lunes, agosto 07, 2006

 

Movimiento en contra del propio PRD

Se ha interpretado la "toma" de la Ciudad de México como una provocación a los antagonistas de Andrés Manuel López Obrador. Una embestida contra el PAN, un aviso al Tribunal. Es lo contrario: un durísimo golpe a sus aliados. A diferencia de las concentraciones anteriores, el bloqueo de las arterias vitales de la capital no es una demostración de respaldo popular. Los campamentos no muestran rebosantes legiones de simpatizantes, sino pabellones despoblados. Unos cuantos partidarios dispuestos a desquiciar el día de miles. Evidentemente, ésta no es una intimidación eficaz contra los miembros de la corte electoral. No es tampoco un desafío serio a los panistas. Se trata de una puñalada en la espalda del gobierno perredista del Distrito Federal, una agresión del movimiento lopezobradorista contra el partido que lo postuló.

Ante el terror del micrófono ausente, López Obrador volvió a dar un gran salto hacia delante. Audazmente, saltó el cerco que podía conducirlo a la irrelevancia mediática y decidió establecerse, por vía de la agresión a la ciudad que lo respaldó enfáticamente, en el centro de la atención pública. En un brillante artículo reciente, Soledad Loaeza describió la naturaleza del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador ("De líderes a seguidores", La Jornada, 27 de julio de 2006). Su estilo no se parece al de ningún otro político mexicano. Es un dirigente de masas que pretende encarnar toda la rabia de la historia de México. El político provoca reverencias inexplicables y odios furibundos. De movilización en movilización, navega en aguas que describe siempre como excepcionalmente dramáticas para construir un poder personal que escapa de los retenes institucionales y se blinda con pueblo.

Tal vez la novedad histórica de López Obrador radica en la sede de su actuar político, más que su estilo y su lenguaje. Se trata del primer dirigente exitoso de un movimiento social de alcance nacional. Su espacio natural nunca ha sido la plancha de las instituciones. Desde que dirigió al PRD afirmaba la necesidad de inyectar la savia del movimiento social a la seca maquinaria del partido. Lo ha repetido muchas veces: la historia mexicana camina a zancadas de movilización, no conforme a la cadencia indolente de las instituciones elitistas. No es difícil percibir en su entendimiento del mundo legal una perspectiva marxista: está convencido de que las reglas y los órganos institucionales no son basamentos de la neutralidad sino instrumentos al servicio de los privilegiados. Por eso su compromiso institucional ha sido siempre tan ambiguo, tan frágil, tan superficial. Su participación en el orden institucional se levanta sobre un fermento de desconfianza en las normas que sólo compensa una fe en sí mismo verbalizada como devoción popular.

El revés electoral de julio arraiga en una convicción antigua que se ha solidificado con experiencia. Si las instituciones lo han combatido, las movilizaciones han venido a su rescate. Entre instituciones se siente a la intemperie, en su campamento permanente se abriga. No es extraño que encuentre refugio hoy, nuevamente, en el espacio que le otorga plena confianza: el movimiento social que convoca y dirige, esa asamblea multitudinaria que responde dócilmente a sus preguntas, esa concentración que le otorga indefectiblemente la razón. Ante la multitud, el caudillo no necesita seguir rituales fastidiosos. Su método es convocar la aclamación: el dirigente pregunta y la masa, por fortuna, responde lo correcto.

Pero la lógica del movimiento no embona necesariamente con la lógica del partido. Habrá momentos en que un movimiento político puede nutrir a un partido. En estos momentos, sin embargo, los apetitos y las estrategias del movimiento tienden a lastimar al partido y pueden hacerlo de manera grave. En la medida en que López Obrador se siga viendo como dirigente de un movimiento social y no asuma las consecuencias de ser la cabeza de una organización partidista con extensas responsabilidades de gobierno y una amplia representación parlamentaria, el PRD sufrirá consecuencias nefastas. El partido se ha beneficiado enormemente de López Obrador. No puede explicarse el extraordinario salto en las preferencias electorales de ese partido sin el arrastre político del tabasqueño. Pero el partido ha sido rebasado ya por el lopezobradorismo. A la usanza del más viejo cesarismo, el líder (tras una consulta simulada) decide frente a las masas y marca el camino que deben seguir los hombres del partido. El partido, carente de cualquier liderazgo propio, sigue las órdenes puntualmente.

El movimiento social apuesta al instante. Su visión es apocalíptica: si hoy no ganamos, habremos perdido por siempre la oportunidad de gobernar. Por eso sus caminos de acción son ásperos, aparentemente irreflexivos, confrontacionales. No encuentra sitio en el futuro y por eso arriesga la pérdida de apoyos, la polarización, el distanciamiento de algunos fieles. Al movimiento no le sirve la frialdad de los moderados. Se vale sólo de los radicales. El partido, por el contrario, puede levantar la vista y llevar la mirada al futuro. Sabe que tiene responsabilidades que cumplir muy pronto, que el calendario le ordena una temprana moderación para volver a atraer a los independientes. Su operación natural lo llama a ordenar las expectativas populares y administrar en el tiempo la confianza que recibe.

López Obrador ha arrinconado a los moderados dentro de su partido. Hoy no pueden levantar la voz. Tendrán que hacerlo tarde o temprano. La gran construcción institucional del centro izquierda mexicano no puede quemarse en la pila de sacrificios.

Jesus Silva-Herzog Marquez, El Norte

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