martes, octubre 18, 2016

 

Populismo y conspiración

No sorprende que Donald Trump recurra a la conspiración para explicar sus problemas. Desde su irrupción en la escena política ha advertido que sólo la trampa impediría su victoria.

 

Ahora que parece que sus posibilidades de ganar la Presidencia se diluyen, lanza acusaciones a quienes maquinan para derrotarlo.

 

Si pierde en un debate es porque su micrófono ha sido alterado. Los periodistas que no lo elogian son corruptos. Si se ríen de él en los programas de comedia es porque los dueños de las televisoras pretenden eliminarlo.

 

Cuando las encuestas lo retratan a la baja es porque se han vendido a su enemigo. Las mujeres que lo denuncian son, en realidad, títeres manipulados por los perversos.

 

El candidato que restaurará la grandeza de la patria enfrenta un sistema podrido que cancela la posibilidad de un cambio verdadero. Las elecciones mismas no son confiables. Están amañadas para perpetuar una farsa.

 

La lógica conspirativa es un componente esencial de la mentalidad populista. Sea de izquierda o de derecha, el dirigente que se imagina encarnación del pueblo pinta a sus adversarios como enemigos de la nación y al sistema político que no controla como un engaño.

 

Cuando parecía insegura su victoria en las primarias, advirtió que el partido estaba controlado por los políticos de siempre y que podrían negarle la postulación con trampas. Amagó con rebeliones y violencia.

 

Ahora, frente a la elección de noviembre, repite la cantaleta: los medios, los donantes, los periodistas, los extranjeros se coordinan para arrebatarle el triunfo que merece. Todos los malos se han puesto de acuerdo para cerrarle el paso.

 

La incertidumbre democrática resulta intolerable a los hombres que tienen fe absoluta en sí mismos. Para el megalómano, la imprevisibilidad del voto es, en sí misma, una afrenta.

 

Cuando el político se ha convencido de que es la representación auténtica de la patria empieza a soñar conspiraciones para poder ignorar sus fallas.

 

La fantasía de la conspiración omnipotente se convierte así en un truco para esconder la irresponsabilidad.

 

Cualquier afrenta tiene una sola fuente. No hay que abrir los ojos a la realidad, no hay que ejercer la autocrítica, hay que imaginar conspiraciones. Si el cuento de las maquinaciones lo explica todo, no es necesario reflexionar sobre la actuación propia. Quien se cree infalible sólo puede justificar su fracaso en la acechanza de los conspiradores.

 

La conjura tiene la virtud de explicarlo todo. Es fácil de comunicar. Nunca falla. Le imprime sentido al mundo. No es necesario esforzarse gran cosa para descifrar la realidad. El libreto de la conspiración es suficiente para entenderla.

 

La conjura también entusiasma: gracias a ella la política puede vivirse en clave épica. Los buenos que dan la cara contra los malos que se esconden; la nación contra los traidores, el pueblo contra sus enemigos.

 

Una misteriosa coordinación ordena la complejísima estrategia de la conspiración. Hasta los fenómenos naturales llegan a rendirse a su propósito. A la conspiración se le siente todo el tiempo, pero no se le puede retratar. Ahí radica su poder: es invisible, omnipresente y omnipotente.

 

Bien vio Karl Popper en la fantasía conspiratista una especie de teología perversa que le da orden al caos del presente. La conspiración es como una divinidad maligna que lo puede todo, que está en todas partes y que siempre hace el mal. La conspiración aporta dramatismo a la paranoia.

 

¿Que me tropecé? No me tropecé. Soy agilísimo, pero los malvados me pusieron una zancadilla para burlarse de mí. ¿Alguien me critica? Nadie puede honestamente discrepar de mí. Mi ideas son las del pueblo. Quien me critica es, en realidad, un vendido.

 

¿Salgo mal en las encuestas? Ésas no son encuestas, son inventos que agradecen el dinero de mis enemigos. ¿Puedo perder? ¡Por supuesto que no! Solo si hacen trampa podrían ganarme.

 

El hermetismo intelectual, esa indisposición a reconocer noticias adversas, esa urgencia de explicarlo todo con base en una poderosa malignidad tapa los ojos del populista, pero activa la pasión de sus seguidores.

 

Les ofrece una explicación sencilla para entenderlo todo. Frente a la bondad de la causa, la conjura de los otros. La conspiración es la sospecha fanática. La idolatría de la desconfianza.

 

Jesús Silva-Herzog Márquez

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/


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