domingo, abril 07, 2019

 

Antes de que cante un ganso

Al inicio de este siglo, Rusia se encontraba ante una encrucijada. El fin de la Guerra Fría había abierto ingentes oportunidades, pero su proceso de transición -de una economía controlada, centralizada y sin propiedad privada a una de mercado- había sido desastroso.

 

Para 1998 las contradicciones del proceso de privatización y ajuste habían resultado incontenibles, provocando una de esas crisis financieras que los mexicanos habíamos conocido. La resaca llevó al poder a Vladimir Putin, quien con gran habilidad reconcentró el poder y sometió a los llamados oligarcas.

 

Putin restableció la estabilidad económica, ganándose con ello el apoyo popular. Siguieron grandes cambios en su intento por alejar la de su (casi) única fuente de riqueza, el petróleo.

 

Años después, quien fuera su Primer Ministro, Viktor Chernomyrdin, evaluó lo logrado: "Esperábamos lo mejor, pero las cosas resultaron como siempre". ¿Acabará igual la "cuarta transformación"?

 

El punto de partida para el Gobierno de AMLO es que todo lo que se hizo de los 80 para acá está mal. Todo es corrupto, nada sirve y quienes lo condujeron son unos traidores. Los nombres varían, pero la tonada es la misma: el País estaba mejor cuando estaba peor.

 

Un cartel fuera de un restaurante lo resume de manera impecable e implacable: "Estamos peor, pero estamos mejor porque antes estábamos bien, pero era mentira; no como ahora que estamos mal, pero es verdad".

 

El gran plan del Gobierno es fácil de discernir: concentrar el poder, echar para atrás todas las reformas -hasta lo posible- que se avanzaron a partir de 1982 y, con ello, recrear el nirvana que existía en los 70 para, quizá, que el Presidente se pueda reelegir.

 

No es un plan complicado, aunque el manejo político con que se conduce lo aparente. El objetivo es claro y avanza paso a paso.

 

Lo relevante es que una amplia porción de la población está convencida de que el proyecto vale la pena y que el Presidente lo está conduciendo sin conflictos de intereses y sin miramiento.

 

El que la economía vaya de bajada, el consumo se esté estancando (o disminuyendo) y las finanzas públicas puedan experimentar problemas en el futuro mediato a nadie parece importar. La mayoría de la población está hipnotizada, creyendo que es posible lograr lo que uno quiere sin tener que trabajar o construirlo. El Presidente está convencido de que con sólo desearlo se consumará.

 

Si algo camina mal, todo se resuelve o ataja con el ungüento de más transferencias a clientelas y la identificación de culpables en calidad de chivos expiatorios.

 

Dado que los causantes del desastre que evidencia la pujanza de la clase media (y de un país que, con todos sus defectos, avanzaba) son aquellos que tuvieron alguna participación en la función pública en los últimos 30 años, la cantera de potenciales conservadores, fifís y traidores es literalmente infinita.

 

Si a eso se agregan todas las empresas, y sus empleados, que son cada vez más productivas y exitosas, el potencial para identificar a los causantes de ese desastre nacional del que tan orgullosos estamos tantos (y que es el sustento de la economía) es doblemente infinito.

 

No cabe ni la menor duda de que el País padece de muchos males y que la suma de un cambio tecnológico incontenible con una economía global (casi) totalmente integrada hace muy difícil resolver todos los problemas de un tajo.

 

Igual de cierto es que la solución no radica -no es posible- en la concentración del poder o la revitalización del cadáver de Pemex, pues el problema está en el rechazo al futuro que se manifiesta en la incapacidad del gobierno, de éste y todos los anteriores desde hace medio siglo, para llevar a cabo una reforma educativa que privilegie el aprendizaje en la era digital sobre el chantaje sindical.

 

El proyecto político es transparente, pero la diferencia entre los 60 y el presente es que la economía está abierta y eso altera todas las premisas.

 

Dice un querido amigo que en lugar de consensos "el Gobierno privilegia la discordia y la polarización, armas estratégicas en su arsenal de destrucción del presente... Lo que sí seremos en breve -en menos de lo que canta un ganso- es un país menos civilizado, menos desarrollado, más salvaje, más injusto, más polarizado, con más encono y menos deseable".

 

Al día de hoy, más del 70 por ciento de la ciudadanía le da a AMLO el beneficio de la duda. La experiencia del último medio siglo es menos generosa: cuando se rompen los equilibrios fiscales, políticos y de la civilización, las crisis no tardan en llegar.

 

Luis Rubio

www.cidac.org  


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