lunes, septiembre 18, 2006

 

República de sainete

Presento a mis cuatro lectores un nuevo personaje. Se llama Renecio, y es el hombre más terco del planeta. Nadie hay tan pertinaz o cabezudo como él. No le entra ni el hacha, como dice la gente en el Potrero de quien no escucha la voz de la razón. Sucedió que en la peluquería del pueblo, donde los lugareños celebran su tertulia, Renecio afirmó un día que los leones, al rugir, hacen: "Barrr". Opinó el barbero: "-Creo que estás equivocado. Hacen: 'Grrrr'". "-¡Mentiroso! -se enojó Renecio-. ¡Hacen: 'Barrr'!". Todos los tertulianos coincidieron en la opinión del fígaro, y dijeron que los leones hacen: "Grrrr". Renecio, con crispación creciente, les dijo: "-¡Mentirosos!". Propuso el peluquero: "-Vayamos con el maestro de la escuela y preguntémosle cómo hacen los leones". En efecto, acudieron ante el profesor y le plantearon el asunto. El mentor confirmó: "-Los leones hacen: '¡Grrrr!'". "-¡Mentiroso! -exclamó con iracundia el obtuso Renecio. Entonces el preceptor hizo una sugerencia. "-En el pueblo vecino está un circo -dijo-, y el circo trae un león. ¿Por qué no van ustedes y escuchan el rugido de la fiera? Así sabrán si hace: 'Barrr' o hace: 'Grrrr'". Todos aceptaron la propuesta, y se dirigieron al cercano pueblo. Llegados que fueron al circo buscaron la jaula del felino. Al verlos rugió el león: "¡Grrrr!". Y le dice Renecio hecho una furia: "-¡Mentiroso!"...
 
A esa especie de hombres, empecinados y tozudos, pertenece López Obrador. Estaba seguro de su triunfo; se veía ya en la silla presidencial. Repartió nombramientos, y anunció sus primeras acciones de gobierno. Pero en el breve tránsito del plato hacia la boca sus propios errores motivaron que se le cayera la sopa. Ahora, obnubilado por el fracaso, no puede asimilar la verdad de su derrota; no reconoce el triunfo real y formal de su adversario, y se hace nombrar Presidente por una obsecuente muchedumbre de seguidores incondicionales. Nadie lo tache, sin embargo, de extremado: pudo haber hecho que su obediente Convención lo ungiera Emperador o Kaiser, si así se hubiese planteado la propuesta a los férvidos manifestantes, y sin embargo se conformó con el modesto título de Presidente de México. Desoyó AMLO las sensatas voces que, procedentes aun de su propio partido y de la izquierda racional, le advertían los riesgos de asumir ese título pirata, de encabezar una irrisoria presidencia de farsa, sin reconocimiento ni aceptación por parte de la inmensa mayoría de los mexicanos. Su Convención, muy parecida a una concentración fascista, fue mentirosa asamblea sin debate, sin actitud crítica, sin ejercicio de la libertad individual; mera aglomeración de gente que veía cómo alzaban la mano quienes estaban arriba del tinglado, para igual levantarla ellos.
 
De ese sainete sale la nueva República fundada por López Obrador y familia que lo acompaña, variopinta mezcla de ambiciosos inmorales y de nostálgicos de la utopía que reproducen ahora los viejos procedimientos priistas autoritarios, caudillistas y de voluntad unánime, supuestamente popular, pero en verdad surgida de un grupo de notables que dicen representar al pueblo y sin embargo lo usan para imponer por fuerza sus ideas a los demás y sacar adelante sus propósitos. Esperemos que la farsa lopezobradorista no sea causa de violencia, y quede en engorro solamente. En eso acabó otra Convención Nacional Democrática, la que hizo Marcos, apoyado en su momento por muchos de los que ahora van con AMLO. Lamentamos, sí, el daño que se causa a México y a la democracia. Pudo escoger López Obrador el camino arduo y fatigoso, pero honesto y fecundo en frutos, de la oposición democrática. En vez de eso asumió el papel de provocador, de agitador intolerante y cerrado a todo diálogo. Pudo ser un eficaz líder político. Prefirió en su lugar el lamentable papel de aspirante a golpista, de pobre aprendiz de usurpador... FIN.

Armando Fuentes Aguirre, Catón, El Norte 
afacaton@prodigy.net.mx

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