sábado, septiembre 16, 2006
Despeñadero
La crónica de El Universal no tiene pierde: el 1 de septiembre, antes del Sexto Informe, AMLO se encuentra reunido con su Estado Mayor. Ahí están Jesús Ortega, Manuel Camacho Solís, Ricardo Monreal, Leonel Cota, Horacio Duarte y, por supuesto, Marcelo Ebrard. López Obrador está decidido a encabezar una marcha que partiría del Zócalo, donde se encuentran reunidas unas 35 mil personas, al Palacio Legislativo de San Lázaro.
Sorpresivamente, contra todo su estilo, el ex candidato de la coalición Por el Bien de Todos decide consultar a sus 15 más cercanos. Es más, no sólo los consulta, sino que somete a votación la decisión que está a punto de tomar. La pequeña asamblea se divide: Manuel Camacho, Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard y Jesús Ortega se oponen. Leonel Cota y Fernández Noroña, entre otros, están incondicionalmente con el Jefe.
AMLO procede entonces a la consulta: "Voy a preguntar a ustedes: ¿Vamos allá o nos quedamos aquí? A ver, que levanten la mano los que quieren ir. Bájenla. Que levanten la mano los que prefieren quedarse aquí". El resultado de la votación es muy apretado: ocho en contra y siete a favor. López Obrador realiza el conteo de nuevo, mano por mano, y concluye: "Ésa es la decisión, es la decisión correcta. Eso es lo que vamos a hacer" (El Universal online, 8/sep/06).
La imagen vale más que mil palabras. El líder se está resquebrajando. López Obrador consultaba poco y oía menos. Se guiaba por su instinto y era inflexible. No aceptaba que sus decisiones se discutieran. Era parte de su estilo de hacer política. La autoridad y el carisma que ejercía sobre sus seguidores derivaban, en buena medida, de esa seguridad. Andrés Manuel nunca se equivoca, murmuraban todos en voz baja. O para decirlo en palabras del propio López: soy indestructible e invencible.
Y así parecía ser. AMLO ha ido a contracorriente toda su vida. Su biografía es la de un navegante solitario. Nunca había tratado como pares a sus colaboradores más cercanos. La forma en que trazó las estrategias de campaña lo confirman. El desconocimiento de las encuestas, los 10 puntos que proclamaba tener por encima de Calderón y los 500 mil votos la noche del 2 de julio son un ejemplo fehaciente de ese estilo. No consultaba ni escuchaba a nadie. Él decidía por instinto y por impulso.
¿Por qué entonces el cambio y, sobre todo, qué significa? La derrota, se dice y se repite, no es buena consejera. Andrés Manuel no estaba ni está preparado psíquicamente para lo que le ocurrió. Su primera reacción fue negar la realidad e invocar el fraude y el complot. No había en ello ninguna sorpresa y al principio todo parecía ir sobre ruedas. Es más, el Mesías de Macuspana se sintió de nuevo como pez en el agua. Las movilizaciones y las protestas deberían culminar con una decisión favorable del Tribunal o en una larga marcha para rescatar la República.
El problema está en que todo se ha complicado. La vía legal quedó atrás. Ya hay Presidente electo y el entorno nacional e internacional le es completamente adverso. Pero además, la convocatoria de la Convención Nacional Democrática se está convirtiendo en una aventura muy costosa y riesgosa. Porque, en el fondo y en la superficie, el desconocimiento de todas las instituciones y la referencia al artículo 39 de la Constitución constituyen una proclama revolucionaria sin más, aun cuando se maquille con el término de movimiento pacífico.
No hay duda. Por segunda vez en su vida el Mesías de Macuspana ha perdido el rumbo y no sabe cómo ni hacia dónde dirigirse. La primera, vale recordarlo, ocurrió en el 2000 cuando en el último minuto dudó en postularse a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. En esa ocasión Cuauhtémoc Cárdenas lo sacó adelante. Hoy la historia se repite: López ya no confía en López; ha perdido la confianza y la fe en sí mismo.
Sólo así se explica que haya reculado ya en dos ocasiones claves para su estrategia y para su movimiento. La primera la describí arriba. La otra es aun más importante: la decisión de levantar el plantón en el Zócalo y Reforma constituye una doble derrota. Primero, porque nunca en su vida se había echado para atrás; siempre había ido hacia delante y en el filo de la navaja hizo retroceder a todos sus adversarios. Baste recordar lo que ocurrió con el proceso del desafuero.
La segunda, porque la estrategia del movimiento se ha vuelto contradictoria y errática. No se puede, con un mínimo de consistencia, llamar a una insurrección civil, montar una magna provocación contra todas las instituciones, que incluye la toma del Zócalo, de Reforma y el anuncio de la celebración de la Convención el 16 de septiembre, para luego hacer mutis y retroceder. López hizo un petate, el tiro le salió por la culata y quedó en ridículo.
Para decirlo de otra forma, una vez que AMLO convocó a la Convención Nacional Democrática y se trazó como objetivo impedir la toma de posesión de Felipe Calderón, debió haber ido hasta las últimas consecuencias: mantener el plantón contra viento y marea para obligar al Ejército a usar la fuerza o, en su caso, hacerlo recular y con él al Estado en su conjunto. En ese juego de provocación pudo haber obtenido beneficios en cualquiera de las dos canchas: ganando la apuesta si no lo desalojaban o denunciando la "represión del Estado autoritario" por haberlo confrontado.
Las desgracias y las malas noticias no terminan ahí. El siguiente paso complicará más las cosas. La Convención Nacional Democrática, sin representación efectiva alguna, seguramente proclamará al señor López presidente legítimo de los Estados Unidos Mexicanos. El sainete se convertirá entonces en una ópera bufa: el presidente de chocolate con nariz de cacahuate blandirá la amenaza de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón y anunciará un nuevo orden institucional.
Sin embargo, nadie le va a creer porque no dispone de los medios para cumplir su bravata. Y no sólo eso. El tiempo corre en contra del hijo más preclaro de Macuspana. Tanto los diputados como los senadores del PRD, para no hablar de los gobernadores y de Marcelo Ebrard, entrarán paulatinamente en el aro de las negociaciones. Las instituciones que el señor López mandó al diablo hace unas semanas están muy lejos de haberse agotado. El interés del PRD como partido no coincide con los delirios de su ex candidato. El final del Indestructible se anuncia, pues, caricaturesco. Paso a paso, el tabasqueño se enfila a un verdadero despejadero, pero gracias a Dios y para su consuelo, Marcos le ha organizado ya un encuentro intergaláctico de pronóstico reservado.
Sorpresivamente, contra todo su estilo, el ex candidato de la coalición Por el Bien de Todos decide consultar a sus 15 más cercanos. Es más, no sólo los consulta, sino que somete a votación la decisión que está a punto de tomar. La pequeña asamblea se divide: Manuel Camacho, Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard y Jesús Ortega se oponen. Leonel Cota y Fernández Noroña, entre otros, están incondicionalmente con el Jefe.
AMLO procede entonces a la consulta: "Voy a preguntar a ustedes: ¿Vamos allá o nos quedamos aquí? A ver, que levanten la mano los que quieren ir. Bájenla. Que levanten la mano los que prefieren quedarse aquí". El resultado de la votación es muy apretado: ocho en contra y siete a favor. López Obrador realiza el conteo de nuevo, mano por mano, y concluye: "Ésa es la decisión, es la decisión correcta. Eso es lo que vamos a hacer" (El Universal online, 8/sep/06).
La imagen vale más que mil palabras. El líder se está resquebrajando. López Obrador consultaba poco y oía menos. Se guiaba por su instinto y era inflexible. No aceptaba que sus decisiones se discutieran. Era parte de su estilo de hacer política. La autoridad y el carisma que ejercía sobre sus seguidores derivaban, en buena medida, de esa seguridad. Andrés Manuel nunca se equivoca, murmuraban todos en voz baja. O para decirlo en palabras del propio López: soy indestructible e invencible.
Y así parecía ser. AMLO ha ido a contracorriente toda su vida. Su biografía es la de un navegante solitario. Nunca había tratado como pares a sus colaboradores más cercanos. La forma en que trazó las estrategias de campaña lo confirman. El desconocimiento de las encuestas, los 10 puntos que proclamaba tener por encima de Calderón y los 500 mil votos la noche del 2 de julio son un ejemplo fehaciente de ese estilo. No consultaba ni escuchaba a nadie. Él decidía por instinto y por impulso.
¿Por qué entonces el cambio y, sobre todo, qué significa? La derrota, se dice y se repite, no es buena consejera. Andrés Manuel no estaba ni está preparado psíquicamente para lo que le ocurrió. Su primera reacción fue negar la realidad e invocar el fraude y el complot. No había en ello ninguna sorpresa y al principio todo parecía ir sobre ruedas. Es más, el Mesías de Macuspana se sintió de nuevo como pez en el agua. Las movilizaciones y las protestas deberían culminar con una decisión favorable del Tribunal o en una larga marcha para rescatar la República.
El problema está en que todo se ha complicado. La vía legal quedó atrás. Ya hay Presidente electo y el entorno nacional e internacional le es completamente adverso. Pero además, la convocatoria de la Convención Nacional Democrática se está convirtiendo en una aventura muy costosa y riesgosa. Porque, en el fondo y en la superficie, el desconocimiento de todas las instituciones y la referencia al artículo 39 de la Constitución constituyen una proclama revolucionaria sin más, aun cuando se maquille con el término de movimiento pacífico.
No hay duda. Por segunda vez en su vida el Mesías de Macuspana ha perdido el rumbo y no sabe cómo ni hacia dónde dirigirse. La primera, vale recordarlo, ocurrió en el 2000 cuando en el último minuto dudó en postularse a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. En esa ocasión Cuauhtémoc Cárdenas lo sacó adelante. Hoy la historia se repite: López ya no confía en López; ha perdido la confianza y la fe en sí mismo.
Sólo así se explica que haya reculado ya en dos ocasiones claves para su estrategia y para su movimiento. La primera la describí arriba. La otra es aun más importante: la decisión de levantar el plantón en el Zócalo y Reforma constituye una doble derrota. Primero, porque nunca en su vida se había echado para atrás; siempre había ido hacia delante y en el filo de la navaja hizo retroceder a todos sus adversarios. Baste recordar lo que ocurrió con el proceso del desafuero.
La segunda, porque la estrategia del movimiento se ha vuelto contradictoria y errática. No se puede, con un mínimo de consistencia, llamar a una insurrección civil, montar una magna provocación contra todas las instituciones, que incluye la toma del Zócalo, de Reforma y el anuncio de la celebración de la Convención el 16 de septiembre, para luego hacer mutis y retroceder. López hizo un petate, el tiro le salió por la culata y quedó en ridículo.
Para decirlo de otra forma, una vez que AMLO convocó a la Convención Nacional Democrática y se trazó como objetivo impedir la toma de posesión de Felipe Calderón, debió haber ido hasta las últimas consecuencias: mantener el plantón contra viento y marea para obligar al Ejército a usar la fuerza o, en su caso, hacerlo recular y con él al Estado en su conjunto. En ese juego de provocación pudo haber obtenido beneficios en cualquiera de las dos canchas: ganando la apuesta si no lo desalojaban o denunciando la "represión del Estado autoritario" por haberlo confrontado.
Las desgracias y las malas noticias no terminan ahí. El siguiente paso complicará más las cosas. La Convención Nacional Democrática, sin representación efectiva alguna, seguramente proclamará al señor López presidente legítimo de los Estados Unidos Mexicanos. El sainete se convertirá entonces en una ópera bufa: el presidente de chocolate con nariz de cacahuate blandirá la amenaza de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón y anunciará un nuevo orden institucional.
Sin embargo, nadie le va a creer porque no dispone de los medios para cumplir su bravata. Y no sólo eso. El tiempo corre en contra del hijo más preclaro de Macuspana. Tanto los diputados como los senadores del PRD, para no hablar de los gobernadores y de Marcelo Ebrard, entrarán paulatinamente en el aro de las negociaciones. Las instituciones que el señor López mandó al diablo hace unas semanas están muy lejos de haberse agotado. El interés del PRD como partido no coincide con los delirios de su ex candidato. El final del Indestructible se anuncia, pues, caricaturesco. Paso a paso, el tabasqueño se enfila a un verdadero despejadero, pero gracias a Dios y para su consuelo, Marcos le ha organizado ya un encuentro intergaláctico de pronóstico reservado.
Jaime Sánchez Susarrey, El Norte
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