lunes, agosto 07, 2006
¿Qué sigue?
Sigo sin entender el supuesto conflicto postelectoral que han armado AMLO y algunos de sus seguidores.
El proceso electoral pasado fue muy diferente a todos los que me ha tocado vivir en 46 años de vida. Mi memoria electoral viene desde los 10 años de edad, con las elecciones presidenciales que llevaron al poder a Luis Echeverría en 1970. Desde ese momento y hasta las elecciones de 1994, toda la cobertura de los noticieros y la prensa era hacia el candidato oficial. Todos los recursos públicos se utilizaban, sin cortapisas, para financiar la campaña de dicho candidato.
El que organizaba las elecciones era el mismo gobierno. Las organizaciones sindicales y corporativistas, los gobernadores y presidentes municipales se comprometían a conseguir determinado número de votos. De eso dependía su futuro político y, por lo tanto, existían muchos incentivos para obtener votaciones copiosas a favor del candidato. Incluso a los muertitos no se les privaba del derecho ciudadano del sufragio, aunque fuera desde el más allá.
Los controles y medidas de seguridad que existían en las elecciones eran prácticamente nulos. Las credenciales de elector no tenían fotografía, por lo que era muy fácil presentarse a votar con distinto nombre. Esto fomentaba los famosos "carruseles", en donde un líder subía en un camión a sus seguidores y les hacía un tour electoral por las casillas instaladas para que emitieran su voto, las veces que fuera necesario, sobre todo en lugares en donde la "reacción" podía ganar.
Otras veces, de manera descarada pasaban a recoger las urnas y a deshacer las casillas donde se estaba sufragando por la oposición. A esto se le llamaba el fraude "patriótico", frase acuñada por uno de los que ahora acompañan a AMLO en su lucha postelectoral. Me tocó la experiencia en 1976, acompañando a mis papás a votar en las elecciones municipales en León, Gto., ver cómo policías municipales, a bordo de una camioneta del municipio, se llevaban las urnas de las casillas porque ahí estaban votando a favor del PAN.
Los que asistían a los mítines públicos de la oposición lo hacían a riesgo personal de aparecer en una lista siniestra del gobierno. Los empresarios, excepto algunos con mucho patriotismo y amor a la libertad, se cuidaban mucho de apoyar, aunque fuera moralmente, a los opositores, por temor a perder el apoyo que el gobierno les daba a través de subsidios, protección a la competencia del exterior e interna, retiro de concesiones y otros privilegios o de ser víctimas de una despiadada auditoría fiscal.
Los mítines siempre eran asediados por las fuerzas policiacas locales. Y en un entorno electoral en donde las reglas estaban hechas para que ganara el candidato oficial fuera como fuera, en donde el gobierno era juez y parte del proceso electoral, las oportunidades de triunfo de la oposición eran mínimas. En esta competencia electoral inequitativa, los ciudadanos optaban por no salir a votar o votar por el candidato oficial.
¿Usted supo que las elecciones del 2006 fueran así? El cambio radical que ha vivido nuestro proceso electoral para eliminar el fantasma del fraude electoral comenzó en 1996, cuando al gobierno se le retiró la organización de las elecciones y se creó un organismo independiente compuesto por ciudadanos propuestos por los partidos políticos.
Desde las elecciones de 1997, éstas se realizan en un entorno justo, en donde la única inequidad es que los partidos políticos grandes son los que reciben más prerrogativas, lo que les sigue asegurando su papel preponderante. Las posibilidades de fraude "a la antigüita" o "a la cibernética" son mínimas.
Y este ambiente privó en el proceso electoral. Al momento de emitir nuestro voto, los que lo hicimos actuamos con plena conciencia, en libertad, sin intimidaciones, convencidos por la oferta política y económica que proponía el partido al cual le estábamos dando nuestro voto. No hubo las presiones de sindicatos a sus agremiados ni la amenaza de las autoridades en el poder hacia los ciudadanos para obligarlos a votar por sus candidatos.
El proceso electoral se dio en un marco de equidad en donde todas las fuerzas políticas tuvieron a su disposición todos los medios de comunicación para expresar sus ideas, sin cortapisas. Si bien todos los gobiernos, locales y federales, aumentaron la intensidad de su propaganda oficial, hay que subrayar que en el caso del gobierno federal, el Congreso le exigió poner una advertencia que el programa público que se estaba anunciando no tenía objetivos electorales y que era financiado con fondos aprobados por ellos.
En el caso del gobierno del DF, el uso de sus programas para fines electorales no tuvo la misma restricción. El color amarillo y las frases utilizadas confundían si se trataba de un promocional de AMLO o realmente era para dar a conocer los programas públicos del gobierno del DF. Si hubo amenazas fue para la gente de la tercera edad en el Distrito Federal que se les advertía que de perder AMLO, la "perversa derecha" les iba a quitar ese regalo del mesías tabasqueño.
Más de un millón de ciudadanos tuvieron en sus manos la logística de las elecciones y llevaron el conteo de todos los votos en todas las casillas y todos vimos como fluía el conteo. El Trife está atendiendo las impugnaciones y el sábado decidió que no procedía el conteo total de la votación, confiando en el conteo de los ciudadanos.
Ahora, falta esperar la calificación final de la elección que haga el tribunal y acatarla todos. No hay ningún motivo para que AMLO y sus huestes sigan castigando al DF y quieran secuestrar e incendiar a todo el país con sus plantones y marchas.
¿Qué sigue? Sensatez y respeto. La violencia nunca es alternativa.
Abel Hilbert, El Norte
ahibert@prodigy.net.mx
El proceso electoral pasado fue muy diferente a todos los que me ha tocado vivir en 46 años de vida. Mi memoria electoral viene desde los 10 años de edad, con las elecciones presidenciales que llevaron al poder a Luis Echeverría en 1970. Desde ese momento y hasta las elecciones de 1994, toda la cobertura de los noticieros y la prensa era hacia el candidato oficial. Todos los recursos públicos se utilizaban, sin cortapisas, para financiar la campaña de dicho candidato.
El que organizaba las elecciones era el mismo gobierno. Las organizaciones sindicales y corporativistas, los gobernadores y presidentes municipales se comprometían a conseguir determinado número de votos. De eso dependía su futuro político y, por lo tanto, existían muchos incentivos para obtener votaciones copiosas a favor del candidato. Incluso a los muertitos no se les privaba del derecho ciudadano del sufragio, aunque fuera desde el más allá.
Los controles y medidas de seguridad que existían en las elecciones eran prácticamente nulos. Las credenciales de elector no tenían fotografía, por lo que era muy fácil presentarse a votar con distinto nombre. Esto fomentaba los famosos "carruseles", en donde un líder subía en un camión a sus seguidores y les hacía un tour electoral por las casillas instaladas para que emitieran su voto, las veces que fuera necesario, sobre todo en lugares en donde la "reacción" podía ganar.
Otras veces, de manera descarada pasaban a recoger las urnas y a deshacer las casillas donde se estaba sufragando por la oposición. A esto se le llamaba el fraude "patriótico", frase acuñada por uno de los que ahora acompañan a AMLO en su lucha postelectoral. Me tocó la experiencia en 1976, acompañando a mis papás a votar en las elecciones municipales en León, Gto., ver cómo policías municipales, a bordo de una camioneta del municipio, se llevaban las urnas de las casillas porque ahí estaban votando a favor del PAN.
Los que asistían a los mítines públicos de la oposición lo hacían a riesgo personal de aparecer en una lista siniestra del gobierno. Los empresarios, excepto algunos con mucho patriotismo y amor a la libertad, se cuidaban mucho de apoyar, aunque fuera moralmente, a los opositores, por temor a perder el apoyo que el gobierno les daba a través de subsidios, protección a la competencia del exterior e interna, retiro de concesiones y otros privilegios o de ser víctimas de una despiadada auditoría fiscal.
Los mítines siempre eran asediados por las fuerzas policiacas locales. Y en un entorno electoral en donde las reglas estaban hechas para que ganara el candidato oficial fuera como fuera, en donde el gobierno era juez y parte del proceso electoral, las oportunidades de triunfo de la oposición eran mínimas. En esta competencia electoral inequitativa, los ciudadanos optaban por no salir a votar o votar por el candidato oficial.
¿Usted supo que las elecciones del 2006 fueran así? El cambio radical que ha vivido nuestro proceso electoral para eliminar el fantasma del fraude electoral comenzó en 1996, cuando al gobierno se le retiró la organización de las elecciones y se creó un organismo independiente compuesto por ciudadanos propuestos por los partidos políticos.
Desde las elecciones de 1997, éstas se realizan en un entorno justo, en donde la única inequidad es que los partidos políticos grandes son los que reciben más prerrogativas, lo que les sigue asegurando su papel preponderante. Las posibilidades de fraude "a la antigüita" o "a la cibernética" son mínimas.
Y este ambiente privó en el proceso electoral. Al momento de emitir nuestro voto, los que lo hicimos actuamos con plena conciencia, en libertad, sin intimidaciones, convencidos por la oferta política y económica que proponía el partido al cual le estábamos dando nuestro voto. No hubo las presiones de sindicatos a sus agremiados ni la amenaza de las autoridades en el poder hacia los ciudadanos para obligarlos a votar por sus candidatos.
El proceso electoral se dio en un marco de equidad en donde todas las fuerzas políticas tuvieron a su disposición todos los medios de comunicación para expresar sus ideas, sin cortapisas. Si bien todos los gobiernos, locales y federales, aumentaron la intensidad de su propaganda oficial, hay que subrayar que en el caso del gobierno federal, el Congreso le exigió poner una advertencia que el programa público que se estaba anunciando no tenía objetivos electorales y que era financiado con fondos aprobados por ellos.
En el caso del gobierno del DF, el uso de sus programas para fines electorales no tuvo la misma restricción. El color amarillo y las frases utilizadas confundían si se trataba de un promocional de AMLO o realmente era para dar a conocer los programas públicos del gobierno del DF. Si hubo amenazas fue para la gente de la tercera edad en el Distrito Federal que se les advertía que de perder AMLO, la "perversa derecha" les iba a quitar ese regalo del mesías tabasqueño.
Más de un millón de ciudadanos tuvieron en sus manos la logística de las elecciones y llevaron el conteo de todos los votos en todas las casillas y todos vimos como fluía el conteo. El Trife está atendiendo las impugnaciones y el sábado decidió que no procedía el conteo total de la votación, confiando en el conteo de los ciudadanos.
Ahora, falta esperar la calificación final de la elección que haga el tribunal y acatarla todos. No hay ningún motivo para que AMLO y sus huestes sigan castigando al DF y quieran secuestrar e incendiar a todo el país con sus plantones y marchas.
¿Qué sigue? Sensatez y respeto. La violencia nunca es alternativa.
Abel Hilbert, El Norte
ahibert@prodigy.net.mx
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Que ese ser dañino y siniestro con el nombre de Andres Manuel López Obrador encuentre una actividad en la que pueda desarrollarse y entretenerse y que se vaya lejos de México y de los mexicanos por que todos, inclusive los que votaron por ese señor, tenemos derecho a vivír mejor y ser gobernador por una candidato que ganó las elecciones aunque sea por poco márgen. como se atreve LOPEZ a querer gobernar a un país como México.- No cabe duda que habla con la seguridad que le da su ignorancia.
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