lunes, mayo 28, 2012

 

¿Más gobierno?

Es práctica común que los políticos en campaña prometan 'el oro y el moro' a los votantes potenciales. Ofrecer más de lo que realmente se puede lograr parece parte del discurso obligado de un candidato a casi cualquier puesto público. Desde luego, la realidad de los problemas es bastante más poderosa que la mejor retórica y, sin remedio, los resultados son por lo común muy distintos de las ofertas. Al respecto, quizá no resulte muy cruel citar como ejemplo la quiebra de los sistemas de seguridad social en todas partes del mundo.

En las circunstancias del México de hoy, las promesas incumplibles abarcan toda la gama de los problemas nacionales. ¿La economía crece poco?: Mi gobierno duplicará la tasa reciente. ¿Hay inseguridad generalizada (o localizada)?: Mi gobierno arrancará sus raíces y restablecerá la paz. ¿Faltan empleos productivos?: Mi gobierno creará un 50 por ciento más de los que existen en la actualidad. ¿No hay infraestructura física?: Mi gobierno invertirá como nunca en la historia nacional. ¿La educación es un desastre?: Mi gobierno revolucionará el sistema. Y así por el estilo, como si los recursos económicos, la capacidad administrativa, el tiempo disponible y la habilidad política del gobierno fueran infinitos.

En todo caso, no me parece injusto decir que las propuestas en boga, en mayor o menor grado, tienen una característica común: implican más gobierno y, vistas con mucho optimismo, quizá mejor gobierno. A mi juicio, para llevar a cabo lo que pretenden algunos aspirantes a la Presidencia de la República, tendrían que hacerse de más recursos fiscales. Por ello insinúan, creo que sin excepción, que de una manera u otra ampliarían la base tributaria. [Comentando ese punto, una institución del sector privado llega incluso a calificar de 'urgente' una reforma fiscal (por supuesto, 'integral'), que se traduzca en un fortalecimiento de los ingresos públicos].

En un sentido muy limitado, yo comparto la idea de que en México se necesita más gobierno: específicamente, en el ámbito fundamental de la prestación eficiente de bienes públicos genuinos, tales como la seguridad personal y patrimonial, y la administración de la justicia. En la provisión de esos dos elementos básicos para la convivencia pacífica, el Estado mexicano ha sido penosamente incapaz -para decirlo con (excesiva) caridad. Las sociedades humanas, dice un estudioso del tema, han existido durante milenios sin que el gobierno se ocupara de la distribución del ingreso o de la promoción del crecimiento económico, pero no sin que garantizara la protección de sus miembros contra los depredadores internos y externos.

Dicho lo anterior, encuentro francamente anacrónica la recurrencia en el discurso político actual de la concepción del gobierno como motor (!) y director (!) del crecimiento económico. (Motor y director de la economía, cuando no mueve ni dirige con efectividad al propio sector público). Dada la solidez de la evidencia empírica, pensé que tal planteamiento estaba desacreditado hace tiempo. En el mejor de los casos, además de ocuparse de la provisión de ciertos bienes públicos, como señalé antes, el gobierno debe jugar el papel de facilitador (árbitro imparcial, regulador eficaz) de la actividad de los particulares en el mercado libre. Y puede intentar redistribuir el ingreso, si así lo juzga adecuado la cambiante voluntad democrática.

A pesar de todo lo que se dice con ligereza, lo cierto es que no hay alternativa viable al sistema de mercado. Sus críticos ofrecen vaguedades ilusorias que no han funcionado en ninguna parte (utopías, pues). Un eminente economista apunta, certeramente, que todas las economías que han combinado progreso sostenido con libertad creciente son variantes del capitalismo. Y añade lo palpable: China ha avanzado más en la reducción de la pobreza durante los 30 años recientes de reformas pro mercado, que en los 60 años previos de planeación centralizada y de propiedad estatal.

Lo anterior no equivale a decir que el sistema de mercado sea impecable. Los últimos años han sido pródigos en ejemplos de conductas económicas éticamente reprobables. No hay sorpresa en ello. Los humanos somos moralmente imperfectos -sentencia con sabiduría un analista connotado- y así son todas (todas) sus instituciones. Sin embargo, politizar el mercado no es la solución. El ámbito real de la política no es precisamente idóneo para la superación moral. Los escándalos de corrupción gubernamental son cosa del diario en México. ¿De ahí vendrán las virtudes reformadoras del resto de la sociedad? Lo dudo, y el lector también, seguramente.
 
Everardo Elizondo
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Necesitamos gobiernos que se enfoquen en lo que deben hacer, proveer seguridad y garantías jurídicas. El crecimiento económico, creación de empleos, la economía en general es responsabilidad de las empresas y ciudadanos. Entre menos gobierno haya mejor. No se dice que el gobierno no intervenga, se requiere al gobierno como juez, mediador de conflictos, garante de las Leyes. Pero no como un actor activo de la economía.

 

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