lunes, noviembre 13, 2006
El carnaval anti-carnavalesco de Amlo, más dogmático que la política formal
Tiene algo de carnavalesco, de farsa el movimiento postelectoral de Amlo, decíamos aquí la semana pasada.
Lo que no encaja en el genuino espíritu popular del carnaval surgido en la Europa Medieval frente al poder y la riqueza, frente a la religión y a las armas, es la reivindicación que hace Amlo de la cultura oficial, del discurso más dogmático del oficialismo de los regímenes autoritarios y totalitarios de México y el mundo.
El grotesco culto a la personalidad que presidió las presentaciones en los estados de México y Veracruz del candidato derrotado, no apelaba al humor y a la risa populares, como lo hace la tradición carnavalesca. Más daba lugar a una sucesión de muestras de humor involuntario, que -entre expresiones de fanatismo primitivo- arrancaban algunas sonrisas en los públicos acotados de las localidades y en los escasos segmentos de audiencias y lectores de los medios, crecientemente desinteresados en el espectáculo. Incluso La Jornada remitió ayer a páginas interiores la reseña de los actos en locales cerrados de varias ciudades veracruzanas.
A ello hay que agregar los efectos contraproducentes precipitados el domingo antepasado en la Catedral Metropolitana por la agresividad de los espectáculos del género fársico -carnavalesco- a cargo de los estrategas de los golpes escénicos pro-Amlo. Esta vez no hubo risas del público, ni siquiera producto del humor involuntario. Quizás los únicos divertidos fueron los organizadores, sólo que a un incalculable, todavía, costo de crispación del pueblo -no de la oligarquía- que asiste a la misa dominical.
Lo que no encaja en el genuino espíritu popular del carnaval surgido en la Europa Medieval frente al poder y la riqueza, frente a la religión y a las armas, es la reivindicación que hace Amlo de la cultura oficial, del discurso más dogmático del oficialismo de los regímenes autoritarios y totalitarios de México y el mundo.
El grotesco culto a la personalidad que presidió las presentaciones en los estados de México y Veracruz del candidato derrotado, no apelaba al humor y a la risa populares, como lo hace la tradición carnavalesca. Más daba lugar a una sucesión de muestras de humor involuntario, que -entre expresiones de fanatismo primitivo- arrancaban algunas sonrisas en los públicos acotados de las localidades y en los escasos segmentos de audiencias y lectores de los medios, crecientemente desinteresados en el espectáculo. Incluso La Jornada remitió ayer a páginas interiores la reseña de los actos en locales cerrados de varias ciudades veracruzanas.
A ello hay que agregar los efectos contraproducentes precipitados el domingo antepasado en la Catedral Metropolitana por la agresividad de los espectáculos del género fársico -carnavalesco- a cargo de los estrategas de los golpes escénicos pro-Amlo. Esta vez no hubo risas del público, ni siquiera producto del humor involuntario. Quizás los únicos divertidos fueron los organizadores, sólo que a un incalculable, todavía, costo de crispación del pueblo -no de la oligarquía- que asiste a la misa dominical.
Lo que -por otra parte sí conserva de carnavalesco el movimiento de Amlo contra el resultado de las urnas es la suplantación como fórmula de catarsis y desahogo. Hacerse pasar por lo que no se es: no sólo como "presidente legítimo" sino, por ejemplo, como guardián del santo grial del legado juarista, el que desconoce a todas luces. Se trataría entonces de la máscara deforme y la inexactitud del lenguaje como liberación, propias del espíritu genuino del carnaval, convertidas en instrumental al servicio de la demagogia populista, en el carnaval anti-carnavalesco de Amlo.
Otro problema con la campaña postelectoral de Amlo es que la abolición de las identidades, su subversión, que en el carnaval auténtico es posible por efímera, en el movimiento carnavalesco de Amlo resulta insoportable por proponer una farsa duradera: la de los políticos que pretenden cambiar su identidad -ganada en décadas- de pícaros, depredadores y delincuentes -como la de muchos de los acompañantes de Amlo- por la de salvadores del pueblo con el sólo recurso de integrarse a las comparsas del gran caudillo y supremo salvador.
Humor involuntario de exportación
Una parte esencial de "los ritos carnavalescos" radicaba en impedir "la sujeción a cualquier dogmatismo, ya sea religioso, eclesiástico o formal", escribió Luz Fernández de Alba en Del tañido de una flauta al arte de la fuga, publicado por Difusión Cultural de la UNAM. Y entre las características de la carnavalización se encontraba la abolición de las relaciones jerárquicas, continúa la maestra Fernández de Alba siguiendo básicamente a Mijail Bajtín.
ero el discurso carnavalesco de Amlo resulta más dogmático, religioso y formal que el de la política más formal de nuestros días. Y cuando manda a las instituciones y sus jerarquías "al diablo" es sólo para imponer su propia relación jerárquica y la de sus secuaces en las estructuras políticas bajo su control.
Y en cuanto al "acto de toma de posesión" de Amlo como "presidente legítimo", el próximo lunes, como lo trascendió en la columna de ese título, en Milenio de ayer, no hay duda de que se tratará de una farsa carnavalesca, sólo que apartada del genuino espíritu liberador de los ritos carnavalescos originales: "Habrá -registra Milenio- todo un ritual, una liturgia republicana con silla presidencial, lábaro patrio para la ocasión, banda tricolor y escudo nacional".
Todo en serio, sin humor, sin risas, en un marco jerárquico reverencial destinado a convertirse en un acto irrelevante para la mayoría de la población nacional. Pero que producirá imágenes de pena ajena y de grotesco humor involuntario y carcajadas inclementes en la opinión pública mundial ante el folclor invencible de nuestros políticos tropicales.
"Todo estará perfectamente cuidado para que a ningún panista se le ocurra presentar una demanda por usurpación de funciones", precisa Milenio, por lo que en este carnaval de Amlo estará muy acotada la farsa del "mundo al revés" de las fiestas medievales reseñadas en el libro de la maestra Fernández de Alba, ese mundo en el que "tenían lugar los coronamientos-destronamientos burlescos, las tundas, las disputas paródicas ".
El carnaval de Amlo no ofrece -como el genuino- "un segundo mundo, liberado de las jerarquías y del rigor que imponía la cultura oficial", sino el mismo de siempre, sólo que presidido por él, sin haber sido elegido en las urnas.
José Carreño, La Crónica de hoy, 13 de noviembre 2006
jose.carreno@uia.mx
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