domingo, junio 24, 2012
El futuro y el PRI
"En ocasiones errado, pero nunca en duda", es una caracterización que fácilmente se podría aplicar al PRI. El partido de la revolución estabilizó al País en el siglo 20, pero nunca logró superar un sistema dedicado íntegra y exclusivamente a la llamada familia revolucionaria, a servir a los intereses del poder y sus negocios. El riesgo de la próxima elección es regresar a ese mundo de complacencia. México requiere un gobierno eficaz y la forma en que evolucionaron los dos gobiernos panistas recientes fue todo menos eso. Pero la solución no reside en un Gobierno en control absoluto del poder.
Los priistas se precian de su capacidad para gobernar. Pero su probada capacidad de ejecución no es lo mismo que un buen gobierno: México tuvo muchas décadas de gobiernos hábiles, pero no buenos gobiernos. De haberlos tenido, el País sería rico y próspero, como Corea u otros países de similar nivel de desarrollo. Requerimos un gobierno eficaz, pero también un buen gobierno. La pregunta es cómo lograr esa combinación.
El PRI que hoy flexiona el músculo no es moderno o visionario. Su vista está concentrada en el espejo retrovisor, en lo que para muchos priistas nunca debió abandonarse. En el mundo idílico del profesor: un Gobierno en control, una sociedad subordinada y una economía en crecimiento. Los 60.
Para el viejo sistema nunca existió la sociedad más que como instrumento manipulable. Esto no implica que se impidiera el crecimiento económico pues la evidencia de lo contrario es enorme, pero sí de que su función objetivo fuera la de servir a los intereses de la familia revolucionaria: mantenerse en el poder y explotarlo para su beneficio. Eso es lo que las mayorías absolutas hacen posible: la imposición.
Cuando el PRI perdió la Presidencia se creó la oportunidad de transformar al sistema político, remontando los traumas previos, pero construyendo sobre lo existente. Lamentablemente, las dos administraciones que sucedieron al PRI (de hecho, las últimas tres) no tuvieron la visión, grandeza o capacidad de trascender lo heredado. Los ciudadanos acabamos con una democracia enclenque que no ha satisfecho las expectativas o cambiado el rumbo del País. La conclusión de muchos es que el problema yace en la ausencia de mayorías legislativas. Yo difiero: el problema yace en la incompetencia de nuestros gobernantes recientes, en su inhabilidad para construir mayorías y transformar al sistema político.
Ese malogro es la principal explicación de la situación actual del PRI. En contraste con los partidos del viejo régimen en otras sociedades, el PRI la tuvo fácil: no tuvo que reformarse para volver a sobresalir en las preferencias electorales. El riesgo ahora es que la sociedad pague los platos rotos.
Más allá de las encuestas y de las diferencias de perspectiva entre jóvenes y viejos -los que vivieron la era del PRI abusivo y los que viven el desconcierto actual-, el País es un gran desorden. La propuesta del PRI para restaurar el orden ha sido convincente: un gobierno eficaz. Pero eficacia no implica un buen gobierno y ésa es la historia del PRI. La incompetencia de los últimos gobiernos impidió sustituir las estructuras e intereses priistas por instituciones funcionales y pesos y contrapesos debidamente estructurados.
Nadie puede dudar que el País requiere un gobierno eficaz. En la era priista, la eficacia estaba casi garantizada porque el sistema era tan fuerte y ubicuo que permitía que malos gobernantes funcionaran efectivamente. Pero desde que el PRI se dividió en los 80, su capacidad de imposición disminuyó. Desde entonces, el éxito de un Gobierno ha dependido de la habilidad política -individual- del Presidente: no es casualidad que entre 1982 y hoy sólo Salinas haya sido efectivo.
En este tiempo el País se ha descentralizado notablemente, pero no contamos con estructuras consolidadas de pesos y contrapesos que den estabilidad y predictibilidad al sistema en su conjunto. Eso es lo que crea tanta incertidumbre: la posibilidad de que el PRI regrese a restaurar el sistema opresivo o que López Obrador destruya lo poco que se ha avanzado. Nuestro problema es de ausencia de contrapesos y eso no se resuelve con un gobierno "eficaz" ni con mayorías absolutas en el Legislativo. México requiere una negociación entre las fuerzas políticas que le dé vida a un cuerpo institucional de pesos y contrapesos y nos lleve a otro estadio de desarrollo.
El País ha cambiado, aunque no siempre para bien: la realidad del poder ya no es de centralización política, sino de dispersión del poder con una enorme concentración en los liderazgos partidistas y los Gobernadores, además de los poderes fácticos. En contraste con la vieja era priista, la multiplicidad de contactos que caracteriza al mexicano promedio con el resto del mundo es impactante. La única razón por la cual el País ha seguido adelante en los últimos 20 ó 30 años es que los mexicanos encontraron formas de funcionar independientemente del Gobierno. Son los resabios del viejo sistema -el del PRI y el de AMLO- los que mantienen atorado al País. No hay a dónde regresar.
El reto del País es desmantelar, definitivamente, la estructura corporativista que persiste en las paraestatales, en el sindicalismo corrupto y en los negocios particulares, muchos de ellos ilícitos, de sus próceres. Afectar las bases de poder priista y sus estructuras de soporte. México requiere consolidar el modelo de apertura -en lo económico y en lo político- y eso implica afectar intereses priistas. La pregunta es si el monstruo puede funcionar rompiéndose las entrañas, y si controlando la Presidencia, el Congreso y el Senado tendría incentivos para hacerlo. Lo dudo.
El mexicano quiere orden, factor que ha fortalecido al PRI en esta contienda. Pero orden sin contenido no es respuesta. Para restaurar el orden y acabar de construir el camino del crecimiento hay que romper con lo que por tantos años fuimos, con el sistema priista. ¿Quién podría lograrlo? Sólo un Presidente con habilidades políticas, pero guiado por el imperativo de construir un acuerdo político con el resto de los partidos. Regresar a la era de mayorías absolutas sería una enorme regresión.
Luis Rubio
www.cidac.org
Los priistas se precian de su capacidad para gobernar. Pero su probada capacidad de ejecución no es lo mismo que un buen gobierno: México tuvo muchas décadas de gobiernos hábiles, pero no buenos gobiernos. De haberlos tenido, el País sería rico y próspero, como Corea u otros países de similar nivel de desarrollo. Requerimos un gobierno eficaz, pero también un buen gobierno. La pregunta es cómo lograr esa combinación.
El PRI que hoy flexiona el músculo no es moderno o visionario. Su vista está concentrada en el espejo retrovisor, en lo que para muchos priistas nunca debió abandonarse. En el mundo idílico del profesor: un Gobierno en control, una sociedad subordinada y una economía en crecimiento. Los 60.
Para el viejo sistema nunca existió la sociedad más que como instrumento manipulable. Esto no implica que se impidiera el crecimiento económico pues la evidencia de lo contrario es enorme, pero sí de que su función objetivo fuera la de servir a los intereses de la familia revolucionaria: mantenerse en el poder y explotarlo para su beneficio. Eso es lo que las mayorías absolutas hacen posible: la imposición.
Cuando el PRI perdió la Presidencia se creó la oportunidad de transformar al sistema político, remontando los traumas previos, pero construyendo sobre lo existente. Lamentablemente, las dos administraciones que sucedieron al PRI (de hecho, las últimas tres) no tuvieron la visión, grandeza o capacidad de trascender lo heredado. Los ciudadanos acabamos con una democracia enclenque que no ha satisfecho las expectativas o cambiado el rumbo del País. La conclusión de muchos es que el problema yace en la ausencia de mayorías legislativas. Yo difiero: el problema yace en la incompetencia de nuestros gobernantes recientes, en su inhabilidad para construir mayorías y transformar al sistema político.
Ese malogro es la principal explicación de la situación actual del PRI. En contraste con los partidos del viejo régimen en otras sociedades, el PRI la tuvo fácil: no tuvo que reformarse para volver a sobresalir en las preferencias electorales. El riesgo ahora es que la sociedad pague los platos rotos.
Más allá de las encuestas y de las diferencias de perspectiva entre jóvenes y viejos -los que vivieron la era del PRI abusivo y los que viven el desconcierto actual-, el País es un gran desorden. La propuesta del PRI para restaurar el orden ha sido convincente: un gobierno eficaz. Pero eficacia no implica un buen gobierno y ésa es la historia del PRI. La incompetencia de los últimos gobiernos impidió sustituir las estructuras e intereses priistas por instituciones funcionales y pesos y contrapesos debidamente estructurados.
Nadie puede dudar que el País requiere un gobierno eficaz. En la era priista, la eficacia estaba casi garantizada porque el sistema era tan fuerte y ubicuo que permitía que malos gobernantes funcionaran efectivamente. Pero desde que el PRI se dividió en los 80, su capacidad de imposición disminuyó. Desde entonces, el éxito de un Gobierno ha dependido de la habilidad política -individual- del Presidente: no es casualidad que entre 1982 y hoy sólo Salinas haya sido efectivo.
En este tiempo el País se ha descentralizado notablemente, pero no contamos con estructuras consolidadas de pesos y contrapesos que den estabilidad y predictibilidad al sistema en su conjunto. Eso es lo que crea tanta incertidumbre: la posibilidad de que el PRI regrese a restaurar el sistema opresivo o que López Obrador destruya lo poco que se ha avanzado. Nuestro problema es de ausencia de contrapesos y eso no se resuelve con un gobierno "eficaz" ni con mayorías absolutas en el Legislativo. México requiere una negociación entre las fuerzas políticas que le dé vida a un cuerpo institucional de pesos y contrapesos y nos lleve a otro estadio de desarrollo.
El País ha cambiado, aunque no siempre para bien: la realidad del poder ya no es de centralización política, sino de dispersión del poder con una enorme concentración en los liderazgos partidistas y los Gobernadores, además de los poderes fácticos. En contraste con la vieja era priista, la multiplicidad de contactos que caracteriza al mexicano promedio con el resto del mundo es impactante. La única razón por la cual el País ha seguido adelante en los últimos 20 ó 30 años es que los mexicanos encontraron formas de funcionar independientemente del Gobierno. Son los resabios del viejo sistema -el del PRI y el de AMLO- los que mantienen atorado al País. No hay a dónde regresar.
El reto del País es desmantelar, definitivamente, la estructura corporativista que persiste en las paraestatales, en el sindicalismo corrupto y en los negocios particulares, muchos de ellos ilícitos, de sus próceres. Afectar las bases de poder priista y sus estructuras de soporte. México requiere consolidar el modelo de apertura -en lo económico y en lo político- y eso implica afectar intereses priistas. La pregunta es si el monstruo puede funcionar rompiéndose las entrañas, y si controlando la Presidencia, el Congreso y el Senado tendría incentivos para hacerlo. Lo dudo.
El mexicano quiere orden, factor que ha fortalecido al PRI en esta contienda. Pero orden sin contenido no es respuesta. Para restaurar el orden y acabar de construir el camino del crecimiento hay que romper con lo que por tantos años fuimos, con el sistema priista. ¿Quién podría lograrlo? Sólo un Presidente con habilidades políticas, pero guiado por el imperativo de construir un acuerdo político con el resto de los partidos. Regresar a la era de mayorías absolutas sería una enorme regresión.
Luis Rubio
www.cidac.org