lunes, septiembre 11, 2006

 

PRD, portazo a sí mismo

Allí va de nuevo la izquierda a las calles. Movilizando, protestando, aventando huevos, lanzando escupitajos. Justificando su actuación sin límites con las dudas sobre una elección que el Tribunal Federal Electoral no pudo o no quiso esclarecer. Quejándose de la exclusión del sistema político, pero ayudando a producirla. Hoy el PRD está atrapado en un círculo vicioso en el cual denuncia un portazo y se lo da a sí mismo. Reclama que se le negó la presidencia, pero a la vez se posiciona para no alcanzarla en elecciones futuras. Argumenta que las vías institucionales se le han cerrado, pero contribuye a colocar obstáculos a lo largo de ellas. Quiere ser partido y movimiento social, sin entender que lo segundo puede ir en contra de lo primero. La Convención Nacional Democrática que el PRD ayuda a organizar no fortalece al partido. Al contrario: conspira contra él.

Porque la Convención no será un espacio para el fortalecimiento del partido, sino una plaza para el reconocimiento del líder al margen de él. No será un lugar donde se busque reformar a las instituciones existentes, sino un lugar donde se insista en descalificarlas. No será un sitio donde se pensará en cómo gobernar mejor, sino un sitio donde se pretenda hacerlo de manera paralela. Y al sumarse a ese objetivo, el PRD camina lenta y dolorosamente hacia su marginación anunciada. Hacia su inmolación declarada. Hacia su suicidio público como partido que forma parte del andamiaje institucional, y ahora declara que también lo mandará al diablo. Marchando detrás del hombre que lo ayudó a ganar, pero que le exige que se autodestruya con tal de apoyarlo.

A eso está obligando AMLO al PRD. Al acto moralmente aplaudible pero políticamente dañino, a la postura testimonial que "el pueblo" aplaude, pero los electores rechazan, a la lógica de bloquear calles en vez de ganar elecciones, a la táctica de tomar tribunas en vez de representar ciudadanos. Mientras tanto, López Obrador dice "el costo ya lo pagamos, así que ahora hay que seguirle porque ya no es un asunto de popularidad, sino de eficacia". ¿Pero eficacia de quién y con qué objetivo? La del partido que quiere seguir gobernando o la del hombre radical que ya renunció a hacerlo? La del PRD que quiere seguir manteniendo posiciones dentro del sistema, o la del revolucionario que busca tumbarlo? La contradicción es clara: el dirigente moral camina en sentido contrario a un partido del cual se adueñó y hoy daña. A AMLO le conviene la bolivianización de México. Al PRD no. A AMLO le conviene la radicalización del movimiento social que encabeza. Al PRD no.

Porque mientras López Obrador consolida fanáticos, el PRD pierde electores. Mientras López Obrador consigue personas dispuestas a aventar huevos, el PRD pierde personas dispuestas a depositar votos. Mientras López Obrador celebra el "servicio a la Patria de gran valía", el PRD paga el precio de brindarlo. Los números duros están allí, en cada encuesta que revela la pérdida de apoyo para un partido que duplicó su votación y en el futuro se apresta a perderla.

Ahora bien, el ala radical del PRD gritará que tiene razón en hacer lo que hace, en decir lo que dice, en apoyar a AMLO de manera incondicional y sin preguntas. Todo se vale porque hubo fraude. Todo se justifica porque hubo imposición. Todo se permite en aras de refundar a la República. El problema es que el PRD mismo no tendrá cabida en ella. Si los radicales ganan, el PRD será obligado a declararse en rebeldía permanente, a romper toda relación con el PAN, a equiparar negociar con transar, a impedir la toma de posesión de Felipe Calderón o a hacerle -como sugiere el vocero perredista- la vida de "rombitos". Ya no existirá para legislar sino para obstaculizar. Ya no existirá para aspirar al poder sino para sabotear a quien lo tenga.

Acorralado por AMLO, el PRD no tendrá otra misión más que recorrer en México la ruta de Evo Morales en Bolivia. La apuesta para la izquierda ya no será empujar para que Calderón gobierne en nombre de los pobres, sino impedir que lo haga. A través de protestas, mediante movilizaciones, bloqueo tras bloqueo, plantón tras plantón. Incendiando la ira. Atizando los ánimos. Promoviendo las divisiones mientras acusa a los otros de haberlo hecho primero. Denunciando a las instituciones tradicionales sin comprender a cabalidad que forma parte de ellas. Convocando a una revolución contra la República simulada sin entender que -como partido establecido- acabaría arrasado por ella. Alienando a quienes se rehusaron a creer que la izquierda era peligrosa y ahora comienzan a pensar que lo es.

Porque la presión de la calle puede resultar contraproducente. Porque la radicalización de la izquierda puede sabotear el cambio que exige en vez de fomentarlo. Porque mientras algunos en el PAN y en el PRI piensan que habrá que "rebasar a AMLO por la izquierda", otros ya empiezan a pensar que sería mejor descartar la inclusión de su agenda. Empiezan a argumentar el PRD no es un jugador confiable y no debería ser tratado como tal. Empiezan a sugerir que el PRD ya no es un actor racional con el que se pueda negociar y más vale no intentarlo. Empiezan a asumir que la izquierda se rehúsa a ofrecer garantías y por eso será mejor aislarla. Ignorarla. Marginarla. Excluirla. Incorporar quizás algunas de sus propuestas pero sin compartir el crédito político por ello. La recalcitrancia perredista está alimentando la intransigencia panista.

Para que exista la democracia es necesario que todos los actores políticos ofrezcan salvaguardas a sus enemigos. Y hoy AMLO niega de tajo esa posibilidad mientras el PRD todavía la debate. Los radicales ya anunciaron que están dispuestos a vivir en tiendas de campaña, mientras los moderados se preguntan hasta cuando tendrán que permanecer allí. Por un lado Fernández Noroña y por otro Amalia García. Por un lado Martí Batres y por otro Javier González Garza. Por un lado AMLO y por otro quienes comienzan a padecer el peso de su cercanía con él. La causa personal enfrentada a la evolución del partido. Un actor anti-institucional que se margina y un actor institucional que lo hace también. El PRD varado ante el portazo que da contra sí mismo.
 
Denise Dresser, El Norte


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