domingo, noviembre 12, 2006
Rebeldía entretenida...
El próximo 20 de noviembre, si los astros no deciden otra cosa, Andrés Manuel López Obrador se pondrá una banda espuria y se declarará Presidente Legítimo de México. A mí, el acto me parece intrascendente. Tan intrascendente como el saboteo de ceremonias protocolarias que el PRD viene haciendo por berrinche postelectoral (no hubo Informe, no hubo desfile: el mundo sigue). Que el hombre se quiera poner una banda tricolor y andar de gira por México no cambia lo que es una realidad. Ni me molesta, ni me da por rasgarme las vestiduras; es más, puede que hasta lo entienda.
Y es que gracias al libro de Joseph Heath y Andrew Potter "Rebelarse Vende: El Negocio de la Contracultura", voy cayendo en la cuenta de que AMLO es -como él mismo lo dijo y muchos no le creímos- víctima de un compló. Pero dicho compló no fue organizado por el Estado, ni los medios, ni los ricos y demás "enemigos del pueblo" (me incluyo). No, el compló de AMLO (y pa'l caso de todo ser humano) se llama tiempo, vida o, si se quiere, pertenencia a una generación. Es lo que Ortega y Gasset llamaba "circunstancia": el momento histórico que nos tocó vivir y cuya cultura, mitos, causas, música y particulares formas de rebeldía marcan nuestro "yo", querámoslo o no.
AMLO, como muchos de sus seguidores más cercanos, pertenece a la generación de los "baby boomers", también conocidos como generación "beat" o "rojos románticos". Son los llamados hijos del 68, creadores -o usufructuarios- del movimiento hippie y el mito contracultural inspirado en la tesis del Noble Salvaje de Jean Jacques Rousseau (el pobre e ignorante es bueno) y el psicoanálisis de Freud (toda aceptación de normas es represión de mi autenticidad).
Sobre estas dos tesis y un muy noble ideal igualitario, dicen Potter y Heath, los "boomers" han creado un estilo político propio, incapaz de transigir con instituciones o normas que consideran más pervertidas que la bíblica ramera Babilonia. Los "boomers" son tal como los describe ese otro ícono de época llamado Alex Lora, "rebeldes, contestatarios, anarquistas y revolucionarios" por principio. De ahí que cualquiera que acepte el camino institucional es acusado de "venderse" o "prostituirse". Para los miembros de este movimiento generacional, lograr la igualdad ansiada requiere una forma no institucional de hacer política: la contracultura que, para no parecer servil, se hace insolente; usa el Full Monty a falta de argumentos sólidos, demostrando esa falta de madurez que evidencia quien es incapaz de discrepar y discutir sin agredir o insultar a sus interlocutores.
Nada más que, dicen los dos autores, miembros de la izquierda canadiense, "el concepto de contracultura, a fin de cuentas, se basa en un equívoco. En el mejor de los casos es una pseudorebeldía, una serie de actos teatrales que no producen ningún avance político o económico tangible y que desacreditan la urgente tarea de crear una sociedad más justa. Es una rebeldía entretenida para los rebeldes que la protagonizan, y poco más. En el peor de los casos, contribuye a la infelicidad general de la población al minar o desprestigiar determinadas normas sociales e instituciones que de hecho cumplen una función. Más concretamente, la teoría contracultural ha minado tanto el buen nombre de la política democrática, que la mayor parte de la izquierda progresista lleva más de tres décadas hundida en el marasmo".
Como quien dice, todo lo que le hemos visto a AMLO desde el 2 de julio es un puro "happening" cultural, muy entretenido para sus seguidores, pero que no cambia de fondo ninguno de los problemas que dice querer solucionar. Y es que, al igual que cualquier iniciativa cultural, la contracultura toma su tiempo, por eso muchos de sus creyentes más fervientes se vuelven impacientes y acaban recurriendo a la violencia.
Pero -y éste es el gran "pero" que debe preocuparnos más allá de la bandita presidencial-, si bien se puede estar en contra de los métodos de la contracultura sesentera, sería peligrosísimo desestimar las causas de fondo que AMLO ha logrado agrupar en torno a su rebeldía entretenida. Porque más allá de todo el show amlista, más allá de los oficios de agitadores profesionales de la APPO o de extorsionadores sindicales como Flavio Sosa, está el reclamo ancestral de ese Sur que por años ha sido feudo de caciques priistas y mina de oro de empresarios panistas. Tal como concluyen Potter y Heath, es labor de la izquierda moderna, seria e institucional que éste y otros reclamos legítimos tengan solución y ni sigan siendo ignorados por la derecha empresarial, ni se diluyan en la pachanga contracultural. ¿Alguien le entra al reto?
Y es que gracias al libro de Joseph Heath y Andrew Potter "Rebelarse Vende: El Negocio de la Contracultura", voy cayendo en la cuenta de que AMLO es -como él mismo lo dijo y muchos no le creímos- víctima de un compló. Pero dicho compló no fue organizado por el Estado, ni los medios, ni los ricos y demás "enemigos del pueblo" (me incluyo). No, el compló de AMLO (y pa'l caso de todo ser humano) se llama tiempo, vida o, si se quiere, pertenencia a una generación. Es lo que Ortega y Gasset llamaba "circunstancia": el momento histórico que nos tocó vivir y cuya cultura, mitos, causas, música y particulares formas de rebeldía marcan nuestro "yo", querámoslo o no.
AMLO, como muchos de sus seguidores más cercanos, pertenece a la generación de los "baby boomers", también conocidos como generación "beat" o "rojos románticos". Son los llamados hijos del 68, creadores -o usufructuarios- del movimiento hippie y el mito contracultural inspirado en la tesis del Noble Salvaje de Jean Jacques Rousseau (el pobre e ignorante es bueno) y el psicoanálisis de Freud (toda aceptación de normas es represión de mi autenticidad).
Sobre estas dos tesis y un muy noble ideal igualitario, dicen Potter y Heath, los "boomers" han creado un estilo político propio, incapaz de transigir con instituciones o normas que consideran más pervertidas que la bíblica ramera Babilonia. Los "boomers" son tal como los describe ese otro ícono de época llamado Alex Lora, "rebeldes, contestatarios, anarquistas y revolucionarios" por principio. De ahí que cualquiera que acepte el camino institucional es acusado de "venderse" o "prostituirse". Para los miembros de este movimiento generacional, lograr la igualdad ansiada requiere una forma no institucional de hacer política: la contracultura que, para no parecer servil, se hace insolente; usa el Full Monty a falta de argumentos sólidos, demostrando esa falta de madurez que evidencia quien es incapaz de discrepar y discutir sin agredir o insultar a sus interlocutores.
Nada más que, dicen los dos autores, miembros de la izquierda canadiense, "el concepto de contracultura, a fin de cuentas, se basa en un equívoco. En el mejor de los casos es una pseudorebeldía, una serie de actos teatrales que no producen ningún avance político o económico tangible y que desacreditan la urgente tarea de crear una sociedad más justa. Es una rebeldía entretenida para los rebeldes que la protagonizan, y poco más. En el peor de los casos, contribuye a la infelicidad general de la población al minar o desprestigiar determinadas normas sociales e instituciones que de hecho cumplen una función. Más concretamente, la teoría contracultural ha minado tanto el buen nombre de la política democrática, que la mayor parte de la izquierda progresista lleva más de tres décadas hundida en el marasmo".
Como quien dice, todo lo que le hemos visto a AMLO desde el 2 de julio es un puro "happening" cultural, muy entretenido para sus seguidores, pero que no cambia de fondo ninguno de los problemas que dice querer solucionar. Y es que, al igual que cualquier iniciativa cultural, la contracultura toma su tiempo, por eso muchos de sus creyentes más fervientes se vuelven impacientes y acaban recurriendo a la violencia.
Pero -y éste es el gran "pero" que debe preocuparnos más allá de la bandita presidencial-, si bien se puede estar en contra de los métodos de la contracultura sesentera, sería peligrosísimo desestimar las causas de fondo que AMLO ha logrado agrupar en torno a su rebeldía entretenida. Porque más allá de todo el show amlista, más allá de los oficios de agitadores profesionales de la APPO o de extorsionadores sindicales como Flavio Sosa, está el reclamo ancestral de ese Sur que por años ha sido feudo de caciques priistas y mina de oro de empresarios panistas. Tal como concluyen Potter y Heath, es labor de la izquierda moderna, seria e institucional que éste y otros reclamos legítimos tengan solución y ni sigan siendo ignorados por la derecha empresarial, ni se diluyan en la pachanga contracultural. ¿Alguien le entra al reto?
Claudia Ruiz Arriola, El Norte, 12 de noviembre 2006