domingo, octubre 10, 2021
Mundo cambiante
La manera como funciona el Gobierno de Morena, especialmente las mañaneras del Presidente López Obrador, me recuerda un viejo chiste ruso: "un campesino se entera que uno de sus vecinos ahorró suficiente para comprar una cabra. Envidioso, se comunica con dios y le pide que corrija esta intolerable situación. Dios le responde con una pregunta: ¿qué quieres que haga yo? Mata la cabra fue la respuesta". Ensimismado y abstraído de lo que ocurre en el mundo, la solución es destruir lo existente. No vaya a ser que prospere el País.
El mundo exterior cambia, con frecuencia de manera acelerada, con múltiples variables interactuando. Ante un panorama como éste, una propensión natural es la de encerrarse y pretender que la mejor protección radica en aislarse. El problema es que eso no funciona.
En un mundo interconectado, donde la vida cotidiana depende de la interacción constante y continua entre personas, empresas, Gobiernos e instituciones a través de fronteras nacionales, la pretensión de aislarse es, además de pueril, imposible.
Sólo para ejemplificar, el 8 por ciento de las llamadas por teléfono en el mundo son entre México y Estados Unidos; el siguiente par es entre Estados Unidos e India, con 3.2 por ciento. México es de las naciones más interconectadas y su economía depende de la demanda por exportaciones mexicanas. Un país con estas características debería estar creando condiciones para acelerar esas oportunidades, tanto en términos de preparar a su población para asirlas, como construyendo la infraestructura para aterrizarlas.
Lo que de hecho ocurre es al revés: la educación y la salud no son prioridad para el Gobierno, cuyas lealtades son con los sindicatos dedicados a preservar el mundo del siglo 20. La infraestructura está paralizada y, por si eso no fuese suficiente, la iniciativa constitucional enviada por el Ejecutivo al Congreso en materia eléctrica va dirigida al control de precios, mecanismo ideado en los 70 para hacer inviables las inversiones privadas y luego expropiarlas.
Mientras México actúa como el proverbial avestruz que prefiere esconder su cabeza en la arena antes que encarar los desafíos que el mundo (del cual depende) le impone. Sin embargo, parafraseando a Trotsky, el Gobierno mexicano puede no estar interesado en lo que ocurre en el exterior, pero el resto del mundo está interesado en México. Por más que intente abstraerse de lo que ocurre en el mundo, esto resulta imposible.
Aquí van algunos ejemplos de cómo ocurre esto:
La incorporación de China a la OMC en 2001 alteró la expectativa mexicana de convertirse en el principal proveedor de manufacturas hacia Estados Unidos.
La crisis hipotecaria estadounidense de 2008 llevó a una contracción económica en México de casi 8 por ciento.
Esa crisis condujo a la creación del G20 como grupo de primer nivel, donde México fue un actor prominente con el objetivo de proteger la permanencia del mercado para nuestras exportaciones.
La pandemia ha acelerado la tendencia hacia la consolidación de tres regiones cada vez más interconectadas: Norteamérica, Europa y Asia.
La ruptura creciente entre China y Estados Unidos desestabiliza cadenas de suministro largamente establecidas. En lugar de aprovechar la oportunidad, México se distancia.
El mecanismo financiero-monetario empleado por los bancos centrales para proveer liquidez a los mercados, primero por la crisis de 2008 y luego por la pandemia, comienza a disminuir, amenazando con cambios en las unidades de intercambio entre las monedas del mundo.
El panorama mundial cambia minuto a minuto y cada una de esas alteraciones entraña potenciales consecuencias para la economía mexicana. Excepto por el hecho de que no se han consumado nuevas inversiones, el repliegue respecto al mundo y, especialmente, de EUA que viene persiguiendo la actual Administración, aún no se manifiesta en riesgos inmediatos, pero éstos irán en aumento.
La falta de inversión amenaza al crecimiento futuro, en tanto que los movimientos financieros ponen en riesgo la estabilidad cambiaria.
Lo novedoso es la indisposición del Gobierno a reconocer que su actuar, en lo interno y en lo externo, entraña consecuencias tanto para la estabilidad como para el futuro de la economía y la sociedad.
La reforma eléctrica es una necedad que ignora no sólo al mundo exterior, sino los requerimientos del País en la actualidad. Se trata del proverbial balazo en el pie.
La pregunta es ¿cuál es el tamaño del riesgo que está dispuesto a asumir el Gobierno en estos rejuegos?
Luis Rubio