viernes, junio 08, 2012
AMLO, fraude y honestidad
¿Qué posibilidades existen de que haya un fraude electoral el próximo primero de julio? En realidad, prácticamente ninguna. Los controles impuestos por las autoridades electorales, de todo tipo, la presencia de los partidos y sus representantes, la de los observadores y los medios, impiden que haya un fraude electoral. Tampoco lo hubo en 2006: la diferencia de medio punto porcentual entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador fue eso, una diferencia de medio punto que se dio en medio de los mismos controles y observadores que existen hoy. No hubo el conteo voto por voto, pero se abrieron todos y cada uno de los paquetes electorales que la coalición que respalda a López Obrador solicitó al TEPJF que se abrieran y el resultado no se modificó. Un resultado que coincidió con el PREP y con el conteo rápido y con las encuestas, incluso la de López Obrador en la noche de las elecciones cuando, como lo reveló en su libro Carlos Tello (lo que disparó la ira de AMLO), fue informado de que había perdido por un punto.
Cuando Andrés Manuel insiste ahora en el fraude de 2006 está mintiendo y está socavando su machacona insistencia en su honestidad (dime de qué presumes y te diré de qué careces, decían las abuelitas). Al no respaldar, sea cual fuere, el resultado y las instituciones electorales y al pedir "a los intelectuales" que "lo ayuden a que no haya fraude", en realidad está diciendo que, si no gana, no respetará los resultados.
Las encuestas demuestran que las elecciones están hoy mucho más lejos de las posibilidades de López Obrador que hace seis años. Salvo la controvertida de Reforma, todas las encuestas coinciden en que la distancia entre Enrique Peña Nieto y López Obrador gira en torno a los diez y los 14 puntos, como la de Excélsior, publicada ayer, y que AMLO está empatado o con uno o dos puntos de ventaja respecto de Josefina Vázquez Mota.
El candidato de la coalición de izquierda podrá decir lo que quiera, pero sus declaraciones de ayer, de que "lo atacan porque ya va ganando", tienen la misma verosimilitud que sus declaraciones de hace seis años, acerca de que él tenía una encuesta que le daba diez puntos de ventaja.
Con Andrés Manuel es muy difícil confrontar ideas, opinar diferente, por la sencilla razón de que no acepta que alguien lo contradiga, pero incluso no es capaz de reconocer los hechos como tales. Todo lo reduce a una guerra sucia, a su honestidad, a que él es diferente a los demás políticos. El miércoles en Tercer Grado me volvió a asombrar que dijera (y que ninguno de los amigos que estaban en el pánel lo cuestionara) que él "no era un hombre de poder, que el poder no le interesaba". Una declaración extraordinaria para un hombre que a los 17 años se afilió, en plena represión echeverrista contra los estudiantes, al PRI; que fue funcionario priista en Tabasco y presidente del partido en esa misma entidad (además de componer el Himno del PRI tabasqueño); que renunció al PRI porque no fue presidente municipal de Macuspana, para irse al naciente PRD; que fue dos veces candidato a gobernador; que fue presidente nacional del PRD; jefe de Gobierno del DF; candidato presidencial en 2006; que luego se proclamó presidente legítimo y ahora vuelve a ser candidato presidencial. Para alguien que no aspira al poder ni lo busca, no está nada mal, sobre todo considerando que Andrés Manuel no ha tenido en su vida adulta un solo trabajo en el sector privado, académico o como profesional independiente. Sólo ha trabajado de político.
Lo que sí sabemos, y lo que no asombra, es que cada vez que es cuestionado o criticado, López Obrador recurre a la intolerancia o a ignorar a sus interlocutores. Puede hablar de la honestidad de su gobierno al comprar unos vagones de tren, pero oculta, como secreto de Estado, el costo de sus segundos pisos; puede reconocer que la cena de la charola sí se realizó, pero decir que él no sabía de ella y ni siquiera descalifica a quienes estuvieron allí. Que el señor Adolfo Hellmund estuvo allí y que pidió seis millones de dólares para la campaña de su jefe, ¿se imagina usted los negocios que podría hacer este señor como secretario de Energía? ¿No tendría que haber hecho López Obrador por lo menos lo que hizo Miguel Mancera: una denuncia de hechos ante la Procuraduría para deslindarse de un delito electoral?). Puede decir que combatió a la corrupción, pero ahí siguen René Bejarano, uno de sus principales operadores electorales y su esposa, Dolores Padierna, secretaria general del PRD; puede decir que no conoce al ex gobernador Narciso Agúndez a pesar de que hay innumerables fotos de ambos juntos y Baja California Sur era su lugar de reposo durante semanas en el sexenio de Agúndez.
A López Obrador, por estos y otros temas, lo van a atacar el domingo en el debate, pero no se trata de guerra sucia: se trata de confrontar a un candidato sobre lo que dice con lo que hace.
Jorge Fernández Menéndez