jueves, mayo 26, 2011
Una democracia de trigo y cizaña
De cara a las elecciones del 2012 en México, parece indisputable preguntarse ¿qué nos ha dejado la democracia a los mexicanos, e incluso a los latinos? No mucho. De hecho, la democracia latina ha costado a la región unos 4 puntos porcentuales del PIB anual por al menos 30 años -cuando se le compara con las economías asiáticas, con un sistema político más rígido que el nuestro-, lo que en términos de PIB per cápita acumulado significa unos 6 mil dólares más hoy, que los 8 mil que ahora gana cada persona.
En términos de desarrollo y otras variables que el PIB no capta, el costo es aún mayor: La educación, la salud, la infraestructura, los sistemas sociales y el bienestar en general están estancados en México y la región (quizá con la excepción de Chile, para lo cual hay una razón poderosa).
Pero entonces, ¿qué es lo que conviene?, ¿una dictadura? Que el cielo nos libre, pues la mayoría de los casos en la historia han sido una pesadilla; aunque hay que reconocer que en sólo algunos -muy pocos- casos (aunque con costos muy altos al inicio en términos de derechos humanos y preservación de las garantías individuales básicas) han traído gran prosperidad a la larga. Están, por ejemplo, los casos de España en los años 30 o Chile en los 70, en los que corrientes marxistas amenazaban con ahogar una democracia en el futuro cercano; en ellos, tanto el General Francisco Franco como el General Augusto Pinochet para sendos países, eventualmente (30 y 17 años) entregaron el poder a favor de una democracia, con muchos argumentos de éxito económico acompañando, pero también de fracaso humanitario.
Están los casos honrosos de un Dictador Benevolente, tanto en Pervez Musharraf de Pakistán y Lee Kwan-Yew de Singapur (éste un Primer Ministro por 40 años). Ambos, protegiendo a su país de tendencias negativas en terrorismo fundamentalista islámico en el primer caso y la mano opresora de Malasia en el segundo, llevaron a éxitos económicos y liderazgo, incuestionables por los expertos en geopolítica y además su entrega del poder fue suave y benéfica.
En México necesitamos cambiar de sistema, la democracia (nuestra) no sirve. No a una dictadura, pero sí a uno con estructuras más rígidas, a uno con mano dura.
La democracia, a fin de cuentas, se define como el sistema político que se basa en dar al pueblo el poder de decidir, a través del voto, todas las cosas de la vida económica y política de una nación, y es intrínsecamente muy atractivo, desde una óptica conceptual. Permite sacar la vuelta a la posibilidad de que queden en una sola persona (y ésta sea malvada) las decisiones que afectan a todos; pero en la práctica, para una gran mayoría de países -con distintos grados de pureza en el modelo- es un grave desastre.
El problema con la democracia se puede captar rápidamente con una alegoría sencilla. Si un padre de familia preguntara a todos sus hijos pequeños: ¿Qué quieren que les compre hoy niños? Entonces ellos gritarían felices: ¡Dulces, queremos dulces papá! Sin más, he ahí una prueba de la naturaleza de la democracia en su forma más burda, uno que manifiesta los tres aspectos clave que son un requisito para una democracia funcional: Que la autoridad sea responsable y eficaz, y que el pueblo esté educado -al menos, en cuanto a sus propias necesidades.
En ese mismo ejemplo, el padre pregunta a sus hijos de edades variadas: ¿Qué necesitan? A lo que los hijos mayores (aquí, el papel de los diputados) responderían: "Se requiere impermeabilizar el cuarto de arriba, algo de harina y sal, y trae también algunos dulces para los chiquillos".
Así que, en base a la parábola anterior, pareciera que en países en los que la autoridad no es responsable ni eficaz, los políticos que intermedian entre la autoridad y el pueblo no tienen los incentivos para trabajar para el bien común (los "hijos mayores" en el ejemplo) y el pueblo no tiene madurez (llámese también educación). La democracia entonces no es el sistema político que puede llevar a la nación al desarrollo y la prosperidad.
En muchos países europeos la democracia funciona mejor, pero los tres requisitos se dan también en cantidades más generosas, especialmente la riqueza y la educación. Holanda/Noruega es la democracia más pura, con numerosos partidos políticos que auditan con dureza y acción civil las ineficiencias de la autoridad en curso. Esto es algo que no veremos en décadas en nuestros países, el modelo NO nos queda, porque la autoridad y sus intermediarios tienen todos los incentivos para la corrupción (todo lo que ayude a sus propias carreras y a sus intereses) y el pueblo no es educado, ni tiene las herramientas para exigir cuentas o auditar.
China y gran parte de Asia crecen a tasas del doble que las mejores economías nuestras, mucho de lo cual viene de un sistema de planeación central de mano dura y un capitalismo superficial. Ese modelo no es perfecto, ninguno lo es, pero recordemos el cuento del trigo y la cizaña, aplicado a ellos y, mejor aún, al caso del Chile del General Augusto Pinochet: Las cosas buenas y las malas tienden a venir juntas y más o menos al mismo tiempo, pero debes dejarlas crecer a ambas, pues arriesgas cortar lo bueno, al arrancar lo malo; así, al madurar, cosecha lo bueno y lo malo deséchalo.
En términos de desarrollo y otras variables que el PIB no capta, el costo es aún mayor: La educación, la salud, la infraestructura, los sistemas sociales y el bienestar en general están estancados en México y la región (quizá con la excepción de Chile, para lo cual hay una razón poderosa).
Pero entonces, ¿qué es lo que conviene?, ¿una dictadura? Que el cielo nos libre, pues la mayoría de los casos en la historia han sido una pesadilla; aunque hay que reconocer que en sólo algunos -muy pocos- casos (aunque con costos muy altos al inicio en términos de derechos humanos y preservación de las garantías individuales básicas) han traído gran prosperidad a la larga. Están, por ejemplo, los casos de España en los años 30 o Chile en los 70, en los que corrientes marxistas amenazaban con ahogar una democracia en el futuro cercano; en ellos, tanto el General Francisco Franco como el General Augusto Pinochet para sendos países, eventualmente (30 y 17 años) entregaron el poder a favor de una democracia, con muchos argumentos de éxito económico acompañando, pero también de fracaso humanitario.
Están los casos honrosos de un Dictador Benevolente, tanto en Pervez Musharraf de Pakistán y Lee Kwan-Yew de Singapur (éste un Primer Ministro por 40 años). Ambos, protegiendo a su país de tendencias negativas en terrorismo fundamentalista islámico en el primer caso y la mano opresora de Malasia en el segundo, llevaron a éxitos económicos y liderazgo, incuestionables por los expertos en geopolítica y además su entrega del poder fue suave y benéfica.
En México necesitamos cambiar de sistema, la democracia (nuestra) no sirve. No a una dictadura, pero sí a uno con estructuras más rígidas, a uno con mano dura.
La democracia, a fin de cuentas, se define como el sistema político que se basa en dar al pueblo el poder de decidir, a través del voto, todas las cosas de la vida económica y política de una nación, y es intrínsecamente muy atractivo, desde una óptica conceptual. Permite sacar la vuelta a la posibilidad de que queden en una sola persona (y ésta sea malvada) las decisiones que afectan a todos; pero en la práctica, para una gran mayoría de países -con distintos grados de pureza en el modelo- es un grave desastre.
El problema con la democracia se puede captar rápidamente con una alegoría sencilla. Si un padre de familia preguntara a todos sus hijos pequeños: ¿Qué quieren que les compre hoy niños? Entonces ellos gritarían felices: ¡Dulces, queremos dulces papá! Sin más, he ahí una prueba de la naturaleza de la democracia en su forma más burda, uno que manifiesta los tres aspectos clave que son un requisito para una democracia funcional: Que la autoridad sea responsable y eficaz, y que el pueblo esté educado -al menos, en cuanto a sus propias necesidades.
En ese mismo ejemplo, el padre pregunta a sus hijos de edades variadas: ¿Qué necesitan? A lo que los hijos mayores (aquí, el papel de los diputados) responderían: "Se requiere impermeabilizar el cuarto de arriba, algo de harina y sal, y trae también algunos dulces para los chiquillos".
Así que, en base a la parábola anterior, pareciera que en países en los que la autoridad no es responsable ni eficaz, los políticos que intermedian entre la autoridad y el pueblo no tienen los incentivos para trabajar para el bien común (los "hijos mayores" en el ejemplo) y el pueblo no tiene madurez (llámese también educación). La democracia entonces no es el sistema político que puede llevar a la nación al desarrollo y la prosperidad.
En muchos países europeos la democracia funciona mejor, pero los tres requisitos se dan también en cantidades más generosas, especialmente la riqueza y la educación. Holanda/Noruega es la democracia más pura, con numerosos partidos políticos que auditan con dureza y acción civil las ineficiencias de la autoridad en curso. Esto es algo que no veremos en décadas en nuestros países, el modelo NO nos queda, porque la autoridad y sus intermediarios tienen todos los incentivos para la corrupción (todo lo que ayude a sus propias carreras y a sus intereses) y el pueblo no es educado, ni tiene las herramientas para exigir cuentas o auditar.
China y gran parte de Asia crecen a tasas del doble que las mejores economías nuestras, mucho de lo cual viene de un sistema de planeación central de mano dura y un capitalismo superficial. Ese modelo no es perfecto, ninguno lo es, pero recordemos el cuento del trigo y la cizaña, aplicado a ellos y, mejor aún, al caso del Chile del General Augusto Pinochet: Las cosas buenas y las malas tienden a venir juntas y más o menos al mismo tiempo, pero debes dejarlas crecer a ambas, pues arriesgas cortar lo bueno, al arrancar lo malo; así, al madurar, cosecha lo bueno y lo malo deséchalo.
Es director de RISK Counseling Associates. Ha sido profesor asociado de economía y finanzas por 18 años en el New York Institute of Finance, la Universidad Chilena Adolfo Ibáñez y el ITESM. Estudió Economía y una MA en Finanzas en el ITESM.
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No hay sistema político perfecto. La democracia, ninguna en ningún país, es perfecta. Y no lo son porque los seres humanos no somos perfectos. Sin embargo hay distintos grados de imperfección. Como se señala arriba, si el pueblo (los ciudadanos) no son maduros (un nivel mínimo de educación promedio, con un acceso a un nivel mínimo de información local y global) la democracia es sumamente imperfecta. Se convierte en el ejemplo reduccionista que plantea el autor, donde si la mayoría de los que votan (toman decisiones) se comportan como infantes (sólo derechos y nada de obligaciones) el resultado es una democracia disfuncional, donde una camarilla de políticos (burócratas al final de cuentas) hacen todo lo posible por mantener el status quo para seguir en el poder recibiendo los beneficios del sistema.
En las democracias donde por cuestiones culturales, ideológicas y/o educativas, los ciudadanos se comportan como infantes, el populismo sustituye a una democracia funcional y todos perdemos. Y los infantes no lo reconocen mientras sigan recibiendo dulces.Y mientras la minoría de ciudadanos (apartidistas que no apolíticos) que si tienen educación e información no haga nada para inyectar un aire limpio al sistema que sea la semilla de al menos una mejora continua, aunque gradual y lenta, los políticos-burócratas profesionales de siempre no tienen nada que temer, pues esa minoría educada siempre será minoría en las elecciones. Y con cambios inoperantes, y golpes mediáticos siempre se podrá decir que ya se cumplieron las exigencias, pero el fondo seguirá siendo igual. Para terminar con el sistema hay que inocularlo con un virus, con un caballo de troya, que sirva de faro marcando el rumbo correcto, pero desde el interior mismo del sistema.
Al final de cuentas siempre habrá políticos, siempre habrá burócratas, y siempre buscarán mantener status quo por los ingresos y canonjías que reciben. Lo importante de un sistema tan complejo (toda una sociedad, un país) es que aunque sea lento, el rumbo de largo plazo debe quedar claro para todos. Un pueblo educado no se construye de la noche a la mañana ni siquiera de una generación a otra. Pero si a la par de que se va educando paulatinamente se mantiene una señal constante del deber ser, eventualmente esa información permeará, y quizá, en un futuro, se logre una democracia funcional.