domingo, junio 19, 2011
Los misteriosos mexicanos
Habrá quien ponga en duda la realidad del "alma" de una nación. Y con razón: las ánimas, individuales y colectivas, son tan inasibles que es imposible comprobar su existencia. No sorprende que quienes han buscado profundizar en el asunto, al menos desde mediados del siglo pasado cuando se publicó el clásico sobre el tema -"El laberinto de la soledad", de Octavio Paz-, se protejan como él, haciendo explícito que no hablan del alma, sino (de rasgos) del "carácter nacional".
Eso es lo que hace Jorge Castañeda en las primeras páginas de "Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos", el interesantísimo libro que acaba de publicar. Yo creo, como él, que el carácter nacional existe. Es cuestión del cristal con que se mira: hay quienes ven los árboles, y otros, el bosque. Ambas perspectivas son instrumentos útiles para analizar la realidad. Sin la visión de conjunto de una colectividad, es imposible hablar, entre otras cosas, de cultura política o de sociedad civil. El carácter nacional tiene además, como afirma Castañeda, un impacto múltiple en la vida política, económica y social de una comunidad.
Castañeda ve y describe a México desde una atalaya privilegiada: la que da la mezcla de la pertenencia y la distancia. Se trata de un mexicano que escribe sobre los aconteceres nacionales y que participó directamente en la política. Y que es, al mismo tiempo, un académico que imparte cursos en Nueva York, donde radica parte del año. Eso explica por qué una galería de espejos recorre el libro desde el inicio hasta el final: la imagen de las coincidencias y el contraste entre algunos rasgos que definen el carácter nacional de los mexicanos que vivimos en México de tiempo completo, y aquellos que conforman lo que él llama la Diáspora: los millones de inmigrantes que viven en Estados Unidos. Nadie que no sea mexicano y no pase largas temporadas en una de las ciudades estadounidenses con una considerable población de paisanos, puede entender, como Castañeda, hasta qué grado esos inmigrantes siguen siendo mexicanos y hasta qué grado han dejado de serlo.
Más allá del espejo de la Diáspora que Jorge Castañeda retoma al final de su libro, y de lo anecdótico (que es lo único que sobra en "El misterio de los mexicanos", por cierto), lo que a Castañeda le interesa es destacar aquellos rasgos del carácter nacional que están obstaculizando el tránsito completo de México a la modernidad política y económica. Demuestra, con una aplastante cantidad de cifras, que los mexicanos tenemos una desconfianza casi visceral del "otro" -el vecino distante y también el vecino cercano-, un individualismo que se centra en el núcleo familiar e ignora la participación social, una notable aversión al conflicto -y gusto por la negociación en lo oscurito y la búsqueda del consenso- y un desprecio cotidiano por la ley.
En una sociedad tradicional, esas conductas no tendrían mayor importancia. En una potencia emergente, como México, con una democracia en proceso y una economía abierta que no acaba de integrarse al mundo globalizado y desarrollar todo su potencial, las consecuencias de esos rasgos de carácter son gravísimas.
Han impedido la competencia política y económica, le han cerrado las puertas a parte de la inversión extranjera, han obstaculizado la comprensión plena de que la democracia no implica acallar el debate y la confrontación, sino encauzar las divergencias políticas, han bloqueado la emergencia de una verdadera sociedad civil e impedido la reforma institucional que México necesita.
Las conclusiones de Castañeda son ciertas y, gracias a las cifras que cita, más que comprobables. Lo único que puede objetarse al perspicaz ejercicio que despliega en esa parte de su libro, que contrasta lo que es y lo que podría ser, es la ausencia de variables tan o más importantes que las que señala.
Sobre todo, el apego al viejo patrimonialismo legado de Lázaro Cárdenas y la fe en un socialismo anacrónico, que tuvo sus orígenes en los 30 pero se consolidó con la Revolución cubana. Ese cuerpo irracional de dogmas, que Castañeda conoce como pocos, por cierto, se ha convertido en el sustento y legitimación de monopolios, sindicatos y organizaciones políticas que impiden sistemáticamente las reformas que el País necesita. Son esos dogmas los que obstruyen una revolución educativa, mantienen cerrada la puerta a la inversión privada en sectores como la electricidad y los hidrocarburos, dominan al mundo académico -acabando con toda posibilidad de debatir abiertamente sobre qué tipo de país queremos- y sustentan a la izquierda dogmática y anacrónica que representa López Obrador. Esos dogmas han impedido también que el PRI se modernice y que el sector más moderado y tecnocrático del PAN imponga su programa.
A pesar de todo, la conclusión final de Castañeda es optimista. De la galería de espejos que reflejan a los nativos y a los inmigrantes, concluye que en un marco de legalidad y valores globalizados, hasta la mentalidad de los mexicanos cambia. Como muestra está el botón de la Diáspora mexicana en Estados Unidos. Nada menos que el 11 por ciento de la población del país.
Eso es lo que hace Jorge Castañeda en las primeras páginas de "Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos", el interesantísimo libro que acaba de publicar. Yo creo, como él, que el carácter nacional existe. Es cuestión del cristal con que se mira: hay quienes ven los árboles, y otros, el bosque. Ambas perspectivas son instrumentos útiles para analizar la realidad. Sin la visión de conjunto de una colectividad, es imposible hablar, entre otras cosas, de cultura política o de sociedad civil. El carácter nacional tiene además, como afirma Castañeda, un impacto múltiple en la vida política, económica y social de una comunidad.
Castañeda ve y describe a México desde una atalaya privilegiada: la que da la mezcla de la pertenencia y la distancia. Se trata de un mexicano que escribe sobre los aconteceres nacionales y que participó directamente en la política. Y que es, al mismo tiempo, un académico que imparte cursos en Nueva York, donde radica parte del año. Eso explica por qué una galería de espejos recorre el libro desde el inicio hasta el final: la imagen de las coincidencias y el contraste entre algunos rasgos que definen el carácter nacional de los mexicanos que vivimos en México de tiempo completo, y aquellos que conforman lo que él llama la Diáspora: los millones de inmigrantes que viven en Estados Unidos. Nadie que no sea mexicano y no pase largas temporadas en una de las ciudades estadounidenses con una considerable población de paisanos, puede entender, como Castañeda, hasta qué grado esos inmigrantes siguen siendo mexicanos y hasta qué grado han dejado de serlo.
Más allá del espejo de la Diáspora que Jorge Castañeda retoma al final de su libro, y de lo anecdótico (que es lo único que sobra en "El misterio de los mexicanos", por cierto), lo que a Castañeda le interesa es destacar aquellos rasgos del carácter nacional que están obstaculizando el tránsito completo de México a la modernidad política y económica. Demuestra, con una aplastante cantidad de cifras, que los mexicanos tenemos una desconfianza casi visceral del "otro" -el vecino distante y también el vecino cercano-, un individualismo que se centra en el núcleo familiar e ignora la participación social, una notable aversión al conflicto -y gusto por la negociación en lo oscurito y la búsqueda del consenso- y un desprecio cotidiano por la ley.
En una sociedad tradicional, esas conductas no tendrían mayor importancia. En una potencia emergente, como México, con una democracia en proceso y una economía abierta que no acaba de integrarse al mundo globalizado y desarrollar todo su potencial, las consecuencias de esos rasgos de carácter son gravísimas.
Han impedido la competencia política y económica, le han cerrado las puertas a parte de la inversión extranjera, han obstaculizado la comprensión plena de que la democracia no implica acallar el debate y la confrontación, sino encauzar las divergencias políticas, han bloqueado la emergencia de una verdadera sociedad civil e impedido la reforma institucional que México necesita.
Las conclusiones de Castañeda son ciertas y, gracias a las cifras que cita, más que comprobables. Lo único que puede objetarse al perspicaz ejercicio que despliega en esa parte de su libro, que contrasta lo que es y lo que podría ser, es la ausencia de variables tan o más importantes que las que señala.
Sobre todo, el apego al viejo patrimonialismo legado de Lázaro Cárdenas y la fe en un socialismo anacrónico, que tuvo sus orígenes en los 30 pero se consolidó con la Revolución cubana. Ese cuerpo irracional de dogmas, que Castañeda conoce como pocos, por cierto, se ha convertido en el sustento y legitimación de monopolios, sindicatos y organizaciones políticas que impiden sistemáticamente las reformas que el País necesita. Son esos dogmas los que obstruyen una revolución educativa, mantienen cerrada la puerta a la inversión privada en sectores como la electricidad y los hidrocarburos, dominan al mundo académico -acabando con toda posibilidad de debatir abiertamente sobre qué tipo de país queremos- y sustentan a la izquierda dogmática y anacrónica que representa López Obrador. Esos dogmas han impedido también que el PRI se modernice y que el sector más moderado y tecnocrático del PAN imponga su programa.
A pesar de todo, la conclusión final de Castañeda es optimista. De la galería de espejos que reflejan a los nativos y a los inmigrantes, concluye que en un marco de legalidad y valores globalizados, hasta la mentalidad de los mexicanos cambia. Como muestra está el botón de la Diáspora mexicana en Estados Unidos. Nada menos que el 11 por ciento de la población del país.
Isabel Turrent