viernes, agosto 18, 2006

 

El síndrome Encinas

Dónde está el sometimiento a las estructuras políticas que los mexicanos hemos creado para tratar de vivir dentro de un esquema de convivencia civilizada?

El diccionario define la palabra síndrome como un "conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o de un trastorno físico o mental." En el caso de Encinas, jefe de Gobierno del Distrito Federal, el síndrome político que presenta nos habla, igualmente, de un conjunto de síntomas que inequívocamente delatan el final de su carrera política. Me explico:

Resulta a todas luces evidente que la popularidad del jefe de Gobierno, si algún día la tuvo, ha decaído sensiblemente a partir de la "toma" arbitraria del Paseo de la Reforma, sin duda la avenida más hermosa del país, por los perredistas de extrema derecha, los que colindan con el fascismo. La imagen pública de un funcionario constituye sin duda alguna su activo más importante, me refiero a su capital político. Encinas ha hecho todo lo posible por girar irresponsablemente en contra de su propio capital político hasta agotarlo casi del todo. Si una vez terminada su catastrófica gestión decidiera postularse como jefe de manzana de su colonia, es muy probable que fracasara en el intento.

Este desplome de la popularidad de Encinas, este síndrome, que explica la alarmante caída de su popularidad, así como la cancelación de las posibilidades de continuar con su carrera política, es también reconocible en diversos actores de la política actual capitalina. El mal irreversible se adquiere al avalar indiscriminada e incondicionalmente la gestión del ex candidato a la Presidencia por la coalición conocida Por el Bien de Todos.

Quien apoye políticamente la toma de avenidas, sin duda no está cooperando por el bien de todos ni lo está haciendo tampoco quien promueva el despido de trabajadores de hoteles, restaurantes y centros de diversión. La campaña por el bien de todos de ninguna manera puede suponer la irritación, el desprecio y el coraje que despiertan en la mayoría de la ciudadanía las medidas tomadas por unos líderes políticos incapaces de aceptar su derrota ni de reconocer el papel que hicieron cientos de miles de compatriotas a la hora de contar los sufragios ni de admitir la importancia y trascendencia de las instituciones electorales de cara al futuro del país. ¿Dónde está la lealtad constitucional? ¿Dónde está el respeto a la ley? ¿Dónde está el sometimiento a las estructuras políticas que los mexicanos hemos creado para tratar de vivir dentro de un esquema de convivencia civilizada? Pueden no gustarme las sentencias del Poder Judicial pero no por ello voy a descalificarlo ni a recurrir a la violencia ni a la fuerza para destruir lo que generaciones de mexicanos han hecho por la patria.

Estamos frente a casos de solidaridad absolutamente suicidas e insensatos, de ahí que la destrucción de la imagen de un político, como en el caso Encinas, al respaldar incondicionalmente las arbitrariedades de quien había sido su superior jerárquico, no hagan sino convencer al electorado de removerlo, a él y a quienes se conduzcan como él, de su cargo público. Ante la imposibilidad de la destitución, sólo quedará la memoria histórica, para no volver a considerarlo en futuros comicios.

Marcelo Ebrard, a título de ejemplo, todavía no se ve que haya sido lastimado por el síndrome Encinas. Pero, eso sí, si se le llegara a ver como un abanderado de este perredismo fanático e incendiario, apoyando los bloqueos y la ilegalidad, gritando en las carpas y en los templetes, que claro está, hoy vieron sonrisas, mañana verán puños; ya se nos agota la paciencia y entregaré mi vida misma a cambio del éxito electoral del ex candidato de la coalición, entonces asistiremos al proceso de cremación pública de la carrera de este funcionario al que la ciudadanía todavía le concederá un periodo de gracia, tan pronto como tome posesión, para poder etiquetarlo debidamente. No parece ser que el señor Ebrard sea tan torpe como para serruchar la rama sobre la que está sentado, mientras entona una sonora letanía en honor de López Obrador. Todo parece indicar que, lejos de apoyar y promover su propio sepelio político, el jefe de Gobierno electo se ha venido deslindando del conflicto que padece la ciudad, su ciudad, con la misma delicadeza con que las gaviotas dejan las huellas sobre la arena del mar antes de emprender el vuelo.

López Obrador está ganando ostensiblemente miles de fanáticos incendiarios, sí, pero está perdiendo millones de seguidores, de ciudadanos decepcionados que veían en él al hombre capaz de cambiar al país y que, sin duda, hubiera cambiado su destino, pero haciéndolo regresar a un gigantesco orificio del que nos ha costado mucho trabajo salir. Winston Churchill siempre decía: "El grado de popularidad de un político depende del nivel de imbecilidad del electorado…" Observemos con cuidado a todos aquellos que ostenten de manera evidente el síndrome Encinas… La política se purifica solita…

Francisco Martín Moreno
fmartinmoreno@yahoo.com

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