domingo, abril 12, 2009

 

Elogio del liberalismo

Ante la proximidad de las elecciones y en estos días dedicados (en teoría) a la reflexión, limpiar el lenguaje político parece una labor indispensable.

En la retórica política actual, y no sólo en México, "liberal", o peor aún "neoliberal", es un (des)calificativo más terminal y poderoso que "derechista". El "neoliberalismo" tiene la culpa de todo: desde el calentamiento global hasta la crisis financiera. Y en la olla del vilipendiado liberalismo caben los políticos más odiados, más allá, curiosamente, de que sus ideologías y tendencias políticas sean opuestas. Salinas, Fox y Bush, por ejemplo, son "neoliberales" antes que cualquier otra cosa.

Rescatar al liberalismo de estos extraños representantes y regresar por un momento a su esencia es importante para colocar en el casillero que les corresponde a estas figuras políticas y determinar con claridad en qué se equivocaron para no repetir la historia. También para defender al liberalismo mismo, que es de hecho la filosofía política donde descansa cualquier democracia moderna, y cuya permanencia está lejos de estar garantizada. El término "liberal" se ha convertido en una categoría mutante porque es difícil definir en una o dos oraciones su esencia y sus objetivos. A diferencia del socialismo -en todas sus variantes-, no ha producido buenos lemas ni se presta a campañas publicitarias.

Por ello, tendemos a olvidar con facilidad los valores liberales y la deuda histórica que tenemos con el liberalismo. No recordamos que hace 200 años, el orden "natural" o "divino" de la sociedad, apuntalado por las religiones establecidas, era una pirámide donde los de abajo (esclavos, pobres, minorías subyugadas y mujeres) habían nacido sin derechos, para quedarse donde estaban y callar y obedecer. Imperaban regímenes políticos monárquicos, autoritarios y dictatoriales; no había división entre iglesia y Estado, y la manera usual de dirimir las diferencias políticas era la guerra. Éste fue el orden que los liberales mandaron al basurero de la historia.

Baruch Spinoza planteó, en el siglo 17, la primacía de la libertad y la necesidad de establecer un régimen democrático y secular. Y así le fue. Pero sus ideales fueron recogidos por John Locke -y su insistencia en que el Gobierno debía sustentarse en el consentimiento de los gobernados- y una pléyade de pensadores. Las ideas liberales encarnaron después en los ideales de la Revolución francesa y en la Constitución de Estados Unidos.

La filosofía liberal y democrática, dice Alan Wolfe en su esclarecedor libro "The Future of Liberalism", ha defendido siempre la idea del progreso individual y social en libertad: la libertad de todos y cada uno para elegir, construir una vida autónoma y participar en la política.

Promueve la igualdad, porque, sin igualdad de condiciones (educación, recursos y derechos), la libertad cojea. Y el Estado está para garantizarla. Defiende la justicia, el consenso, la negociación y la tolerancia como instrumentos de la vida política. Por último, los liberales son pragmáticos: prefieren la experiencia sobre la teoría y la apertura intelectual sobre dogmas e ideologías.

Si resulta difícil de identificar y definir es, en parte, porque los occidentales vivimos en liberalismo y, en parte, porque como filosofía y como praxis tiene varias facetas: el liberalismo sustantivo está conformado por los valores que defiende; el "procedural" -como lo llama Wolfe-, por todas las normas consensuales sin las cuales no tendríamos ni derechos ni libertades, y el liberalismo "temperamental" -el más difícil de definir y el más escaso- consiste en el ánimo tolerante, la búsqueda de la negociación, la aceptación de las diferencias y el diálogo.

Habrá que buscar nuevas etiquetas para los "neoliberales" favoritos de quienes han pervertido el verdadero significado de la palabra liberal. Salinas no fue liberal (ni neo ni viejo). Su proyecto político era establecer una dictadura oligárquica. Bush tampoco. No fue liberal en lo económico: su Gobierno favoreció a las grandes empresas y redujo impuestos a los votantes más ricos. Menos aún fue liberal en lo político: metió a la religión en los asuntos de Estado, violó garantías individuales, derechos constitucionales y concentró un poder casi dictatorial en la Casa Blanca.

Los valores liberales no llegaron para quedarse: populismos y radicalismos políticos y religiosos los ponen en riesgo. Para defenderlos, empecemos por devolverle su verdadero significado a las palabras.

 

Isabel Turrent

 

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Triste pero cierto. Los conservadores de hoy se dicen a sí mismos “progresistas” e incluso se cuelgan de figuras históricas como Juárez para reforzar sus dichos. ¿Qué dirían los liberales mexicanos del siglo XIX si vieran que las reformas, que el país necesita urgentemente, son rechazadas por quienes se dicen sus dizque sucesores ideológicos?

 

"La derecha cree en el libre mercado, la izquierda en la libertad social, y ambas no se dan cuenta que uniéndose se forma el liberalismo" (Sergio Sarmiento)

 

 


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