domingo, agosto 06, 2006

 

La burguesía roja ...

A mediados del siglo 20, Bertrand Russell escribió un librito con el sugerente título " ¿Por qué no soy cristiano?". En él, el filósofo indagaba por qué se negaba a aceptar una doctrina con la que estaba de acuerdo en lo fundamental. Resuelto con sesudos argumentos metafísicos, que no viene al caso airear aquí, el dilema de Russell me persigue, pues -habiendo nacido con vocación de pollo a la leña verde (hereje)-, resulta que yo estoy de acuerdo con la tesis fundamental de la Coalición por el Bien de Todos (whaaat?).

Como mi superhéroe Václav Havel, encuentro que mi corazón late a la izquierda. Sueño con una izquierda moderna, generosa y liberal (Paty Market); basada en la inteligencia constructiva y no en el resentimiento social (Rincón Gallardo); que no confunda el revanchismo con la justicia (Michelle Bachelet). Como Russell, estoy de acuerdo en el fondo: los pobres tienen que desaparecer (y sobrevivir para contarlo). Pero la forma asumida por la izquierda arcaica (PRD) para lograr sus ideales, se me atora en el gaznate.

Y es que resulta que pese a su animadversión religiosa, la izquierda del PRD es también un credo con sus sacerdotes, dogmas y virtudes. Ahí donde la Iglesia exige obediencia ciega, un acto de fe y la virtud de la castidad para llegar al Cielo, los perredistas exigen fe en su pontífice infalible y una generosidad extrema para lograr su utopía terrestre. A ambas se les olvida que las virtudes -morales y teologales- o son libres, o no son virtudes. En ambos casos, la exigencia de ser virtuosos a fuerzas desemboca en la hipocresía. Del lado de la religión, la castidad forzada acaba en mochería; del lado de la ideología, la exigencia de generosidad se convierte en la doble moral de la burguesía roja.

Es esta burguesía roja la que, en nombre de los pobres, aspira a gobernar para repartir los parabienes del paraíso marxista y quedarse con la mejor parte. Es su clero rojo el que se encarama a los templetes a regurgitar bellos textos en pro de la justicia social, sin ruborizarse por no pagar los impuestos indispensables para combatir la pobreza que dizque deplora. Son sus Papas carmín los que señalan con el dedo flamígero a quienes ganan más de 9 mil pesos, sin advertir que entre los miembros de su cofradía hasta el supuesto chofer (Nico) tiene percepciones muy por encima de la arbitraria frontera monetaria que divide a los ángeles de los demonios.

Ahora bien, si algún miembro de esta iglesia colorada se hubiera molestado en leer algo más que "Marxism for Dummies", sabría que la burguesía es natural hasta para Marx. Todos los seres humanos (y no sólo los panistas) aspiramos a la suficiente holgura económica para dedicar la vida a afanes que no se agoten en la supervivencia. No hay perversidad en ello; es naturaleza humana. Por eso la receta utópica de "agite y revuelva al pueblo" jamás logró vencer a la pobreza. Cuando mucho, las "revoluciones populares" cambiaron a unos ricos por otros; pero los pobres ahí siguieron, oprimidos por una nueva casta que predicaba un Cielo en la Tierra limitado a los jerarcas del sistema.

Por contraparte, la izquierda moderna aprendió que las soluciones pasan por las instituciones, y no por las calles: la respuesta a la pobreza no es satanizar la riqueza, sino aplicar las leyes para que todos (vacas sagradas incluidas) paguen impuestos en la medida de sus posibilidades; la respuesta no es alienar a los capitales, sino abolir las transas y compadrazgos que hacen posible amasar fortunas cobijadas por el Gobierno; la respuesta no es "quítate tú pa' ponerme yo", sino meter al bote -sin excepciones partidistas- a todos los políticos corruptos que, al amparo de las franquicias delictivas que son los partidos, se roban los recursos que los ciudadanos les confiamos, no para su personalísima promoción, sino para combatir la pobreza.

Voy a escribirlo con todas sus letras: no estoy en contra del PRD ni me molestaría que López Obrador gobernara si el Trife corroborara un eventual triunfo; pero ha llegado la hora de exigir congruencia. Un liderazgo, si quiere ser creíble, ha de ser ejemplar. Quien se ha gastado millones del erario en su caprichito de ser Presidente (AMLO) es cómplice de la miseria y hambre que denuncia. Quien no paga impuestos, pudiendo hacerlo (Poniatowska, et al), carece de autoridad moral para predicar la justicia. Quien devenga un sueldo del erario por su chula (Ebrard) y no tan chula (Batres) cara, no tiene derecho a criticar a quienes, con trabajo legítimo, creamos la riqueza que les permite dedicarse a la grilla. De ningún modo se justifica citar a Juárez y no respetar el derecho ajeno, ni hablar de democracia (Encinas) y permitir que se atropellen los derechos de quienes no comulgamos con sus ideales. Desgraciadamente, lejos de crear la sociedad más justa que todos queremos, la hipócrita burguesía roja ha logrado -aquí y en China- justamente su contrario.

Claudia Ruiz Arriola, El Norte
sherpa01@gmail.com
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¿Hasta cuándo el PRD y la "izquierda" mexicana madurarán y progresarán ideológicamente? Si lo hicieran sin duda ganarían las elecciones en México. No como AMLO que con su discurso divisor no supo potenciar su capital político. ¿Qué le cuesta al PRD ser una izquierda moderna, liberal, realmente progresista, como el PSOE de España o la izquierda de Chile? Izquierdas que no están peleadas con la globalización, ni con la inversión, ni con los capitalistas. Al contrario, incentivan la generación de riqueza para poder lograr sus metas sociales.

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