domingo, diciembre 09, 2012
La politización de todas las cosas
"Politizar" es una palabra relativamente nueva en castellano. No aparece en el Diccionario de la Real Academia Española (edición de 1970). Significa al menos tres cosas: una concentración excesiva en la política a expensas de las diversas zonas de la realidad, una concentración excesiva en los aspectos más superficiales de la propia política, y la primera acepción que consigna el mismo diccionario, en su edición vigente: "Dar orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas que, corrientemente, no lo tienen".
El uso primero es evidente en la prensa, los medios y las redes. Después de un siglo en que la política fue el coto privado de los políticos, es natural que lleve años ocupando amplios espacios de la atención nacional. Frente a la política, se desvanecen las otras esferas de la vida: los problemas sociales, los temas de la salud y la enfermedad, la ecología y la naturaleza, las cuestiones de religión y fe, las manifestaciones del arte, las letras y el pensamiento, las finanzas y los negocios, las iniciativas ciudadanas, la ciencia y la tecnología, las migraciones, el mundo exterior... casi todo salvo el deporte y la "cultura del espectáculo". El fenómeno empobrece a quienes lo ejercen y lo consumen: día con día hay hechos ajenos a la política, más importantes, influyentes o trascendentes que los hechos políticos.
Una derivada de esta politización puede hallarse en las columnas y comentarios menudos que siguen los gestos, los rumores, los chismes y -sobre todo- las declaraciones de los políticos de todos los niveles. Es casi un deporte en el que se pierde el contexto social, la perspectiva histórica, la discusión de ideas, la valoración ética, el análisis lógico. En una palabra, el estudio de fondo -estructurado, fundamentado, estadístico, comparativo- de la política. En esa variante de la politización, la opinión desplaza al hecho, la ocurrencia al análisis, la política permanece en la espuma de los días, la politización se disuelve en politiquería.
El tercer significado es más interesante y complejo. El propio Diccionario lo recoge en una segunda acepción: "Inculcar a alguien una formación o conciencia política". Se trata de un uso positivo, por ejemplo en el caso de una sociedad apática o inconsciente de sus derechos. Politizarla es contribuir a su autonomía y madurez. Pero el uso puede tener también una cara negativa. Ocurre cuando se da una "orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas" cuya naturaleza es, o debería ser, esencialmente ajena a la política.
Entendida así, la politización es un fenómeno antiguo. En la historiografía inglesa, por ejemplo, se practicó por mucho tiempo la llamada interpretación Whig, que leía los hechos históricos bajo los patrones y valores políticos que favorecían la larga permanencia del partido Whig. En la historia mexicana (tanto la liberal como la conservadora y la revolucionaria) hay buenos ejemplos de este uso distorsionado del saber para legitimar al poder.
En la esfera de la cultura, la politización puede desembocar en lo que Jean Paul Sartre llamó "la militarización de la cultura". A un libro, una obra de arte, un descubrimiento científico o un producto cultural de cualquier índole, no se le juzga -si se le juzga- por su calidad o su valor intrínseco, sino por la real o supuesta filiación política de sus creadores. Si es "amigo", la obra es "buena"; si es "enemigo", la obra es "mala" o, finalmente, no existe. Con la "politización de todas las cosas" se pierde el sentido mismo de la creación y el saber. Por eso preocupa tanto que cunda en medios universitarios.
Una forma particularmente insidiosa y obsesiva de esta politización es la teoría conspiratoria. Quienes incurren en ella no preguntan sobre la verdad objetiva de los hechos, sino por el "poder" que adivinan o imaginan -sin probarlo nunca- "detrás" de ellos. El poder elevado a categoría explicativa absoluta. No abundaré sobre esta patología intelectual y moral, tan presente en la retórica populista latinoamericana de estos años.
La politización de todas las cosas ha tenido efectos devastadores sobre las relaciones personales. En su tratado de la amistad, Cicerón apunta que la política es causa fundamental de la discordia entre amigos. En el México de estos años, la politización extrema (esa forma intolerante de acercarse a la política o de practicarla) no sólo ha sembrado división entre amigos, sino entre hermanos. Familias enteras comienzan a considerar, apenas ahora, los costos del encono ideológico.
Criticar la politización de todas las cosas no significa llamar a la despolitización. No se trata de dejar la política sólo en manos de los políticos. Mucho menos ahora que el PRI ha vuelto al poder. Se trata de alentar la buena politización ciudadana (participativa, matizada, informada, inteligente, alerta) y desalentar la mala politización (ideologizada, fanática, trivial). Se trata de enriquecer la vida política elevando la calidad del análisis político, del debate político y la crítica política. La "politización de todas las cosas" no contribuye a ese enriquecimiento. Paradójicamente, por la confusión intelectual que implica, contribuye a la despolitización.
Por lo demás, la democracia no requiere que empeñemos todo el tiempo -desayuno, comida y cena- en la política. Un buen propósito para el 2013 sería devolver su riqueza y diversidad a la vida nacional. Cuando no todas las primeras planas sean políticas, cuando las distintas esferas de la vida alcancen las primeras planas, tendremos la certeza de vivir en una sociedad mejor.
El uso primero es evidente en la prensa, los medios y las redes. Después de un siglo en que la política fue el coto privado de los políticos, es natural que lleve años ocupando amplios espacios de la atención nacional. Frente a la política, se desvanecen las otras esferas de la vida: los problemas sociales, los temas de la salud y la enfermedad, la ecología y la naturaleza, las cuestiones de religión y fe, las manifestaciones del arte, las letras y el pensamiento, las finanzas y los negocios, las iniciativas ciudadanas, la ciencia y la tecnología, las migraciones, el mundo exterior... casi todo salvo el deporte y la "cultura del espectáculo". El fenómeno empobrece a quienes lo ejercen y lo consumen: día con día hay hechos ajenos a la política, más importantes, influyentes o trascendentes que los hechos políticos.
Una derivada de esta politización puede hallarse en las columnas y comentarios menudos que siguen los gestos, los rumores, los chismes y -sobre todo- las declaraciones de los políticos de todos los niveles. Es casi un deporte en el que se pierde el contexto social, la perspectiva histórica, la discusión de ideas, la valoración ética, el análisis lógico. En una palabra, el estudio de fondo -estructurado, fundamentado, estadístico, comparativo- de la política. En esa variante de la politización, la opinión desplaza al hecho, la ocurrencia al análisis, la política permanece en la espuma de los días, la politización se disuelve en politiquería.
El tercer significado es más interesante y complejo. El propio Diccionario lo recoge en una segunda acepción: "Inculcar a alguien una formación o conciencia política". Se trata de un uso positivo, por ejemplo en el caso de una sociedad apática o inconsciente de sus derechos. Politizarla es contribuir a su autonomía y madurez. Pero el uso puede tener también una cara negativa. Ocurre cuando se da una "orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas" cuya naturaleza es, o debería ser, esencialmente ajena a la política.
Entendida así, la politización es un fenómeno antiguo. En la historiografía inglesa, por ejemplo, se practicó por mucho tiempo la llamada interpretación Whig, que leía los hechos históricos bajo los patrones y valores políticos que favorecían la larga permanencia del partido Whig. En la historia mexicana (tanto la liberal como la conservadora y la revolucionaria) hay buenos ejemplos de este uso distorsionado del saber para legitimar al poder.
En la esfera de la cultura, la politización puede desembocar en lo que Jean Paul Sartre llamó "la militarización de la cultura". A un libro, una obra de arte, un descubrimiento científico o un producto cultural de cualquier índole, no se le juzga -si se le juzga- por su calidad o su valor intrínseco, sino por la real o supuesta filiación política de sus creadores. Si es "amigo", la obra es "buena"; si es "enemigo", la obra es "mala" o, finalmente, no existe. Con la "politización de todas las cosas" se pierde el sentido mismo de la creación y el saber. Por eso preocupa tanto que cunda en medios universitarios.
Una forma particularmente insidiosa y obsesiva de esta politización es la teoría conspiratoria. Quienes incurren en ella no preguntan sobre la verdad objetiva de los hechos, sino por el "poder" que adivinan o imaginan -sin probarlo nunca- "detrás" de ellos. El poder elevado a categoría explicativa absoluta. No abundaré sobre esta patología intelectual y moral, tan presente en la retórica populista latinoamericana de estos años.
La politización de todas las cosas ha tenido efectos devastadores sobre las relaciones personales. En su tratado de la amistad, Cicerón apunta que la política es causa fundamental de la discordia entre amigos. En el México de estos años, la politización extrema (esa forma intolerante de acercarse a la política o de practicarla) no sólo ha sembrado división entre amigos, sino entre hermanos. Familias enteras comienzan a considerar, apenas ahora, los costos del encono ideológico.
Criticar la politización de todas las cosas no significa llamar a la despolitización. No se trata de dejar la política sólo en manos de los políticos. Mucho menos ahora que el PRI ha vuelto al poder. Se trata de alentar la buena politización ciudadana (participativa, matizada, informada, inteligente, alerta) y desalentar la mala politización (ideologizada, fanática, trivial). Se trata de enriquecer la vida política elevando la calidad del análisis político, del debate político y la crítica política. La "politización de todas las cosas" no contribuye a ese enriquecimiento. Paradójicamente, por la confusión intelectual que implica, contribuye a la despolitización.
Por lo demás, la democracia no requiere que empeñemos todo el tiempo -desayuno, comida y cena- en la política. Un buen propósito para el 2013 sería devolver su riqueza y diversidad a la vida nacional. Cuando no todas las primeras planas sean políticas, cuando las distintas esferas de la vida alcancen las primeras planas, tendremos la certeza de vivir en una sociedad mejor.
Enrique Krauze