sábado, abril 04, 2009

 

Ultraderecha

La sentencia es fulminante: ¿fulano? Es de derecha. O si de plano se trata de aniquilarlo: ¿zutano? ¡Pero si es de ultraderecha! Desde la perspectiva de la izquierda, la derecha está en el quinto círculo, la ultraderecha en el sexto, sólo superada por los traidores a la causa, los tránsfugas de la revolución -Lenin dixit- que van al séptimo círculo del infierno. El calificativo de derecha o ultraderecha cancela toda discusión por innecesaria. Alguien que es situado en ese espacio pierde toda credibilidad, y de inteligencia o rigor conceptual mejor ni hablamos. La derecha, ya se sabe, no tiene ideas, tiene intereses y defiende las peores causas de la humanidad.

Sin embargo, la línea divisoria entre derecha y ultraderecha es bastante tenue. Depende de quién aplique la etiqueta y con qué intenciones. Pero además, a lo largo de la historia los puntos de enfrentamiento y oposición entre la "izquierda" y la "derecha-ultraderecha" se han modificado radicalmente. Y aunque no sea políticamente correcto decirlo, el paso irremediable del tiempo ha situado a los padres de la izquierda, con sus acólitos y su grey, en el lado malo de la historia.

Veamos.

En los años 30 en Europa, el debate entre los intelectuales orgánicos comunistas, apoyados por el coro de sus compañeros de viaje, giraba en torno de los procesos de Moscú. Stalin había señalado a Zinoviev y Kamenev, camaradas de Lenin y bolcheviques de siempre, como agentes de las potencias imperialistas. La justicia soviética no sólo los encontró culpables, sino que además obtuvo confesiones públicas de su traición. La sentencia fue cumplida y ambos fueron ejecutados con un tiro en la nuca -según los usos soviéticos. Los intelectuales europeos que denunciaron la atrocidad, entre ellos André Gide, fueron lanzados alternativamente al quinto y al sexto círculos del infierno. Sus voces, se decía, le hacían el juego a los intereses más aviesos.

A finales de los años 40 y principios de los 50, el eje del debate había cambiado. Los intelectuales de izquierda, comunistas y socialistas no tenían empacho en denunciar los campos de exterminio nazi, pero se negaban a reconocer los campos de concentración (reeducación) del camarada Stalin, padre de todos los pueblos. Los testimonios que empezaron a hacerse públicos eran descalificados o, peor aún, señalados como parte de una conjura contra el heroico pueblo soviético que había vencido a un alto costo al Tercer Reich. Los intelectuales europeos que empezaron a denunciar lo que pasaba detrás de la Cortina de Hierro fueron de nuevo arrojados al sexto círculo del infierno. Le hacían el juego al imperialismo yanqui en el contexto de la Guerra Fría.

A finales de los años 50 y durante los años 60, la competencia por la supremacía entre el capitalismo y el socialismo estaba en su punto máximo. La URSS logró poner al primer hombre en órbita en un Sputnik. Kennedy, por su parte, respondió con el compromiso de ser los primeros en llegar a la luna. Los intelectuales orgánicos y sus compañeros de viaje desenvainaron sus plumas. Jean Paul Sartre, el célebre filósofo francés, declaró en un viaje a la URSS: las vacas soviéticas son más gordas y dan más leche que las vacas capitalistas. La superioridad moral, política, técnica, científica y económica del socialismo sobre el capitalismo era una evidencia. Sólo los estúpidos intelectuales de derecha (o ultraderecha), como Raymond Aron y Albert Camus, se negaban a reconocer este hecho.

En los años 60 y 70, América Latina entró de lleno al debate. La victoria de Fidel Castro en 1959 y su posterior alineamiento con la Unión Soviética puso las cosas al rojo vivo. Hoy sabemos, por ejemplo, que durante la crisis de los misiles en 1962 el "Che" Guevara fue partidario de jugarse el todo por el todo, aun a costa de desencadenar una guerra nuclear.

La consigna era: "Con la Revolución Cubana todo, con el imperialismo yanqui nada". Había que defender la pequeña isla de los embates del Tío Sam. Cualquier crítica o distanciamiento respecto del comandante Castro era denunciada como un crimen de alta traición. Sobraban, sin embargo, testimonios y evidencias de las persecuciones, detenciones e incluso ejecuciones de los disidentes en Cuba. Fue en ese contexto que Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y otros pocos, que no muchos, fueron lanzados al sexto y al séptimo círculos del infierno.

La revolución sandinista en 1979 y el fortalecimiento del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, le dieron una nueva vuelta de tuerca al debate. Una turba quemó la efigie de Octavio Paz frente a la embajada de Estados Unidos. Corría el año de 1984. El grito de los manifestantes era incendiario: "¡Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz!". Escena atroz y contundente: el poeta ardía en llamas por ser de ultraderecha y traicionar las causas, en ese orden, de la Revolución Cubana, del régimen sandinista y de la insurrección salvadoreña. La sentencia, por razones obvias, era inapelable. Y por razones obvias, también, los intelectuales de izquierda, y sus compañeros de viaje, guardaron un prudente y gracioso silencio. Ninguno condenó el linchamiento como un gesto bárbaro e intolerante ni se solidarizó con Paz.

El silencio cómplice de los políticamente correctos tenía antecedentes y razones "bien fundadas". Frente a la nacionalización (estatización) de la banca en 1982, Octavio Paz (y la revista Vuelta) adoptó una posición crítica. La medida de José López Portillo le parecía irracional e innecesaria y de funestas consecuencias. Del otro, el de la izquierda, fue saludada con aplausos y fuegos artificiales. Arremetieron contra el poeta a una sola voz con un argumento contundente: "¡Pero qué esperaban! Paz es de derecha. No está defendiendo la libertad. Es un lacayo de los banqueros".

Y llegamos, así, al último, pero no menos penoso de estos episodios. Quienes criticaron (criticamos) los excesos y los abusos de Andrés Manuel López Obrador, Su Altísima Serenísima, en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México fuimos descalificados y arrojados al quinto y al sexto círculos del infierno. "Pero de qué se asombran, fulano es de derecha y zutano de ultraderecha". ¿El pecado? Mostrar con pelos y señales el autoritarismo, la intolerancia y el populismo del "Peje". Excesos todos que se vieron reconfirmados después de la derrota del 2 de julio y que muchos de los bien pensantes reconocen ahora.

La historia, por lo demás, no ha terminado. Los padres de la izquierda aprestan ya nuevas condenas.
Amén.

 

Jaime Sánchez Susarrey

 

 


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