miércoles, junio 27, 2012
México: corrupción, instituciones y voluntarismo
Decir que en México la corrupción es muy frecuente corre el riesgo de resultar una frase tímida. Lo cierto es que se trata de una enfermedad muy grave, extendida por todo el cuerpo social. La corrupción toma muchas formas, pero la más significativa, en lo económico, consiste en vender al público, con provecho propio, un bien o servicio que es propiedad gubernamental.
Los análisis globales indican que la corrupción es más aguda en las naciones subdesarrolladas. En concordancia, la clasificación que elabora Transparencia Internacional (2011) sitúa a México a la mitad de la tabla de los países de América, muy lejos del puntero continental positivo, que es Canadá.
Una lista de los ejemplos de corrupción en México, aunque fuera resumida, llenaría varios tomos voluminosos de una obra dedicada a la patología nacional. Sin mayor pretensión, ofrezco enseguida una muestra modesta: las "mordidas" ordinarias; la "expropiación" de los espacios públicos por parte de los vendedores ambulantes; la "venta" de plazas en las empresas estatales; la cómplice "inflación" del costo de las obras públicas; el suministro de "litros cortos" en las gasolineras; el "coyotaje" en el trámite de todo tipo de permisos; el "compadrazgo" en la provisión de bienes y en la contratación de personal; la "ordeña" de poliductos; etcétera, etcétera.
Frente al fenómeno, la reacción típica de las autoridades y de la sociedad se presenta en dos facetas: la condena moral y la acción policíaca. Ninguna de las dos es eficaz en forma duradera. (¿En qué quedó la sonora "renovación moral de la sociedad" del sexenio de Miguel de la Madrid? En un slogan de campaña. ¿Para qué ha servido, recientemente, la Secretaría de la Función Pública, uno de cuyos propósitos es "inhibir y sancionar las prácticas corruptas"? Para aumentar la burocracia.)
El conjunto de instituciones que caracteriza a una sociedad determina reglas del juego (normas) que, por un lado, establecen límites a las conductas individuales y, por otro, inducen ciertos comportamientos (positivos o negativos). De esa mezcla depende la interacción de los miembros de la comunidad en la economía. La corrupción resulta muy a menudo de un arreglo institucional que propicia el "portarse mal". Esta forma de ver el problema sugiere una solución favorita (creo) entre los economistas. En lugar de exhortaciones éticas y de persecuciones judiciales, lo lógico es reorganizar el gobierno, para reducir (minimizar) los "incentivos perversos". Esto significa diseñar las instituciones (las reglas) de manera que favorezcan las "conductas correctas".
Lo dicho en el párrafo previo puede parecer muy abstracto, pero tiene una traducción sencilla en la práctica. Siguen un par de ilustraciones.
1.- Cuando la economía mexicana estaba absurdamente cerrada a las importaciones (por medio de aranceles exorbitantes, de permisos previos, etcétera) la corrupción plagaba las transacciones del comercio exterior. Para poder internar las mercancías extranjeras al país, el comprador tenía que "estimular" la buena voluntad de algún empleado del gobierno, fuera un alto funcionario en la secretaría correspondiente o un humilde guardia en la frontera. La liberalización comercial eliminó en buena medida la oportunidad para la irregularidad. No cambió la moral de los mexicanos, no reforzó la vigilancia en las aduanas, simplemente achicó la posibilidad de la ganancia ilícita. En otras palabras, creó los incentivos correctos.
2.- En relación con el problema de los "litros cortos", creo que en más de una ocasión he planteado su remedio en estas páginas. No se requieren bombas más modernas ni más inspectores y multas. Todo lo que se necesita es la libre comercialización de la gasolina. Una buena parte del combustible que consumimos en México es importado. ¿Por qué tiene que ser Pemex el único importador y distribuidor? El monopolio se presta de inmediato a la corrupción. En contraste, lo sensato sería permitir que cualquiera pudiera importar la gasolina y abrir una estación de (verdadero) servicio en donde lo juzgara apropiado. La competencia entre los proveedores para atraer clientes evitaría el robo actual. Así de simple.
En lugar de lo anterior, en los vientos electorales que corren flota la idea vaporosa de que la solución de la corrupción consiste en que nuevos líderes, impolutos, den ejemplo de probidad a los míseros mortales. Esto se conoce con el término de voluntarismo, y admite varias acepciones. En política, voluntarista es una teoría, postura o práctica donde la voluntad de los sujetos políticos se considera decisiva. La noción no sólo refleja la soberbia de los proponentes, encaramados en su endeble percha moral, sino también su desconocimiento de la naturaleza humana.
Everardo Elizondo
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Creer que sólo porque AMLO es honesto (algo que no lo creo, hay evidencia de lo opuesto) arreglará el tema de la corrupción sólo con su "voluntarismo" es un simplismo pueril, por no usar otra palabra que se usa en mi rancho. Además, sus propuestas en muchas áreas son en el sentido de incrementar la burocracia (más secretarias), fortalecer a los monopolios públicos (unir PEMEX con CFE y crear de nuevo a LyFC para el SME), además de un aumento de los subsidios (bajar precios a gasolinas y energía eléctrica) y del incremento de aranceles a la importación (fortalecer el mercado interno, proteger la industria nacional, sustituir importaciones). Todo ello conlleva a más incentivos para que haya más corrupción. Lo único que realmente disminuye la corrupción es el libre mercado con mucha competencia. Por eso un gobierno obeso, todo poderoso, con mucha intervención en la economía, simplemente se vuelve muy corrupto.