domingo, noviembre 07, 2021

 

Contra la modernidad

López Obrador habita en un universo mental de teorías conspiratorias y ocurrencias irracionales. Es un hombre iletrado y alérgico a los números -tiene siempre sus propios prejuicios y datos- que practica el pensamiento mágico. Habla del neoliberalismo -que es tan sólo una política económica que pregona la primacía del mercado y la necesidad de restringir el poder del Estado y sus regulaciones, con la que se puede estar de acuerdo o no- como si fuera una entidad clandestina, supranacional y todopoderosa empeñada en controlar al mundo y, por supuesto, derrocarlo. Una mafia inasible financiada por fuerzas ocultas siempre imaginarias.

 

Pertenece a esos seres humanos que viven aún a contracorriente de la historia moderna. Que creen que las jaculatorias, las maldiciones y "las limpias" inciden en la realidad; confunden la correlación y las coincidencias con la causalidad y construyen generalizaciones inapelables a partir de su propia experiencia -una muestra estadística de uno-. Tienen una visión maniquea de la realidad -negros y blancos que no admiten matices- y recopilan sólo la información que apuntala sus creencias intuitivas, muy útil, por cierto, para demonizar a quienes los critican y santificar a sus seguidores. El resto es desechable.

 

Esta envoltura conceptual sería una curiosidad arcaica de una secta -Morena- que circularía en las redes, como QAnon, si no estuviera al servicio del proyecto dictatorial de un político poderoso como López Obrador y no se tradujera en iniciativas políticas que tendrán consecuencias negativas y a muy largo plazo para nuestro país.

 

Para ponerles a las iniciativas de LO la etiqueta que les corresponde hay que desenmarañar el amasijo retórico irracional que receta a la opinión pública día con día. La seguridad, la democracia, la importancia de atender la salud pública, la defensa de los derechos humanos de todos -antes que nada hoy los de las mujeres-, el imperativo moral de defender el conocimiento y a los intelectuales y científicos, financiar una educación de punta para todos y proteger el medio ambiente, no son instrumentos "neoliberales" para "explotar y saquear" como asegura López.

 

Son valores liberales legado de la revolución humanista del siglo XVIII que encarnó en la llamada Ilustración. Se han escrito muchos libros sobre el tema. Los mejores han encontrado las facetas del denominador común que es el cimiento de las democracias liberales: la razón es la primera. La convicción empírica de que la racionalidad y la ciencia son los mejores instrumentos para entender nuestro entorno, desde el universo hasta nuestro ADN, y que ha confinado los dogmas religiosos al lugar que les corresponde: el ámbito privado de los creyentes. En estos tiempos de pandemia, con los merolicos antivacunas que López ha puesto a cargo de nuestra salud, no está de más subrayar la cantidad de vidas que han salvado las vacunas que debemos a la ciencia moderna: 5 000 millones de seres humanos.*

 

La revolución humanista y liberal que empezó en el siglo XVIII -que López Obrador predica pero no practica- colocó al individuo, su bienestar y sus derechos, en el corazón de la política. Puso a las instituciones y a la ley al servicio de cada ciudadano: la libertad de expresión, la tolerancia, la civilidad y el voto (individual, libre y secreto), la abolición de la tortura y la esclavitud y la lucha contra la violencia, son derechos liberales que abrieron la puerta a la modernidad democrática.

 

El peligro para la democracia en nuestro país no es el "neoliberalismo", sino el régimen premoderno que López preside. Una supuesta "transformación" que es, de hecho, el retorno a un gobierno unipersonal que cree tener el derecho divino a gobernar y que se asume como el avatar nacionalista, religioso y étnico de un país que nunca existió.

 

* Las cifras desglosadas en Pinker, "Enlightenment...", capítulo 6.

 

Isabel Turrent

 


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