jueves, mayo 24, 2012
La amenaza sigue viva, 1a parte
La gran decepción que tenía el pueblo de Venezuela en 1998 por la corrupción y el desempeño de sus partidos políticos tradicionales lo llevó a elegir hace poco más de 13 años a un personaje que decía ser una alternativa política 'honesta', que corregiría todos los entuertos creados durante décadas por los políticos de esos partidos, así como que mejoraría el nivel de vida de los venezolanos.
Me refiero, como se imagina, a Hugo Chávez, quien efectivamente ha transformado a Venezuela, pero haciendo bueno el dicho popular de que el remedio fue peor que la enfermedad.
En nuestro país también existe un enorme desencanto con los partidos políticos tradicionales. El PRI y el PAN han dado innumerables muestras de corrupción, nepotismo y malos manejos políticos.
Lo cierto es que nuestro sistema político está podrido y sólo ofrece alternativas malas, peores o pésimas. No hay forma que desde dentro pueda cambiar, porque no conviene a los intereses de quienes participan en él.
En este contexto surge en México, al igual que en Venezuela, una figura mesiánica, que promete curarnos de todos los males, reales o imaginarios, que ocasionaron los gobernantes salidos de esos partidos.
Esa figura es Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien busca nuevamente la Presidencia de la República. La verdadera, no la espuria de 'presidente legítimo', con la que se autonombró después de su pataleta por la derrota sufrida en las elecciones del 2006.
El PRD y AMLO, sin embargo, no son nuevos en el devenir político de nuestro país. No son, como dicen, una alternativa fresca y honesta, con programas económicos modernos. Por el contrario, se oponen a las reformas estructurales y representan la versión más retrógrada del de por sí anquilosado sistema político mexicano y, por ende, son la opción pésima en esta elección presidencial.
Las nuevas generaciones muy probablemente desconocen que AMLO y muchos de los fundadores del PRD son priistas despechados. Abandonaron al PRI no por diferencias ideológicas, sino porque les fue negado el hueso al que aspiraban.
AMLO dejó el PRI porque no fue su candidato a la gubernatura de Tabasco. Eso mismo hizo Ricardo Monreal (que ahora está en el PT) al negársele la candidatura a la gubernatura de Zacatecas, y Cuauhtémoc Cárdenas, quien no obtuvo la de la Presidencia de la República.
Ellos salieron del PRI tecnocrático de los 80 y 90 con las ideas y convicciones del PRI populista, intervencionista y estatista de los años de Luis Echeverría Álvarez. Y esas mismas ideas están presentes hoy en el PRD que cobija a estos dinosaurios políticos.
AMLO corteja hoy, con mensajes de amor y concordia, al sector privado. Pero la mona aunque se vista de seda, mona se queda. La demagogia y el malabarismo verbal son su sello personal. Tiene una gran habilidad para hacer creíbles las más descabelladas hipótesis, con las que fácilmente engatusa a las personas, confundiendo el debate de ideas con el intercambio de descalificaciones. Está en pro de una mayor intervención del Estado y desdeña la economía de mercado.
La crítica de AMLO a la economía de mercado en distintos foros y discursos contrasta con su visión romántica de un intervencionismo gubernamental caracterizado por acciones óptimas de gobernantes y burócratas bondadosos y omniscientes.
La gran mayoría de las personas sabemos perfectamente que esa no es la forma en que se comporta la burocracia, como tampoco es la pauta que rige el comportamiento de los políticos.
En la práctica, los mercados imperfectos funcionan mejor que los gobiernos imperfectos. La competencia, así como los incentivos al esfuerzo y la innovación, sin importar qué tan imperfecto sea el mercado, funcionan siempre mejor que los programas y planes de los burócratas 'angelicales' que desde un escritorio persiguen, supuestamente, el interés público. La extinta Unión Soviética es un ejemplo patente de ello.
En principio, es fácil coincidir con muchas de las preocupaciones de AMLO. No hay duda que todos aspiramos a un México más culto, seguro y sin corrupción, con un gobierno austero y eficiente, que facilite la acción de los particulares, respete los derechos de propiedad, y donde los costos de los insumos sean 'justos y competitivos' para lograr un crecimiento alto y sostenido.
En fin, todos deseamos y buscamos el Paraíso en la Tierra, promesa que hacen todos los políticos, pero que AMLO dice sólo él puede hacerla realidad.
El problema no está, por tanto, en la exposición de las preocupaciones centrales de AMLO, la mayoría de las cuales apelan a los más nobles sentimientos humanos, sino en el populismo, el intervencionismo estatal y las políticas públicas que propone usar para cumplir sus promesas, que son un camino seguro al infierno económico.
Me refiero, como se imagina, a Hugo Chávez, quien efectivamente ha transformado a Venezuela, pero haciendo bueno el dicho popular de que el remedio fue peor que la enfermedad.
En nuestro país también existe un enorme desencanto con los partidos políticos tradicionales. El PRI y el PAN han dado innumerables muestras de corrupción, nepotismo y malos manejos políticos.
Lo cierto es que nuestro sistema político está podrido y sólo ofrece alternativas malas, peores o pésimas. No hay forma que desde dentro pueda cambiar, porque no conviene a los intereses de quienes participan en él.
En este contexto surge en México, al igual que en Venezuela, una figura mesiánica, que promete curarnos de todos los males, reales o imaginarios, que ocasionaron los gobernantes salidos de esos partidos.
Esa figura es Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien busca nuevamente la Presidencia de la República. La verdadera, no la espuria de 'presidente legítimo', con la que se autonombró después de su pataleta por la derrota sufrida en las elecciones del 2006.
El PRD y AMLO, sin embargo, no son nuevos en el devenir político de nuestro país. No son, como dicen, una alternativa fresca y honesta, con programas económicos modernos. Por el contrario, se oponen a las reformas estructurales y representan la versión más retrógrada del de por sí anquilosado sistema político mexicano y, por ende, son la opción pésima en esta elección presidencial.
Las nuevas generaciones muy probablemente desconocen que AMLO y muchos de los fundadores del PRD son priistas despechados. Abandonaron al PRI no por diferencias ideológicas, sino porque les fue negado el hueso al que aspiraban.
AMLO dejó el PRI porque no fue su candidato a la gubernatura de Tabasco. Eso mismo hizo Ricardo Monreal (que ahora está en el PT) al negársele la candidatura a la gubernatura de Zacatecas, y Cuauhtémoc Cárdenas, quien no obtuvo la de la Presidencia de la República.
Ellos salieron del PRI tecnocrático de los 80 y 90 con las ideas y convicciones del PRI populista, intervencionista y estatista de los años de Luis Echeverría Álvarez. Y esas mismas ideas están presentes hoy en el PRD que cobija a estos dinosaurios políticos.
AMLO corteja hoy, con mensajes de amor y concordia, al sector privado. Pero la mona aunque se vista de seda, mona se queda. La demagogia y el malabarismo verbal son su sello personal. Tiene una gran habilidad para hacer creíbles las más descabelladas hipótesis, con las que fácilmente engatusa a las personas, confundiendo el debate de ideas con el intercambio de descalificaciones. Está en pro de una mayor intervención del Estado y desdeña la economía de mercado.
La crítica de AMLO a la economía de mercado en distintos foros y discursos contrasta con su visión romántica de un intervencionismo gubernamental caracterizado por acciones óptimas de gobernantes y burócratas bondadosos y omniscientes.
La gran mayoría de las personas sabemos perfectamente que esa no es la forma en que se comporta la burocracia, como tampoco es la pauta que rige el comportamiento de los políticos.
En la práctica, los mercados imperfectos funcionan mejor que los gobiernos imperfectos. La competencia, así como los incentivos al esfuerzo y la innovación, sin importar qué tan imperfecto sea el mercado, funcionan siempre mejor que los programas y planes de los burócratas 'angelicales' que desde un escritorio persiguen, supuestamente, el interés público. La extinta Unión Soviética es un ejemplo patente de ello.
En principio, es fácil coincidir con muchas de las preocupaciones de AMLO. No hay duda que todos aspiramos a un México más culto, seguro y sin corrupción, con un gobierno austero y eficiente, que facilite la acción de los particulares, respete los derechos de propiedad, y donde los costos de los insumos sean 'justos y competitivos' para lograr un crecimiento alto y sostenido.
En fin, todos deseamos y buscamos el Paraíso en la Tierra, promesa que hacen todos los políticos, pero que AMLO dice sólo él puede hacerla realidad.
El problema no está, por tanto, en la exposición de las preocupaciones centrales de AMLO, la mayoría de las cuales apelan a los más nobles sentimientos humanos, sino en el populismo, el intervencionismo estatal y las políticas públicas que propone usar para cumplir sus promesas, que son un camino seguro al infierno económico.
Salvador Kalifa