sábado, agosto 08, 2009
¡Ah!, Zelaya en Los Pinos
Manuel Zelaya cortó orejas y rabo en Los Pinos. El Presidente Calderón lo recibió con la pompa y ceremonia que corresponden a un jefe de Estado. Luego, en el Teatro de la Ciudad, el Presidente depuesto dio la estocada. Ante una multitud de lopistas rindió homenaje "al rayito de esperanza": en estos países, dijo, es más importante sentirse Presidente que ser Presidente, como bien lo sabe López Obrador que me está escuchando. La faena terminó con ovación y vuelta al ruedo.
Zelaya es un tipo que se pinta solo, tanto en la política como en su vida privada. En Honduras es famoso porque le prohibió a su hija tener novio hasta que cumpla 30 años y deberá esperar hasta los 32 para pensar en casarse. Igual de cierto es que el Presidente depuesto cuenta con el apoyo abierto de Hugo Chávez, no oculta su admiración por el autócrata venezolano y se proponía imitarlo reeligiéndose Presidente una y otra vez. De ahí el movimiento y el golpe en su contra.
Qué necesidad tenía Felipe Calderón de meterse en Honduras. Ninguna. Cualquier persona con tres dedos de frente hubiera esquivado el problema. Más aún cuando la Doctrina Estrada predica la no intervención evitando el reconocimiento o desconocimiento de Gobiernos en otros países. El Presidente de la República podía y debería haberse acogido a esa tradición diplomática. Porque más allá de la pertinencia de revisar la Doctrina Estrada, sería imposible encontrar otro caso en que la no intervención fuese la estrategia más simple y correcta.
A ello hay que agregar que los hondureños están profundamente divididos. Los que repudian a Zelaya lo hacen por buenas razones. Pero además, el golpe y el conflicto se dan en el contexto de la política expansionista y agresiva de Hugo Chávez. Sus amenazas de intervenir mediante la fuerza en Honduras no deben ser tomadas a la ligera. Porque es un hecho que Venezuela está jugando en todos los países de la región. El apoyo que les brinda a las FARC en Colombia va de la mano de la alianza con Daniel Ortega en Nicaragua y la defensa a ultranza de Manuel Zelaya en Honduras, así como del pacto estratégico con los Castro en Cuba.
En esta perspectiva vale rememorar otro antecedente. Cuando el Presidente Álvaro Uribe visitó México, después del bombardeo del campamento de las FARC en Ecuador, bajo el mando de Raúl Reyes, denunció la participación de Lucía Morett y alertó sobre los vínculos de la guerrilla colombiana con organizaciones mexicanas. Felipe Calderón salió al quite: no se podría concluir nada, dijo, hasta que finalizaran las investigaciones. El patrón entonces fue similar a lo que sucede hoy: negar la realidad de lo que incomoda o no encaja en el esquema mental del Presidente de la República.
No se trata, en consecuencia, de un simple error de cálculo o de una ingenua valoración de quién es Manuel Zelaya. Se trata de una falta de visión y de la ausencia de una estrategia. Porque los intereses de México no pueden estar del lado de Hugo Chávez, Daniel Ortega, Fidel (Raúl Castro) y Manuel Zelaya. El fortalecimiento de Chávez y su alianza con las FARC se traducen en el debilitamiento de las democracias en la región y se acompañan de la intención de reeditar el populismo venezolano en otros países –como ya está ocurriendo con el Frente Sandinista en Nicaragua.
Atribuir la responsabilidad de lo que está ocurriendo a la Cancillería, particularmente a Patricia Espinosa, sería simplista. La responsabilidad mayor es de Felipe Calderón. Sin embargo, lo más grave no está en los errores que ya se cometieron, sino en la incapacidad del Presidente de pensar y trazar una estrategia de política exterior. No es la primera vez que así ocurre. Luis Echeverría y José López Portillo fueron un desastre en esa materia. El mismo Vicente Fox no cantaba mal las rancheras. Sus desaciertos fueron muchos. Sobre todo porque no entendía gran cosa ni acertaba a fijar prioridades.
En el caso de Felipe Calderón lo que preocupa es su visión del mundo y de la historia. Formado en una tradición conservadora, que tiene sus raíces en el catolicismo y el pensamiento conservador del siglo 19, profesa un antiyanquismo primario. Desde esa perspectiva, casi todos los males de México provienen del vecino del norte y no son ajenos ni al protestantismo ni al libre examen de conciencia. Amén de la política expansionista que sufrimos en el siglo 19 y del desarrollo del imperialismo estadounidense en el siglo 20. De esa amalgama de tradiciones y experiencias se nutre la aversión de Calderón por el vecino del norte.
Ese temple le permite y le lleva a estrechar la mano de Fidel Castro, Hugo Chávez o Daniel Ortega. Porque todos ellos profesan, también, un antiyanquismo primario. Es cierto que sus fuentes y sus orígenes son distintos. En el caso de la izquierda, la influencia de la tradición marxista-leninista es fundamental. Tanto por la crítica de la democracia formal y el liberalismo-individualista cuanto por la desconfianza frente a la economía de mercado. Sería absurdo equiparar el pensamiento conservador con el socialista, pero no se puede negar que ambos coinciden en la crítica de la modernidad capitalista.
Finalmente, hay una anécdota reveladora. Hace aproximadamente 10 años se levantó una encuesta entre líderes políticos de diversos partidos y corrientes. A pregunta expresa: ¿cómo se sitúa usted en la geometría política? Felipe Calderón dio una respuesta sorprendente: en el centro-izquierda, dijo. Y ¡ah!, digo yo.
Lo que Calderón debería entender ahora es que el antiyanquismo no es un proyecto de política exterior. Y que ni Chávez ni Ortega ni los Castro son de izquierda.
Jaime Sánchez Susarrey
Las leyes que rigen en Honduras son las leyes de Honduras; así que ni México ni Venezuela harán la diferencia.
Zelaya fué expulsado de su país por desobedecer las leyes.
El Presidente Felipe Calderon no tiene necesidad de enfrascarse en una lucha que no respeta la autodeterminacion de los pueblos.
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