sábado, agosto 12, 2006
¿Como entender?
Lo veo y no lo creo. Veo a 20 millones de ciudadanos atrapados, veo a mi
ciudad tomada, con sus calles rotas a propósito, sus monumentos y edificios
pintarrajeados, su economía lastimada, sus habitantes hostigados, todo por
la acción de personas que abandonaron sus hogares y empleos (¿de qué viven?,
¿quién los mantiene?, ¿quién les paga sus carpas y alimentos y pancartas?)
para venir a impedirnos que nosotros lleguemos a los nuestros.
Lo veo y no lo creo. Veo a dos gobiernos que no cumplen con su cometido de
gobernar, el local porque acepta y toma partido y hasta participa, el
federal porque prefiere no moverse, porque sabe que ha perdido toda
capacidad de decisión, de negociación, de mando. Y veo a nuestros flamantes
diputados, senadores, asambleístas, magistrados, permanecer ausentes y
mudos.
Lo veo y lo estoy viviendo y no lo creo. A esto le llaman lucha por la
democracia y resistencia civil pacífica. Y me pregunto, ¿desde cuándo la
imposición de las ideas y las amenazas si las cosas no son como alguien
quiere que sean, y las burlas, insultos y descalificaciones para quien no
piensa como ellos, es el camino para la democracia? ¿Y desde cuándo, impedir
que la vida siga su curso para la mayoría, es un acto pacífico? Cuesta
trabajo entender la mentalidad de quien cree que provocar el enojo y la ira
le servirá para conseguir lo que se propone.
Cuesta trabajo entender que alguien que ha elegido el camino de molestar, y
a la mayoría, crea que puede así lograr sus objetivos, y que alguien que nos
falta al respeto a tantos, podrá lograr que lo respetemos a él. Cuesta
trabajo entender la lógica de alguien que quiere y necesita el apoyo de los
ciudadanos, pero no le preocupa afectarlos.
Cuesta trabajo entender que alguien pueda castigar precisamente a quienes
masivamente le mostraron su apoyo y solidaridad a él y al partido que es el
suyo: los capitalinos.
Cuesta trabajo entender que teniendo a su alrededor a tanta gente lúcida,
capaz y experimentada, la mejor de México sin duda, se estén cometiendo
errores tan graves que apuntan a un suicidio político.
Cuesta trabajo entender que un líder de ese tamaño, con ese carisma, con ese
arrastre, con ese historial, cumpla paso a paso con el guión que le
elaboraron sus enemigos, ese mismo guión con el que se hizo la publicidad
que resultó tan efectiva para asustar a millones de mexicanos.
Cuesta trabajo entender que esto esté sucediendo aun después de los errores
cometidos durante la campaña, esos que lo llevaron a no obtener los 10
puntos de ventaja sobre sus contrincantes.
Cuesta trabajo entender que alguien que tenía en sus manos la confianza de
millones de ciudadanos, que logró convencer a muchísimos de que había que
dudar de los resultados electorales y exigir el recuento voto por voto, en
aras de la legitimidad del próximo gobierno, eche por la borda ese capital
político.
Cuesta trabajo entender cómo alguien que le está pidiendo a las
instituciones que tomen decisiones sensatas, es quien más atenta contra
ellas, descalificando a todo y a todos.
Cuesta trabajo darse cuenta de que ese líder al que admiramos y seguimos se
niega a escucharnos, que se haya convertido en alguien que no oye razones ni
atiende peticiones y así pretenda lograr que los otros lo oigan y atiendan a
él.
Se lo ha pedido el periódico que día a día acepta todo lo que él hace y dice
como si fuera la palabra revelada y la acción divina, se lo han pedido
intelectuales destacadísimos que han estado a su lado en todo momento, se lo
hemos pedido los ciudadanos, no sus enemigos sino aquellos que hemos creído
en él y lo hemos apoyado, que no estamos contra su lucha sino contra un modo
de llevarla a cabo que hace más daño que bien.
Daño a nosotros y también a él y también a la causa.
Pero él no ha tenido la grandeza de reconocer que se equivocó ni la grandeza
de atreverse a reparar.
Y lo que más cuesta trabajo entender (y de sólo decirlo me estremezco) es
que alguien esté tan desesperadamente buscando la represión.
Porque él sabe bien que los fantasmas rondan, que la historia no ha pasado
en balde, y que allí están, calladitos y agazapados, esperando el momento,
calculando las cosas, midiendo el terreno, quienes querrán ponerle fin a
acciones que le hacen mal a sus negocios, a sus seguridades, a sus
capitales, a sus ideas y cuentan con la fuerza para hacerlo.
Y entonces sí, el daño será para todos nosotros, para el país entero, para
el presente y el futuro. Y de sólo pensarlo me estremezco.
Sara Sefchovich
03 de agosto de 2006, El Universal
sara.sefchovich@asu.edu
Escritora e investigadora en la UNAM