domingo, abril 26, 2020

 

Los López y el petróleo

Ésta no es la primera vez en la historia de México que se convoca al petróleo para salvar a la Nación.

 

Cárdenas y sus sucesores no cayeron en la tentación. Pemex se convirtió en la encarnación del nacionalismo mexicano, pero se dedicó por decenios a surtir al mercado interno bajo la creencia de que los recursos del País debían salvaguardarse para las generaciones futuras.

 

Pemex hizo poco en el terreno de la exploración -para calcular las reservas de hidrocarburos del País- y de la explotación. Lo que sí hizo fue transformarse en una empresa mal administrada y corrupta, con un sindicato que era un lastre, incapaz de competir con las empresas privadas y nacionales que dominaban el complejo mercado internacional del petróleo. Una empresa que había asumido como destino el declive gradual y el aislamiento permanente. A diferencia de Venezuela, México ni siquiera era miembro de la OPEP.

 

Hasta que la conjunción astral de los López y Tabasco irrumpió en la producción de petróleo en los 70 -y ahora. Tabasco llegó primero. En 1972, se descubrió ahí un riquísimo campo petrolero, llamado Reforma. Sus pozos eran tan abundantes que lo apodaron el "Pequeño Kuwait". Poco después se descubrió un campo igualmente rico en Campeche.

 

El López de entonces (Portillo) decidió que no sólo sacaría a México de la crisis económica en que la había hundido el Gobierno de Luis Echeverría, sino que lo convertiría en el reino de la abundancia. Los mexicanos nos dedicaríamos a partir de entonces a administrar nuestra riqueza.

 

El problema es que López P. decidió financiar nuestra riqueza con la extranjera. Nos convertimos en uno de los principales deudores del mundo. La producción de petróleo se multiplicó aceleradamente. Pasó de 500 mil barriles diarios de petróleo en 1972, a 830 mil en 1976. Para 1980 México producía 1.9 millones de barriles diarios.

 

El sueño dorado del López de hoy. Hasta que la realidad que no perdona se le estrelló al López de entonces en la cara.

 

La relación producción de petróleo y consumo ha sido siempre impredecible. A principios de los 80, el consumo empezó a caer y los países productores enfrentaron, como ahora, la disyuntiva de bajar la producción para evitar una caída mayor del precio del petróleo o producir más y conquistar mercados para compensar los bajos precios.

 

Daniel Yergin, autor de un libro -"The Prize"- que todos los que quieran entender la industria del petróleo deberían leer, relata mejor que nadie las consecuencias del sueño guajiro petrolero de López Portillo cuando los precios del petróleo empezaron a caer.

 

En 1982, nombró a Jesús Silva Herzog Flores Secretario de Hacienda. Silva Herzog encontró un panorama negro que, por cierto, palidecerá frente al desastre financiero que legará a México el segundo López, que ha emprendido la redención mesiánica de la economía sustentada en el petróleo, sin tener ni por asomo la riqueza petrolera de los 70.

 

Con la baja de los precios del petróleo, altas tasas de interés, un Peso sobrevaluado, fuga de capital, déficits y recesión en Estados Unidos, México estaba al borde de la bancarrota. Silva Herzog se dio cuenta de que México, con todo y su petróleo, no podía pagar ni siquiera los intereses de la deuda que había contraído en los mercados internacionales en los años de la supuesta abundancia: 84 mil millones de dólares.

 

Los viajes de Silva Herzog a Washington para negociar un paquete de ayuda a México serían una excelente trama para una novela detectivesca. El Secretario de Hacienda de López P. tenía sólo un as en la manga. Pero era una carta poderosa: si los Estados Unidos permitían el default del País, la quiebra de México arrastraría al sistema financiero internacional. Con ella negoció un acuerdo que evitó ambas: la bancarrota y la crisis financiera.

 

López P. aprendió dos lecciones que le vienen como anillo al dedo al López de hoy: el poder petrolero es un espejismo. Los hidrocarburos pueden ser una fuente de riqueza o de pobreza para un país.

 

Probablemente López O. lleva en sus genes tabasqueños la obsesión mesiánica con el petróleo. Pronto descubrirá que aquí no hay otros datos: no puede invertir una buena parte del presupuesto del País en una empresa quebrada como Pemex y menos en construir refinerías inútiles. Empobrecerá a México.

 

Isabel Turrent


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