, en el excelente ensayo que publicó hace un par de semanas en Excélsior, su forma de no aceptar la derrota le recuerda a Silvio Berlusconi. Agrega Bovero que "no siempre, aun cuando sea formalmente legítima, una protesta tiene motivaciones y fines aceptables desde un punto de vista democrático. A veces puede representar un peligro para la salud de la democracia... la decisión de una multitud que responde a las preguntas del líder con un sí o un no, que aprueba levantando la mano, no es una decisión democrática. Es más bien equiparable a la aclamación, que constituye (según decía Bobbio) precisamente la antítesis de la democracia... a quien conoce la historia del siglo XX italiano la imagen de una multitud que responde ‘¡¡¡sí!!!’ a la pregunta del líder, evoca terribles recuerdos". En otras palabras: a Bovero la forma de hacer política de López Obrador le recuerda a Mussolini y cuando veíamos el sábado a Elena Poniatowska llamando "líder" a López Obrador y olvidando cualquier sentido crítico con respecto al movimiento del que forma parte, nos recordaba a un Charles Maurras tropicalizado.

El fascismo, dice el maestro de Bovero, Norberto Bobbio, en su Diccionario político, "es una ideología de crisis" y nace como respuesta a "la falta de integración, bajo diversos aspectos, entre muchos individuos y los modelos institucionales constituidos". Cuando nos preguntamos cuál es el sentido de esta movilización post 2 de julio del lopezobradorismo, de las asambleas informativas, los plantones, la CND, la autodesignación como "presidente legítimo", la respuesta que tenemos de algunos dirigentes del movimiento es que, si no realizan esas acciones, desaparecerían de la opinión publicada, lo cual es falso: si López Obrador hubiera aceptado el resultado electoral pero hubiera exigido toda una agenda de reformas políticas y sociales al próximo gobierno, sin duda estaría en los medios, hubiera mantenido o aumentado su popularidad y hubiera contribuido a la consolidación democrática, pero hizo todo lo contrario y ha perdido presencia en los medios y popularidad, al tiempo que se ha colocado como enemigo de las instituciones democráticas. Sin embargo, la respuesta está en el propio Mussolini, convencido de que "la primacía le corresponde a la acción, aun cuando esté equivocada. Lo negativo, el eterno inmóvil, es condenación. Yo estoy de parte del movimiento. Yo soy un marchista". ¿Y las marchas desde Tabasco, las marchas capitalinas, el plantón, no convierten al autoproclamado presidente legítimo también en un marchista, no está dando primacía al movimiento y a la acción por encima de la razón?

El concepto de movimiento es clave para estas formas políticas que en América Latina han tenido exponentes tan destacados como Juan Perón o Getulio Vargas en la posguerra o Hugo Chávez en la actualidad. Por eso el partido del que surge el líder debe disolverse en el movimiento. Por eso el Frente que se integró el sábado tiene como objetivo diluir en él al PRD, porque el partido se convierte en un estorbo para el liderazgo unipersonal: así ocurrió con todos esos movimientos similares, del pasado o del presente. Giran política e ideológicamente sólo en torno al líder, no admiten disidencias ni debates. Perón, Vargas, Chávez, Castro, desaparecieron o se enfrentaron a los grupos o partidos políticos organizados que los llevaron al poder y crearon su propio movimiento, con indefiniciones tan grandes, tan amplias, que permiten cualquier maroma política del líder. Decía Mussolini: "Los prejuicios son mallas de hierro o de oropel. No tenemos el prejuicio republicano ni el monárquico, no tenemos el prejuicio católico, socialista o antisocialista. Somos cuestionadores, activistas, realizadores".

El objetivo primero, por lo tanto, es desaparecer al Partido de la Revolución Democrática y diluirlo en el Frente. ¿Y qué mejor demostración para ello que los acompañantes de López Obrador en el templete del Zócalo el sábado?, ¿cuántos dirigentes de izquierda, del perredismo real, estaban allí avalando su futura liquidación? 

 Jorge Fernández Menéndez, Excélsior 

Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?