domingo, mayo 24, 2020

 

Contra la modernidad

El proyecto de Gobierno de López Obrador tiene dos grandes vacíos: el punto de partida y la meta final.

 

En el inicio está el villano. El neoliberalismo, que ha repetido ad nauseam, es el culpable no sólo de todos los males que aquejan a México, sino de los del mundo entero, pandemia de Covid incluida. Un villano hueco, difícil de definir que es más un lema que una realidad.

 

Hay analistas que afirman que no existe, otros que es un término vago donde todo cabe y muchos más, que es tan sólo un insulto sin raíces en la realidad.

 

Hace días, Alex Doherty, que sí cree que existe, lo definió en The Guardian como la creencia política y económica que impulsó a varios líderes en los 70 a alejarse de la planeación económica dirigida por el Estado, herencia del socialismo soviético, y adoptar un modelo económico que pretendió extender el libre mercado a todas las actividades humanas y removió las regulaciones al capital financiero. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron sus mejores representantes.

 

En el mundo, ese neoliberalismo se ha diluido: algunos países lo han atemperado con regulaciones, en otros el casillero de la derecha ha sido ocupado por fascistas, radicales racistas y misóginos y demagogos populistas como Trump.

 

López Obrador está peleando con molinos de viento neoliberales en el exterior y con otros igual de fantasmales dentro de México.

 

Aquí nunca hubo Gobiernos neoliberales. Algunos se declararon abogados del libre comercio y firmaron y defendieron el TLCAN -como López Obrador, por cierto-, respetaron a la iniciativa privada y abrieron la puerta a inversionistas en sectores estratégicos, antes intocables, como el energético. Pero ninguno buscó emular a Thatcher.

 

En cuanto al destino de su proyecto, López Obrador ha tenido siempre buen cuidado de no definir hacia dónde se dirige. Como es el maestro de la evasión y de las abstracciones inasibles (como el desarrollo sin crecimiento económico) hay que adivinar la meta de este sexenio a partir de las políticas que ha aplicado.

 

Es un líder populista obsesionado por acumular todo el poder y la toma de decisiones en sus manos. Un político pragmático que echa mano de cualquier ideología, creencias y supersticiones para apuntalar su proyecto nacionalista, autárquico y premoderno. Desde limpias, "detentes" y alianzas con grupos religiosos retardatarios, hasta un marxismo rupestre y bananero, que le sirve para legitimar su proyecto desde la izquierda o avivar una lucha de clases artificiosa que convierte a los ricos en malos.

 

El Presidente necesitará borrar del grupo de próceres que lo acompañan en sus peroratas a Benito Juárez: su verdadero enemigo es el liberalismo (sin "neo").

 

El liberalismo clásico que implica un talante ajeno a López Obrador: la inclusividad, la tolerancia y el amor al debate. Enarbola la bandera de la libertad y busca impulsar a seres humanos autónomos, capaces de organizarse como sociedad civil frente a los abusos del Estado. De esos que le paran los pelos de punta al Presidente. Hombres y mujeres que gozan de seguridad y los derechos inalienables de la libertad de expresión, de creencias y de manifestación sin distingos de raza o género.

 

Y todo eso protegido por un orden institucional de equilibrio entre poderes y respeto a la ley. Esas instituciones que López Obrador busca someter o, simplemente, mandar al basurero de la historia.

 

AMLO ha emprendido una lucha contra la modernidad y la democracia liberal que la sostiene. Está en guerra con el mundo industrializado y urbano que ha alimentado la movilidad social y ha emprendido una revolución educativa, científica y tecnológica. Se ha convertido en el apóstol de las comunidades tradicionales, condenadas a la pobreza y al analfabetismo funcional. No busca el progreso, sino el retroceso.

 

Para colmo de males le ha dado la espalda al mundo y pretende convertirnos en una autarquía "soberana". Eso no ha funcionado nunca. Ni aquí ni en China.

 

Isabel Turrent


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